Hay que decir esto, aunque duela: hasta
hace muy poco, Matt Groening, creador de Los
Simpsons y Futurama, flotaba
perdido en un universo que sólo él parecía entender o disfrutar, un lugar
remoto y solitario.
Treinta temporadas y más de seiscientos
capítulos después, Los Simpson se han
vuelto incomprensibles, impermeables, elevados pero sin rumbo, como si haciendo
un esfuerzo por mantenerse relevantes y subsistir caminaran hacia atrás, hacia
el olvido ¿O será que los que cambiamos, los que nos alejamos, fuimos nosotros
y los nuevos capítulos nos repelen porque están dirigidos a otra gente?, ¿a
gente joven que vive en otro mundo? Por suerte nos quedan esas temporadas
clásicas y sagradas que repiten en la televisión hasta el infinito y más allá. Por
ese lado podemos estar tranquilos. Gracias.
El caso de Futurama, por su parte, es distinto. La serie partió con el impulso
de un cohete intergaláctico, abordado por legiones de fans de Los Simpson que todavía no la habían
visto pero ya se la imaginaban y soñaban con ella: esperando, digamos, Los Simpsons en el espacio o algo así. Pero
no. El entonces nuevo proyecto de Groening buscaba independizarse de su
predecesora, matar al padre (a la familia entera), y pagó el precio: aunque
logró mantenerse doce años en el aire, fue cancelada varias veces y nunca
obtuvo la fanaticada que necesitaba para trepar al estatus de programación estelar. (Lo mejor de Futurama, dicho sea de paso, fueron los
capítulos especiales que engendró, películas de una o dos horas que se podrían
contar entre lo mejor del género de la ciencia ficción. En especial aquella en
la que Philip J. Fry descubre, a través de viajes en el tiempo, cómo convertirse
en el hombre perfecto para Leela).
Y ahora, después de más de veinte años
sin producir material original, aparece una nueva creación de Matt Groening: Desencantada, una serie animada que
ocurre en una época medieval y fantástica. (Pausa) Yo también tenía mis dudas,
mis resentimientos, mis rollos no resueltos con la obra de Groenimg, pero después
de verla sólo puedo decir que sí, aunque nos hayamos distanciado en estos
últimos años, aunque hayamos pensado incluso en arrancarlo del todo de nuestras
vidas, aunque algunos hayan podido, de hecho, olvidarlo, Matt Groening sigue
siendo un hombre en el que se puede confiar.
Cuando uno lleva mucho tiempo admirando a
un creador, queriéndolo y hasta preocupándose por él, cuidándolo y defendiéndolo,
aprende a hacer concesiones, a perdonarle cosas, a mirar para otro lado cuando
éste se excede o se equivoca o pretende engañarnos; pero digamos que
eventualmente, tarde o temprano y trátese de quien se trate, hay que mirarlo a
los ojos, sacudirlo con fuerza y decirle una que otra verdad bajo amenaza de cambiar
de canal. Groening venía caminando sobre la pantalla del televisor como si
fuera un río congelado, a punto de rajarse en cualquier momento. Quizá por eso,
el estreno de su nueva serie fue discreto, casi virtual, sólo para creyentes. Y
sí, en cuanto supe que Desencantada existía,
me sentí en el compromiso de verla y pensé en tres posibles escenarios 1)
Odiarla, decir cosas como la época dorada
de Matt Groening pasó ya hace mucho, y seguir riéndome con los viejos capítulos
de Los Simpson noche a noche 2)
Odiarla y hacerme el loco y responder no,
todavía no la he visto, por solidaridad con el autor, por los buenos viejos
tiempos 3) Amarla y compartirla. Y
aquí estoy, amando, compartiendo.
Al centro de la historia está Bean (me
gusta pensar que le pusieron así por Frances Bean, la hija de Kurt Cobain), una
joven-adolescente que no quiere ser lo que es: una princesa heredera al trono. Su
condición de monarca no le interesa en lo absoluto, es más, la deprime, la
limita, la bajonea. Vive en un reino llamado La tierra de los sueños (su gran sueño, claro, es huir de ahí), en
lo alto de una torre, obvio, y en las noches se escapa del palacio para emborracharse
hasta la inconciencia, buscar broncas con vagabundos, besar al que se atreva a
besarla sabiendo quién es (casi todos sus amantes salen corriendo), o inventar
algún nuevo tipo de desastre. No quiere, como se supone, casarse con el
príncipe de otro reino para extender los dominios de su padre, el rey; lo que
quiere es pasearse ebria y desnuda por
el palacio sin que nadie la joda. Y algo más: sus mejores amigos son un elfo,
que está perdidamente enamorado de ella, y un demonio, que dice todas esas
cosas que dicen los demonios cuando se nos paran en el hombro y nos hablan al
oído.
Desencantada es una serie animada, sí, pero no una
comedia en la que las bromas se detonan una después de otra cada cinco
segundos; y sí, también, sucede en un ambiente de cuento de hadas, pero digamos
que lo que ha hecho Groening es contar este cuento como si no fuera para niños,
sin filtros, como si se tratara de un reality-show
pero, ya saben, sin tanta mentira. Los capítulos, además, están entrelazados
entre sí, sostienen una narrativa dividida en diez partes ordenadas
cronológicamente, así que no sirve verlos al azar: es todo o nada. Aquí hay sangre, sudor, lágrimas,
alucinógenos, hechicería, –quizás demasiado– alcohol, criaturas enfurecidas o
enamoradas. Y todas las desventuras del caso.
Durante una entrevista en la que le preguntaron
cómo era trabajar con Netflix, Matt Groening, sonriendo y quizá hasta pudoroso,
dijo que todavía no lo podía creer del todo: ellos te entregan el dinero, tú te
pones a trabajar, cambias de idea a medio camino y a ellos no les importa, te
dan un poco más de dinero, luego les entregas el producto terminado, y ya, no
hay ejecutivos encima diciéndote cómo hacer tu trabajo o cómo editar la serie
para que llegue a la mayor cantidad de audiencia posible. Sin Netflix, todo hay
que decirlo, fábulas alternativas como Desencantada
no tendrían dónde vivir, o quizás sí, encerradas en lo más alto de una
torre, donde pasarían la eternidad peinándose el pelo, esperando al príncipe que
vendrá a rescatarlas de un castillo para meterlas en otro.
A sus 64 años, Matt Groening pone en práctica
la maniobra más ambiciosa y peligrosa de su carrera, se la juega como si fuera
un veinteañero que está comenzando en el negocio y piensa que todo es posible. Se
nota, desde la primera escena, desde la primera toma, que Desencantada no vino a complacer a nadie ni a mendigar cariño de
nuestra parte. Ahí está. Es. Existe. Tómalo o déjalo. Salió de las manos de un artista
al que creíamos perdido, pero no, sólo tenía el caño del arma arrimado a la
sien, siempre dispuesto a morir en el intento para poder seguir viviendo.
PD: Ahora que sabes todo esto, saldrás corriendo
detrás de la princesa Bean para ofrecerle un tarro de cerveza y un corazón
hinchado, el tuyo.
(Mundo Diners)