Definición de la palabra misantropía según la RAE: Aversión al trato con otras personas.
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Mi mamá (Dra. de aquí en adelante) me llama todos los días. Durante los primeros días de la cuarentena me llamaba por la tarde, a las cuatro, a las cinco, a las seis; pero ahora lo hace por la noche, a las ocho, a las nueve ¿Por qué?, porque, dice: Me estaba aguantando a ver si eras capaz de llamarme tú, muchacho, pero qué va, ¿por qué nunca me llamas? Y el diálogo, palabras-más-palabras-menos, continúa de la siguiente manera:
- Tú papá y yo estamos muy bien, digo, por si te interesa saberlo. – dice la Dra.
- Me alegro. Les mandé un documental por mail. ¿Lo vieron?
- ¡Qué documental! ¿No te interesa saber de nosotros? Tu papá es un hombre viejo. Y yo estoy entrando a una edad… peligrosa.
- Ya me dijiste que están bien.
- ¡Pero eres tú el que tiene que preguntar! ¿Por qué nunca me llamas?
- Porque siempre me llamas tú, o sea, de todas maneras terminamos hablando. Da igual.
- Lo que está pasando es gravísimo, yo estoy aterrada, y para colmo tu papá tiene que ir al trabajo. Pero ya le puse una bandeja con alcohol en la entrada para que deje los zapatos. ¿Estás viendo noticias?
- Lo normal. Televistazo, a las siete.
- ¡¿Nada más?! Hay reportes a cada rato, en todos los canales. Cada vez hay más contagiados. ¿No lo sabías?
- Por eso no veo más noticias, para no contagiarme.
- No hables tonteras, muchacho.
- …
- …
- …
- ¿Has hablado con tu abuela? – pregunta la Dra.
- Obvio.
- ¿Todos los días? El doctor Albuja dice que las personas ancianas se deprimen mucho en situaciones como ésta. Tienes que llamarla todos los días.
- La llamo pasando un día.
- Tienes que llamarla todos los días.
- No la voy a llamar todos los días.
- ¿Ah, no? ¿Y se puede saber por qué? ¿Te cae mal?
- Porque mi abuela será vieja, pero no es tonta. Si la llamo todos los días va a pensar que algo está mal conmigo o, peor, con ella. No voy a meterme en ese juego. Sorry.
- Qué lindo, ¿no? Perdona, ¿eres geriatra o psicólogo?
- Periodista. Pero tengo alma de viejo y he visto tantos psicólogos que ya me sé cómo es la vuelta.
- …
- ¿Viste el documental? – pregunto yo – Es anti-Correa, te va a encantar.
- No todavía. Tu papá sí lo vio, dice que es muy largo, pero que tiene bastante información. Si es contra ese hombre lo voy a ver esta noche, después de las noticias.
- Pero, ojo, lo hizo un amigo que trabajó en la campaña de Lasso. O sea, no es lo más objetivo del mundo.
- No me importa.
- Oye, Doctora, si la segunda vuelta fuera Lasso-Nebot, ¿por cuál votas?
- Por el que odie más a Correa. Ese es mi candidato, sea quien sea.
- [Me río] Bacán.
- …
- …
- ¿Tienes comida? – pregunta la Dra.
- Un buffet.
- ¿Ropa limpia?
- Limpia y sucia. Estoy surtido.
- ¿Vitamina C?, ¿alcohol?, ¿gel? Ahí te dejé dos mascarillas.
- Tengo todo, no te preocupes.
- ¡¿Cómo no me voy a preocupar?! Es que tú no ves noticias, pero ya hay como 800 casos.
- ¿En Samborondón?
- En todo el país, tonto. Ya no sé qué más hacer para proteger a tu abuela, ¿qué más hago?
- (Esto me rompe el alma: La Doctora, que es hija única, sufriendo por su madre como si fuera su hija) Lo mismo que estás haciendo todos los días. Tú tranqui. Vamos como dicen en Alcohólicos Anónimos: un día a la vez.
- Mira quién habla.
- ¿Te acuerdas de esa peli?
- …
- …
- Si esto se pone peor vas a tener que venir tú a cuidarnos. – dice la Dra.
- No hay vuelos, ni buses, ¿acaso no ves noticias?
- Te vienes en el carro.
- No está matriculado.
- Ahorita nadie te va a pedir papeles, estamos en emergencia. Te vienes, ¿me oíste?
- De pronto, como dice la abuela, Dios se acuerda de mí y me lleva primero.
- ¡Ay, muchacho! Eres como… como… no sé… como desnaturalizado.
- [That’s my cue] Bueno, me voy. Hablamos mañana, ¿ya?
- ¿Vas a ver noticias?
- No. Betty, la fea. Está buenísima. Parece Shakespeare, onda Macbeth.
- Tú viendo novelas y yo que no puedo dormir de la preocupación.
- Tómate un Rivotril.
- ¿Eso es lo que tomas tú?
- Balance en cada miligramo.
- Pero eso sólo se consigue con receta.
- Entonces tómate una botella de vino en la merienda, con mi papá.
- Estás loco. Al otro día me duele la cabeza.
- Eso es fácil de solucionar. Te tomas otra en el desayuno, con mi papá.
- ¡Contigo no se puede hablar!
- Siempre a la orden.
- ¿Me vas a llamar mañana?
- Obvio.
Como podrán notar, La Dra. piensa que mañana nos vamos a morir todos: tú, yo, Tom Hanks, Roger Federer, Nicole Kidman, Trump, Kim Jong-un, mi abuela, TODOS. Pero, sin restarle importancia a la crisis que atravesamos, la suya no es una opinión exactamente profesional. Yo le digo Doctora porque, desde que tengo quince años, me trata como si estuviera loco: entonces me parece civil devolverle el gesto.
Mi papá, en cambio, sabe que contesto los mails enseguida y me escribe por ahí. En su última misiva me dijo, Me gustó tu último artículo (usó esa palabra: artículo) en el blog, a tu mamá no, pero me parece que no son necesarias las malas palabras, no ayudan ni sostienen el relato. Le pregunté si ya le había mostrado el documental a La Dra., el documental que él ya había visto, y me contestó, No todavía. Y pensé en mis amigos casados cuando me dicen, Loco, nunca te cases. Y en mis amigas casadas cuando me dicen Loco, nunca tengas hijos. O sea, nunca te cases, pero NUNCA tengas hijos.
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Guayaquil es una película con guión de Pasolini dirigida por John Carpenter (el fin del mundo será una cinta B, qué alivio). Y no entiendo por qué la gente se sorprende tanto de que justo en La Perla del Pacífico haya la mayor cantidad de contagiados en todo el país y se encuentren en los extremos de la ciudad y de la sociedad: de Samborondón al Guasmo, de la Isla Mocolí a la Isla Trinitaria.
Me asomo a la ventana y mi barrio, que por lo general parece Little Manhattan, está diáfano: dos o tres personas en la calle, un par de motorizados de Glovo, un par de taxis, gente con mascarillas y guantes caminando bajo este sol primaveral. En Quito la gente se está quedando en casa. Lo que quiere decir que a lo mucho la narrativa serrana da para otra película de Noah Baumbach sobre una familia que se destruye confinada en su apartamento y que sabe, porque lo sabe, que todo podría mejorar si alguien sale y da una vuelta a la cuadra pero, serranos como somos (me incluyo, porque cada vez que vuelvo a Rock City me doy cuenta, con vergüenza, de lo mucho que me he aserranado y pienso, martirizado, si debería o no volver al caribe y gastarme lo que me queda de vida como un animal tropical), no lo haremos porque obedecemos a Otto, a quien, dicho sea de paso, también odiamos. Así las cosas, la película se financiaría con fondos europeos (y ya sabemos que cuando los europeos financian una película sudaka pues nada bueno puede salir de ahí), su afiche se llenaría con los laureles de los festivales de Berlín, Cannes y, obvio, La Habana (la fiesta de premiación sería en el Hotel Nacional y los cineastas latinoamericanos, mojito en mano, dirían, Qué gran país es este, qué gente tan linda, tan culta: claro, porque tú no vives ahí, no llevas 50 años comiendo frijoles, recibes los tragos -gratis- de un mesero y luego, de regreso en Quito, como estás cansado por el viaje y qué pereza cocinar, pides Domino's a domicilio), pero la taquilla sería pobre en todos los cines del Ecuador con la excepción del Ochoymedio, donde los hípsters de La Floresta la verían con una copa de vino tinto en la mano y la compararían, de nuevo, otra vez, con Escenas de un matrimonio, de Bergman (esa sí, la mejor película jamás filmada sobre la vida en pareja).
La narrativa guayaca sería completamente distinta. Tan amplia y llena de posibilidades que, habiendo dicho lo dicho, la podrían escribir también Charlie Kaufman o Seth Rogen y la podrían dirigir también tanto Tarantino como JJ Abrams (una cinta AAA). Estamos hablando de la ciudad más poblada del país, la capital de la costa, en la que por más de veinte años (dos décadas) ha gobernado un partido que lleva por nombre SOCIAL CRISTIANO (y no diré más porque no hace falta); cuya alcaldesa prohibió el aterrizaje de un avión europeo con fines humanitarios bloqueando la pista del aeropuerto con camionetas blancas (GRAN escena) y acto seguido anunció que estaba contagiada de CV19 (hay gente que gasta cientos de miles de dólares en universidades Ivy League para aprender a escribir un twist de ese calibre); una ciudad en la que, durante el paro de octubre pasado, mientras en Quito las masas enfrentaban la represión policial y engrosaban la marcha indígena (no estuve del todo de acuerdo con eso, pero ya hablaremos del tema), cerraba los puentes para que los indios no llegaran al reino de Guayas y Quil (que, por si acaso, no eran europeos) y daba la espalda a los que, ni cojudos, aprovecharon para saquear tiendas porque a quién se le ocurre pensar en ideologías cuando puedes llevarte un LG de mil pulgadas a caleta, o sea, ¡habla serio, maricón!; una ciudad cuyo equipo de fútbol insigne (y todo bien, un solo ídolo) es demandado diariamente, y por sumas millonarias, por jugadores impagos; una ciudad que, en 1988, en una entrevista concedida a Francisco Febres Cordero, Alfredo Pareja Diezcanseco definió con estas palabras: Ahora es una gran ciudad, no diré de entontecidos por el dinero como dijo Blasco Peñaherrera, sino de enloquecidos por el dinero, como dijo Carlos Julio Arosemena Monroy; una ciudad donde se comen los mejores cangrejos del mundo (aguante Ochipinti); una ciudad donde yo, con estos ojos que se volverán cenizas (porque a mí no me van a enterrar, jódanse), he visto a las mujeres más hermosas del país y he sufrido por ellas; la ciudad que parió a Los Ultratumba, la mejor banda de punk del Ecuador; la ciudad donde, al parecer, brotan las mejores escritoras de nuestra generación; la ciudad que inventó la farándula nacional y el concepto de famoso (en Quito, me acuerdo, trataron de armar una corresponsalía del célebre Vamos con todo, pero, para decirlo de la forma más amable, no les dio la raza) una ciudad que parece inventada, que parece un set lleno de personajes porque cuando uno escucha hablar a un guayaco piensa que tiene a su disposición un guionista privado, un personal trainer de la labia que trabaja 25/8. Una ciudad preciosa.
Esos manes no se van a quedar en caleta. O sea… Ayer, en una entrevista con Andrés Carrión (que la Dra. me dijo que viera, obvio), Otto contó ésta historia. Un chico se contagió en una fiesta de graduación, y cuando le preguntaron al padre, si ya estábamos en emergencia, ¿por qué lo mandó?, el señor respondió, porque ya había pagado la cuota. Otra GRAN escena que seguro se multiplicó en matrimonios, cumpleaños, bautizos, aniversarios, clubs del libro, clubs de jardinería (sugiero, humildemente, una secuencia de montaje que muestre todo esto en paralelo, guayacos aniñados, gente guapa -que lo son- bailando Bad Bunny en distintas fiestas) Es más, todo esto puede empezar con dos guayacos de vacaciones en Venecia que, ya conscientes de la pandemia insurgente, se contagian a propósito para luego contagiar a su personal doméstico (que anda en bus dos horas al día, que no puede darse el lujo de encerrase en una casa y tomar dos metros de distancia con el otro porque simplemente no entran) y deshacerse de un buen porcentaje de pobres (no de todos porque, se sabe, los ricos no pueden vivir sin los pobres). Y Otto declara la emergencia y se arma, primero, el feriado, un gran carnaval en calles abiertas y urbanizaciones cerradas donde se toma en iguales cantidades Pedrito Coco y Dom Pérignon; y, segundo, lo que en mi pueblo se conoce como el coge culo: la policía desarticulando las fiestas callejeras (borrachos asesinados a bala que mueren con la botella en la mano, verdaderos héroes); militares en la puerta de cada casa de cada urbanización para asegurarse de que nadie salga, recibiendo insultos del tipo A mí no me vas a decir qué hacer, cholo hijueputa. Cuando estamos en un restaurante, al final de la comida, mis amigos guayacos, sin regresar a mirar al mesero, dicen, Flaco, llévate esto; así, ni por favor ni gracias. Son gente linda, educada en las mejores universidades, en el seno de las familias más distinguidas ¿Les ha pasado?
Esa película no empezaría con un logo de Hubert Bals o Ibermedia porque no necesitaría, como el resto de nosotros, mendigar fondos europeos rezando para que ese guiso caiga en nuestra carpeta de producción y no en la del careverga de Bolivia que tiene su proyecto sobre cocaleros explotados o en la de la mexicana justiciera que quiere filmar la historia de una familia salvadoreña (dos adultos, un niño, una bebé recién nacida) que caminó cinco semanas hasta Tijuana para llegar a la frontera con Trump; sino que empezaría con el logo de la 20th Century Fox o de la Universal Pictures, esa película la va a romper en el Mall del Sol y en Riocentro Los Ceibos y en el San Marino y capaz hasta se estrena paralelamente en Netflix. Pero, evidentemente, será la otra, la serrana, la elegida para representar al Ecuador en la carrera por el Óscar. El centralismo también se aplica a la cultura, you know?
Vamos Guayaquil. Guayaquil de mis amores. Guayaquil, mi amor. Ustedes están en la pelea más dura porque están peleando contra ustedes mismos y en esa pelea sólo puede haber un ganador o un perdedor: your choice. Además, tienen al país, tan solidario como es costumbre, en su contra. Pero ustedes pueden. Si Guayaquil es tu destino, que no sea el último.
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Ok. Esto ya está demasiado largo y aún no hablo sobre lo que quería, mi misantropía. Pero antes, algo más, por ahora, de manera muy breve. Estudié Cine y Video en la Universidad San Francisco de Quito, y es, hasta el día de hoy, la única experiencia académica que he disfrutado en la vida. Pero estoy a punto de escribirle una carta a Santiago Gangotena, fundador y canciller de la USFQ, para pedirle un reembolso completo, con intereses retroactivos que se ajusten a los valores de la economía actual. Porque en esa universidad debieron haberme obligado a deconstruir y analizar a profundidad, hasta darme cuenta de cómo funcionan en verdad los engranajes de la narrativa audiovisual (es decir, cómo funciona la vida misma, porque ese es el trabajo de un escritor: descubrir cómo funciona la vida), la obra del colombiano Fernando Gaitán, cuyo rostro, dicho sea de paso, debería estar estampado en los billetes del hermano país del norte tal cual el de García Márquez. Y con esto quiero decir cuatro años de carrera concentrados en sus tres clásicos, Café con aroma de mujer (1994), Yo soy Betty, la fea (1999) y A corazón abierto (2010). Si mis profesores, al menos los de guión, lo hubieran hecho, yo ahora tendría más plata que los de EnchufeTV, y, ¿no es para eso que uno va a la universidad? (¡NO!, uno va a la universidad para aprender a pensar, porque esa es la única forma de ser más generosos y comprensivos con el otro, la única forma de ser buenos, pero eso se los explicará, en inglés y en español, David Foster Wallace al final de este post) En fin, si uno ve las telenovelas de Gaitán no sólo se puede convertir en mejor escritor sino que, si las mira en serio, con compromiso y militancia, perdonando o mejor dicho entendiendo cómo quebrar las inquebrantables reglas del género, capaz hasta termine siendo mejor persona: y ése es el propósito final del arte, ¿no? Pero no, en la USFQf me enseñaron a ver Buñuel y Hitchcock y Fellini y Kubrick y Polanski y el infumable Tarkovski y Kurosawa y ahora estoy aquí, escribiendo entradas en un blog que nadie lee… y gratis.
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Una vez, post Nobel, le hicieron al ya mencionado García Márquez la siguiente pregunta: ¿Cuál es su sueño? Y él respondió: Escribir sin que nadie me joda. Esto es lo que respondo yo cuando mis amigas, sobre todo mis amigas (que, se me hace, toman turnos cual enfermeras para chequearme) me llaman y me preguntan, tratando de disimular la preocupación, ¿cómo estás?
Esa preocupación no es gratuita. Alguien con mis antecedentes, depresión, aislamiento social, abuso de sustancias legales e ilegales (ambas altamente recomendadas por éste, su seguro servidor), que vive completamente solo y se ha aprovisionado con la cantidad suficiente de ansiolíticos para no tener que volver al psiquiatra durante por lo menos tres meses o, quién sabe, nunca más, entra en la demográfica vulnerable en un estado de excepción que tiene al país entero en cuarentena porque, chucha, ¡vive solo y ahora no hay ni cómo ir a visitarlo!
Nadie parece recordar, y eso es culpa mía, que soy misántropo por naturaleza y el encierro no es nada nuevo para mí. Al contrario, es un estilo de vida, es mi estilo de vida.
Ayer hablé durante poco más de una hora con una amiga tan o más misántropa que yo, que está sufriendo porque, dice, comienza a extrañar el mundo exterior. Luego de un diálogo del más alto nivel, llegamos a esta conclusión: un misántropo está en la obligación de salir de casa, al menos los fines de semana, no tanto por una cuestión de salud mental sino de reafirmación de principios. Me explico: el misántropo, cuestionador y overthinker como es, se pregunta diariamente si está haciendo lo correcto al vivir encerrado, si no sería mejor llamar a esas amigas que tanto se preocupan por él y salir a cenar; o invitar al depar a esa man que le mandó esas fotos por chat con el plan de peliculear; o visitar a ese matrimonio-joven-aún que siempre necesita de un tercero y fumar el pipazo de la paz escuchando Prince (más del artista en otro post, por ahora, sólo les recuerdo que Descartes dijo, Pienso, luego existo; y Prince, siglos después, respondió, I Rock, Therefore I Am) Pero al final de estas excursiones, por más bien que el misántropo la pase, por más que se ría y fume y peliculee, confirma que siempre ha estado en lo cierto y vuelve a su cueva. En mi caso, a los libros y a la compu y a la tele y a la bici y a mis Mac & Cheese con salchichas alemanas porque, sí, es verdad, el mundo exterior no es la gran cosa. Aunque en estos días de forzada quietud se ve tan ordenado, tan puro, tan apetecible que hasta dan ganas de. No soy verde. No ando por ahí promulgando el uso de bolsas de tela. Hago lo que puedo: reciclo, genero poca basura, me muevo en bici. Es más, odio a la gente que usa la palabra Pachamama y odio más a los músicos que le hacen canciones al agua, pero es evidente que el planeta no nos necesita.
Amigas, hermanas, madres, porque ustedes lo han sido todo para mí y, como canta Manzanero, Olvidaba decir que te amo, con toda la fuerza que el alma me da, sepan que estoy bien. Extraño verlas y abrazarlas y echarnos en la cama a ver tele. Extraño el sushi y las galletas de avena del Cassolette y esos sitios que sólo ustedes conocen. Pero, hey, hay gente que extraña comer.
Me cuesta escribir esto sabiendo que la mayoría de ecuatorianos, los que viven de su trabajo diario, de lo que pueden reunir vendiendo jugos en la calle, cigarrillos en una esquina o limpiando parabrisas (a los que yo he despreciado mil veces), los que no tienen capacidad de ahorro y no solucionan la semana pasando por un cajero automático antes de ir al Mega, están atravesando una pesadilla que ni Otto ni nadie puede realmente solucionar, y que son los más expuestos y vulnerables porque no se pueden quedar quietos, porque a ellos no se les puede aplicar con rigor el #quedatencasa porque hay que apostar a ver qué te toca: morir contagiado o morir de hambre. Con todo esto en la cabeza y en el pecho, me cuesta decir que yo vivo un sueño, el sueño de Gabo, que ni siquiera es mi escritor favorito ni mucho menos, aunque leo El amor en los tiempos del cólera una vez al año y por eso, como dicen ustedes, me va como me va. Pero, insisto, estoy bien.
(Qué gran escena, en la película serrana, sería que JFA, amigo de la familia que se está deshaciendo encerrada en su apartamento, publique esto -estoy bien- y no vuelva a publicar más porque, días después, aparece tirado en la sala de su propio apartamento, tieso, con noventa ansiolíticos todavía disolviéndose en su estómago. Mientras por encima Kurt Cobain canta, And I swear that I don’t have a gun / No I don’t have a gun).
So… Si evado las teleconferencias es por dos razones. 1) Mi rutina es sólida, estoy en un momento muy productivo, y quiero/necesito aprovecharlo: voy al gym, camello en la revista, escribo o trato de escribir, leo full, veo Betty y trato de drenar todo lo que pueda de Gaitán; me alimento sanamente dentro lo posible, tengo vitamina C y paracetamol a la mano. 2) Prefiero hablar con ustedes por separado; así, A me dice, Desde que B encontró al Señor está insoportable, loca, lo-ca, ahora reza y se quiere casar con un banquero; B me dice, pobrecita A, me da pena, casada con ese viejo ridículo y chiro que se cree rockero; y C me dice, Ay, íntima, no sé cuántas teleconferencias más me pueda aguantar con A y B, qué bestia, qué intensidad. Y yo sueño con ustedes tres preguntándose, ¿Quién le va a decir a JF que no tiene talento? Ahí está, como dicen en mi pueblo, el condumio, el juguito, no en esas teleconferencias tipo ONU que terminan siempre con eso de, Te amo, hermosa!!! Porque pocas cosas hay tan bellas y nutritivas para un escritor como escuchar a una mujer hermosa hablar cariñosamente mal de otra mujer hermosa. Gracias por eso. Keep Up The Good Work!
Y ya. Se me fue la mano, literalmente. Sólo recuerden esa escena de Stardust Memories (la mejor película de Woody Allen; la que más quiero es Annie Hall, pero Stardust Memories es la mejor) en la que Woody se encuentra con los extraterrestres y les pregunta, ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿qué debo hacer yo con la mía?, ¿tiene sentido buscarle sentido a la vida? Y los aliens-retro le responden, Estás haciendo las preguntas equivocadas. Eres comediante. Cuenta mejores chistes. Eso es lo que yo estoy tratando de hacer. Escribir mejor. Fracasar mejor, como diría Beckett. Ayudar. En este momento, ésta es mi mano abierta.
3 comentarios:
"hablas demasiado" Jotaefe, pero suena bien.
Para servirte...
Oye loco. Cuando escribes sobre Star Trek. O los gatos pizza Samurai. A fin de cuentas, todo da para reflexionar. Salud !
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