9.29.2014

Lo peor es que no pasa nada


Mi amiga es una de las mujeres más hermosas que he visto en la vida: una de esas mujeres que podría tener al hombre que le diera la gana. Es chistosa, culta, mal hablada y toma como poeta en día de paga; pero lo mejor es que, con cada trago, sus comentarios van cobrando lucidez, sus bromas ganan maldad y sus observaciones se vuelven agudas hasta el último detalle. El licor, además, la vuelve clarividente: basta con que le digas dos o tres cosas sobre tu presente y ella te dirá todo, todo, sobre tu futuro (no exagero, me ha pasado y le ha pasado a varios desconocidos que luego se volvieron sus, digamos, pacientes). Estuve enamorado de ella durante años, siempre lo supo y cada tanto, para que no te vuelva a pasar, lindo, me recuerda que en ciertas ocasiones se aprovechó de mi cariño y me manipuló sin piedad. Nos acostamos un par de veces, nos confundimos (miento, el único que se confundió fui yo, ella siempre la tuvo clara), pero no pasó mucho más. Nunca fuimos lo que se dice una pareja, pero hasta el día de hoy nos queremos y hablamos con frecuencia cuando alguno de los dos está down.

Esta tarde estoy sentado a su lado en la sala de espera de un psiquiatra en el Hospital Metropolitano de Quito, rodeado de personas que, francamente, no parecerían tener ningún problema: lo que nos demuestra, nuevamente, que todos, todos, estamos en problemas. No hay tal cosa como la gente normal. Ella mira una revista de farándula, antigua, como todas las revistas de consultorio, y se encuentra con una larga entrevista a la cantante mexicana Paulina Rubio. Al final de la entrevista hay una página entera de fotos de la estrella pop en diferentes etapas de su carrera. Mi amiga se mira en ella. Sólo tiene diez años más que nosotros, me dice, diez años. Puta, huevón, antes diez años eran un montón, era full tiempo, ahora diez años no son ni mierda, yo me veo más vieja que ella. La verdad, no se parecen en nada. Yo diría que mi amiga es mucho más guapa y muchísimo más inteligente, por eso reconoce que el tiempo ha pasado para ambas, para todos, y que ya nunca seremos los mismos. Nunca.

Hace nueve meses mi amiga rompió con su último novio, un tipo cuyos temas favoritos de conversación eran los aviones y los caballos, si me lo preguntan, era insoportable; pero tenía un buen trabajo, ganaba dinero, era estable. A veces, me dijo ella una vez, una sólo quiere saber que el suelo donde está parada no se va a derrumbar de repente, que las cosas no van a cambiar por un rato. Estuvieron juntos poco más de dos años y un buen día, sin más, el tipo le dijo que no la veía en su futuro. Así: no te veo en mi futuro. La sacó de su vida después de una especie de visión mística instantánea. Al principio, mi amiga creyó que era un acceso de demencia y que volverían pronto. No volvieron. Él nunca se lo pidió. Ni siquiera la llamó. Fue ella quien, borracha y de madrugada, solía marcar su número y llorar un rato. El tipo siguió con su vida, consiguió otra novia y, al parecer, empezó a construir su verdadero futuro. Mi amiga aún no lo supera y cree que se está volviendo loca.

El psiquiatra fue su última opción. Primero pasó varias semanas de viaje y algunos meses de farra. Bailó y bebió todo lo que pudo y vaciló más o menos con quien se le cruzara por en frente: fue un periodo, me explicó, en el que no tenía sentido ser selectiva más allá de lo superficial, sólo quería vacilar con niños lindos y, ¿sabes qué?, los niños lindos son todos unos losers, supongo que pierden mucho tiempo en el gimnasio, por eso son lindos y… ya pues, no se puede tener todo en la vida. No se enamoró de nadie. No se trataba de eso. Estoy como bloqueada, me dijo. En sus días tranqui, cuando no tenía quién la acompañe a farrear, cuando decidía no contestar los mensajes de su pretendiente de turno, invitaba amigos a su casa para tomar vodka y fumar hierba hasta desvanecerse: de un tiempo a esta parte, eso es todo lo que hace, se queda en casa y se desconecta como puede, cada vez más rápido y por más tiempo. Varias veces me tocó cargarla hasta su cuarto y acostarla en la cama con zapatos y todo. O, cuando ya no me daban las fuerzas, echarle un edredón encima y dejarla doblada en el sofá de la sala antes de llamar a un taxi y regresar a mi casa.   

Mi amiga entra al consultorio del psiquiatra y, según mis cálculos, gasta menos de media hora allí adentro: francamente esperaba verla salir mucho después, quizás con los ojos hinchados o por lo menos sonándose la nariz con un pañuelo de papel. Estoy deprimida, me había dicho en el taxi que nos llevó de su casa al hospital, la depresión es una enfermedad y hay que tratarla con medicinas, como a cualquier otra. No diría que estaba optimista, pero sí esperanzada en un tratamiento, en una cura, quizás incluso en un acto de psicomagia: la tristeza te cansa, te agota física y mentalmente, y llega el punto en que sueñas con un botón que te pueda resetear. Al salir, veo su rostro caído, su mentón rozando el suelo. La veo pagar la consulta y cuando la secretaria le pregunta si el doctor le dio nueva cita ella mueve la cabeza de un lado para el otro con una pena extraña. Luego me mira y me pide que regresemos a casa caminando. Está peor que cuando llegamos.

¿Qué te dijo? Nada. No tengo nada. ¿Le dijiste que estás tomando cada vez más pastillas para dormir? . ¿Le dijiste que te tomas por lo menos un six pack al día? ¿Le dijiste que casi no sales de tu casa? ¿Le dijiste que te duelen los brazos, que tiemblas sin razón, que no comes casi nada? Sí. Sí. Sí. ¿Le dijiste que piensas en él todo el día?, ¿que te pasas horas en la compu viendo las fotos que postea con su nueva novia?, ¿que te lo imaginas tirando con otras mujeres? . . ¿Le dijiste que te encierras en el baño a gritar en la ducha?, ¿que tienes ganas de llorar pero no puedes? ¿Le dijiste todo lo que me has dicho a mí? ¡Puta madre, sí, le dije todo!

¿Y?

Me dijo que estoy viviendo un duelo y que para eso no hay medicinas. ¿Y cuánto más puede durar tu duelo? Mi amiga, una de las mujeres más hermosas que he visto en la vida aún así, con el pelo mal recogido en una trenza que rebota contra su espalda y se deshace, con ojeras que antes eran oscuras y ahora son verdosas, con la piel amarilla,   alza la mirada al cielo, se fija en las nubes, en el vacío que separa a unas nubes de otras, y dice: según el psiquiatra, toda la vida. 

(SoHo)

4 comentarios:

TEBO dijo...

Atrapante de principio a fin.

drumerelectronico dijo...

que bien loco

Martha Mera dijo...

Sin palabras. ¡Fascinante!.

kenia Gil dijo...

Toda la vida? Es demasiado tiempo :(