9.24.2019

Todos estamos conectados


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La expresión Maldito Netflix debe ser una de las más usadas y abusadas de nuestros días. Digo, no es para tanto, ¿o sí? En todo caso, entiendo perfectamente a lo que se refiere porque yo también la uso con más frecuencia de la que quisiera o debería. Uno dice Maldito Netflix cuando, por ejemplo, perdió (o ganó, es relativo) un día y una noche o todo un fin de semana viendo, de nuevo, otra vez, capítulos de Friends que se sabe de memoria y que además vuelve a ver de manera aleatoria cada vez que aparecen en Warner Channel; uno dice Maldito Netflix cuando se quedó despierto un día de escuela hasta pasada la media noche para, por ejemplo, ver el estreno mundial de The Dirt, la biografía de Mötley Crüe que tanta ilusión trajo a nuestros corazones (el libro en el que se basó es una joya, en serio, de lo mejor que he leído en mi puta vida) y que luego lo quebró sin miramientos y que también volvimos a ver sin saber exactamente por qué; y uno dice Maldito Netflix cuando, por ejemplo, se queda colgado en algo oscuro y desconocido.

Me vendieron Dark como La Stranger Things alemana, es decir, una historia sobrenatural que sucede en un pueblo pequeño y más bien rural, pero en este caso más sofisticada y compleja, con el refinamiento (y la frialdad, todo hay que decirlo) propio de los europeos. O sea: si Stranger Things pudo fácilmente haber salido de una novela de Stephen King, Dark pudo honrosamente haber salido de un cuento de Borges: en este caso, y en todos los casos, el autor argentino cuenta como escritor universal, y si algún rasgo está definido en el carácter de Dark es su ADN borgeano. Y la gente que me la vendió, amigos en los que confío demasiado, de esos que no pierden su tiempo (o dicen que no lo pierden) volviendo a ver Friends, me advirtieron que había cosas, detalles de la trama, que no entendería, giros que me encontrarían distraído, conclusiones que me resultarían imposibles de concebir, cosas que sólo los elegidos, los illuminati, pueden realmente llegar a vislumbrar y disfrutar en su totalidad. ¿Hay que entenderlo todo para disfrutarlo? No: basta con sentir, con que te pasen cosas.

Dark parte con la desaparición de dos jóvenes adolescentes, y muy pronto, sin la vanidad de los que estiran el misterio hasta la propaganda, queda claro que los chicos no están perdidos físicamente, que no se han extraviado en el espacio sino en el tiempo. De ahí en adelante se establecen una serie de explicaciones sencillas y concretas para los viajes en el tiempo (y también comienzan a multiplicarse los casos y las décadas, separadas cada una por 33 años de diferencia) y se juega con la teoría de que los viajeros van y vienen de distintas épocas con el propósito inútil de cambiar el destino, algo que ni siquiera los que conocen bien el futuro pueden conseguir en sus exploraciones por el pasado. En Dark, no tiene sentido ocultarlo, hay una sola e inevitable y desoladora verdad: el tiempo es Dios, Dios es el tiempo, el tiempo es esa energía común que nos conecta a todos, es circular (borgeano) y como empieza donde y cuando termina tendrá que aniquilarnos para seguir existiendo en su orden natural. Más claro: el tiempo tiene que seguir pasando para que haya vida, algo que ya sabíamos pero que igual duele escuchar de nuevo.              

¿Volver al futuro para adultos? Sí, algo de eso hay (aparte de la mención obligatoria), sobre todo para los que crecimos pensando que en esas películas estaban los verdaderos evangelios, que lo que revelaban no era menos que las playas del paraíso, sólo para descubrir que del futuro que nos habían prometido sólo existe ahora lo malo. Por suerte Dark no está a cargo de un discípulo de Spielberg tipo J.J. Abrams, y no es que haya algo malo en eso (a medida que uno crece se da cuenta de que Spielberg es grande), sino que aquí los aparatos no merecen tanto espacio como las ramificaciones dramáticas y emocionales que van atrapando a los personajes de generación en generación. Dicen que si uno cuenta la historia de su aldea puede contar la historia del mundo, pues bien, eso es lo que se propone Dark, dejarnos ver cómo distintas familias relacionadas entre sí, todas vecinas de alguna manera, se enredan hasta crear un microcosmos que se extiende en el tiempo y que como todos algún día tendrá que quebrarse.          

Las preguntas que importan en Dark no tienen que ver con cuándo estamos cuando algo importante nos sucede, lo que sería lógico en una serie sobre viajes en el tiempo que implican consecuencias, sino con qué hacemos cuando aparece en nuestro camino un agujero que lo mismo puede tragarnos y destriparnos que conducirnos a un lugar mejor. ¿Obedecemos a la pasión o la sublevamos a la razón? ¿Tomamos ventaja cuando podemos o esperamos a los demás? ¿Puede mi sacrificio salvar a otro? ¿Debo sacrificarme? ¿Se puede esperar de la vida otra cosa, acaso superior, que la vida misma? Esto, claro, si es que fuésemos seres de voluntad libre que pueden hacer algo distinto a lo que el Dios tiempo tiene preparado para nosotros: según las leyes de Dark, tal cosa no es posible, todo sucederá tal cual tenga que suceder porque no hay otra forma de que suceda. El resto, como dicen, son papas y cebollas, momentos que pasan frente a nuestros ojos sin que nos demos cuenta y que se ponen uno encima del otro o debajo del otro hasta derrumbarse.         
Maldito Netflix, repito en voz alta mientras escucho el soundtrack de Dark: la música incidental me da miedo, me hace pensar que alguien puede estar aquí, en el cuarto en el que escribo, mirándome desde abajo de la cama o algo así, alguien que me dirá, en alemán, que escribir o dejar de hacerlo no cambiará mi suerte; los hits ochenteros y sus sintetizadores me recuerdan a los personajes adolescentes, que pierden la inocencia y deben iniciarse demasiado pronto en los ritos de la adultez; los temas metaleros me provocan la sensación de ir avanzando por este camino más rápido de lo que quisiera sabiendo que al fondo hay un muro con el que me voy a estrellar; las canciones más oscuras, más lentas, más darks, me recuerdan que crecer o madurar o envejecer no es garantía de nada, ni de sabiduría ni de nada, que quizá uno va por la vida sumando años pero que eso no significa que sepa qué hacer cuando llegue la hora cero. Maldito Netflix, lo que puede pasar cuando uno abandona su dieta de calorías vacías es un riesgo para la salud mental.

Todo está conectado, dice en el cartel de Dark. Si es así, si todos representamos un papel, si este caos sin sentido en el que nos revolvemos es en verdad una partitura, dejen que me rinda.      

(El Comercio) 

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