Sylvia Plath está enterrada en el
cementerio Heptonstall, en el condado de West Yorkshire, al norte de
Inglaterra, debajo de una insípida lápida gris. Patti Smith, que ha viajado
desde Nueva York sólo para visitarla, se para delante de la tumba y susurra, He vuelto, Sylvia, como si la poeta la
hubiese estado esperando. Es invierno y los jardines del cementerio están
cubiertos de nieve. Patti Smith toma fotos con su Polaroid y las guarda en los
bolsillos de su abrigo. Varios días después, sentada en un tren o en un avión o
en la habitación de un hotel, anota en su libreta estas palabras: Tuve la incontrolable urgencia de orinar e
imaginé un pequeño chorrito regándose, una parte de mí queriendo que ella
sienta la cercanía del calor humano.
En el 2010, cuando publicó Just Kids, el libro autobiográfico sobre
su amistad-hermandad con el fotógrafo Robert Mapplethorpe en una Nueva York
setentera, desatada y peligrosa, quedó claro que Patti Smith no sólo es una
figura de culto rockero y una poeta under
sino también una narradora sólida que sabe cómo mezclar las dosis de
nostalgia, sensibilidad y furia que componen los recuerdos. Just Kids, escrita como una canción muy
larga, se lee como una novela de
aventuras sobre jóvenes románticos que llegan a la gran ciudad para encontrarse
y que cuando se encuentran se dan cuenta de que nunca se está preparado para
tanto. Ese momento, esa edad, en la que piensas que eres invencible hasta que
llega ese otro momento, esa especie de accidente, tras el cual tu cuerpo deja
de estremecerse.
M
Train, el nuevo libro de
Patti Smith, se publicó en octubre de este año y se vendió como una especie de
continuación de Just Kids, esta vez
dedicado a los años que compartió con el músico Fred “Sonic” Smith, mejor
conocido como el guitarrista de MC5. Se casaron en 1980, tuvieron dos hijos e
hicieron música juntos hasta que “Sonic” murió de un ataque cardiaco en 1994.
Haciendo números, no pasaron tanto
tiempo juntos, catorce años no son demasiados, pero se nota que construyeron
una vida y que esa vida se dilató a su propio ritmo. Aún así, M Train recurre muy de vez en cuando a
las escenas de pareja, todas tiernas y conmovedoras y más sobre la amistad y la
complicidad que sobre lo que llaman amor, el tipo de secuencias que te
convencen de luchar y defender lo que quieres; es evidente que Patti Smith no
quiere explotar la memoria de su esposo ni exhibir la vida privada de su
familia. Más que un memoir, este es
un diario de viajes en el que parecería que la autora se está preparando para
el viaje definitivo: la bitácora de una mujer que habla con los muertos y se
rodea de fantasmas.
La muchacha punk, convulsionada y
andrógina que en 1975 lanzó Horses,
su álbum debut, y quedó para siempre grabada en las sagradas escrituras del
rock and roll, escribe a cuatro décadas de sus primeros gritos, a los 69 años
de edad, con la intensidad casi ingenua de una
groupie que viaja por el mundo
agradeciéndole personalmente a los artistas que la inspiraron y terminaron de
criarla. En Japón, mirando el Monte Fuji, toma sake y brinda por los escritores
Ryunosuke Akutagawa y Dazai Osamu, No
desperdicies tu tiempo en nosotros, somos vagabundos, le dicen ellos, y
ella responde Todos los escritores son
vagabundos, ojalá un día me cuenten entre ustedes; en México, en la casa
azul de Coayacán, se acuesta en la cama de Frida Kahlo y observa las mariposas
que el artista norteamericano Isamu Noguchi le regaló a la pintora mexicana
para que tuviera algo hermoso que mirar durante todos esos años que pasó
acostada, según Patti Smith, Frida Khalo y Diego Rivera eran sus guías cuando tenía 16 años (algo que
ahora sería como mucho, pero que obviamente funcionó para ella); en Montagnola,
una pequeña villa al sur de Suiza, le toma una foto a la máquina de escribir de
Hermann Hesse; en la Librearía Pública de Nueva York le toma una foto al bastón
de Virginia Woolf; en la casa que ocupaba Tolstói cuando estaba en Moscú le
toma foto a un oso embalsamado; en los hoteles de Berlín y Detroit se encierra
días enteros a ver series de detectives, desde la sofisticada The Killing hasta la sobreexpuesta CSI Las Vegas. Y en Blanes, claro, le
toma una Polaroid a la silla en la que se sentaba a escribir Roberto Bolaño.
El amor que Patti Smith siente por
Roberto Bolaño es de conocimiento público y bordea la locura. Ella fue una de
las primeras en defender la obra del escritor chileno cuando se tradujo al
inglés, una de las primeras en decir que 2666
era nada menos que una obra maestra. Ahora parecería que quiere vivir en un
libro de Bolaño, no ser Bolaño ni escribir como Bolaño sino habitar una de sus
historias: gastarse la vida buscando a Cesárea Tinajero o, como Auxilio
Lacouture en Amuleto, limpiar las
casas de los poetas que más le gustan para que ellos puedan seguir escribiendo.
El problema es que la mayoría de autores que Smith idolatra con fanatismo
religioso están muertos y entonces tiene que conformarse con visitar sus tumbas
y tomar Polaroids que ordena como los misterios encadenados de un rosario.
Queremos
cosas que no podemos tener. Tratamos de reclamar un cierto momento, un sonido,
una sensación. Quiero escuchar la voz de mi madre. Quiero ver a mis niños como
niños. Las manos pequeñas, los pies veloces. Todo cambia. Mi hijo ha crecido,
mi padre está muerto, mi hija es más alta que yo, me despierto llorando de un
mal sueño. Por favor quédense para siempre, le digo a las cosas que conozco. No
se vayan. No crezcan.
Ya se sabe: la gente que duerme en camas
en llamas se junta con otra gente que duerme en camas en llamas. M Train es un vagón trasatlántico y solitario
en el que Patti Smith empieza a despedirse del mundo y a convertirse en un alma
que espera poder mezclarse con otras almas: como alguien que pasa de ocupar una
bolsa de carne a llenar un cuerpo celeste, infinito.
Al final del cover de My Generation de The Who que incluyó en Horses, Patti Smith suelta una sentencia
no menor: nosotros la creamos, hagámosla
nuestra. Se refería a una generación excitada que sigue alterando las
mentes de miles de millones de niños o adolescentes a punto de explotar.
¿Cuántas mujeres escaparon de sus padres para convertirse en cantantes de rock
gracias a Patti Smith? Más de una, estoy seguro. Mujeres y hombres que se convirtieron
en músicos o en poetas o en empleados de gasolinera, personas que se
convirtieron en personas de verdad. M
Train tiene ese mismo poder de sugestión: lee muchos libros, escucha muchos
discos y sal de tu casa, ya, lo antes posible, lo más lejos posible. Anda y
visita los restos de la casa que tuvo Patti Smith en Rockaway Beach, en la península
de Queens, Nueva York. Párate delante de esos troncos mojados y salados y di gloria a ti. G.L.O.R.I.A
(El Comercio)
(El Comercio)