La melodía de esta canción
es tan… cómo decirlo, ¿amigable?, que teníamos que dañarla de alguna manera. Cuando
ocurren cosas como esa pensamos en el principio con el que Kurt Cobain componía
muchas de las canciones de Nirvana, algo así como juntar las melodías de Los
Beatles con la maldad de Black Sabbath. Y ya que teníamos una canción que casi
y podría tocarse en el lobby de un hotel mientras familias cristianas disfrutan
de un buffet mediterráneo, decididnos ponerle una letra suicida.
La primera estrofa es,
evidentemente, una confesión de primera mano: llevamos años tocando y estamos
sordos y maltrechos pero lo seguimos haciendo. Ahora bien, lo hacemos porque de
alguna manera tocar nos mantiene con pulso, pero también nos genera
frustraciones, nos hace daño. Hemos visto bandas desaparecer porque la música
independiente en el Ecuador es insostenible, o gente que lleva más de diez años
“en el negocio” y aún tiene que vender un carro o hipotecar su casa cada vez
que quiere grabar un disco. Este tipo de traumas te comen el cerebro, te causan
insomnio y una persona que no puede dormir no puede hacer mucho más tampoco.
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