9.07.2015

Una luz nueva


She was like a beautiful dinner left out overnight. She was sumptuous, but the guests were gone.

La frase, absolutamente perfecta, pertenece a la novela Light Years, del escritor norteamericano James Salter (1925-2015), y podría traducirse –torpemente– de la siguiente manera: Ella era como una magnífica cena abandonada en la mesa durante toda la noche. Era majestuosa, pero los invitados ya se habían ido.

Light Years (Años Luz) cuenta una vida entera en poco más de 300 páginas. Una vida en pareja, además: el romance, los hijos, el divorcio, todo. Una vida dividida en párrafos cortos, diálogos sabios y frases tan poderosas y definitivas como la que acabo de mencionar. Sentence for sentence, Salter is the master, dice el gran Richard Ford. Y no se equivoca. Y tampoco exagera. Light Years es casi una novela escrita en verso. Un poema en prosa. Una canción más larga de lo normal pero no por eso menos melódica.

Al final de Synecdoche, New York, la nada menos que obra maestra aún incomprendida de Charlie Kaufman, uno entiende que la gente mayor no miente cuando dice cosas como la vida es un parpadeo. Entre los muchos méritos de aquella cinta, ese es uno de los más valiosos y evidentes: el paso del tiempo como algo inevitable e irreversible que avanza mucho más rápido de lo que creemos: si pudiéramos aceptar el tiempo, las cosas serían más sencillas. Con la novela de Salter pasa lo mismo, quizás, de manera más elegante; quizás, de manera más realista, sin que nos demos cuenta. Se acaban las páginas y uno siente que se acaba la vida o un pedazo de la vida.

Cronos es el más despiadado de los griegos; Salter lo demuestra comparando a una mujer en los últimos años de su juventud con una cena servida en una mesa a la que ya nadie se sentará. La frase se refiere a un personaje totalmente secundario, a una actriz de reparto, a una pieza de utilería; pero duele, duele mucho. Ahí está el abandono de las sombras, los años que pasaron como un rayo y pasarán, de ahora en adelante, aún más rápido, el tiempo que gastaste en arreglarte para que nadie te vea: la falta de apetito de los otros hacia nosotros, el día en que ya nadie nos comerá.  

Salter podría haber escrito sólo esa línea, esas dos oraciones separadas por un punto seguido, y habría sido suficiente para entender lo que quería decir: llegará el momento en que nadie volteará a mirar. Tratándose de una mujer, la crueldad es mayor: como la muerte o, todavía peor, como el comienzo de una agonía larguísima y solitaria. Como una persona que de repente se convierte en un mueble, ese mueble que alguien, todos los días, promete sacar de la casa. Durante muchos años, la situación de Salter fue similar, sólo que él era un mueble que algunos se empeñaban en conservar y compartir. Era un escritor conocido y celebrado entre –no muchos– escritores-lectores-compatriotas y más bien desconocido en otros idiomas (en español lo tradujo Salamandra, pero nunca encontró un público masivo, ni siquiera un nicho entusiasta). Salter era un plato frío.

James Salter murió hace tres meses, el 19 de junio, a los 90 años de edad. En Latinoamérica o, mejor dicho, en español, se escribió poco sobre él, su obra y su legado que, por otra parte, recién comienza. En inglés, el luto fue más concurrido pero igual sucedió de una forma discreta. Eso sí, más de un medio dijo que había muerto el mejor escritor norteamericano vivo. Como si Salter hubiese sido el último. ¿Lo fue? ¿Lo es? Dijeron también que era el mejor escritor que nunca leerás. Como una cena magnífica abandonada en la mesa durante toda la noche…

La muerte tiene la virtud de revivir a los escritores. Salter, qué duda cabe, correrá con la misma suerte de tantos otros: sus libros le abrirán paso para que camine entre los vivos con la autoridad que sólo tienen los muertos. Un escritor de frases perfectas, que no aprovecha la obligación que tienen las novelas de equivocarse o excederse sino que busca, y encuentra, la manera de que no sobre ni una palabra, merece la eternidad y todo lo demás.

Las luces se prenden.
Las luces, la luz, es una luz nueva.  
Los invitados se sientan a la mesa.
Empiezan a comer.   

2 comentarios:

Antonieta dijo...

chucha, qué cosa tan bien escrita Pikachu.

Anónimo dijo...

Regio! Que buen análisis!