4.30.2009

Más allá no hay nada


La cantina está o debería estar en Tijuana. Borderline. Cerca del peligro, de las camionetas y los perros salvajes de la migra. Posiblemente se llama El Perico Tieso, o algo mejor. La temperatura bordea los veinte grados centígrados, pero la sensación térmica es otra. Hace calor y estamos calientes. No somos muchos, somos los suficientes. Somos los que estamos. El lugar es pequeño. Del techo cuelgan tres ventiladores tipo hélice. Sólo uno funciona. Cero drama. Las cervezas, Corona y Tecate, ruedan de un lado para el otro. Los shots de tequila blanco van poblando las mesas. La mesera se llama Rosa. Su esposo está preso, acusado de secuestro. Ella dice que saldrá pronto y que se van a casar. Y todos brindamos por los novios.


Richard Gere está sentado a una mesa del lado derecho de la cantina, lo acompañan dos mujeres demasiado maquilladas y demasiado botoxeadas que le dicen a la gente que él no es quien es, mientras tanto, Richard Gere se hace el desentendido y acaricia el lomo de un perro. Christian Bale vuelve a decir lo mismo: no era yo, era John Connor, tienen que entender que estaba en personaje, soy un actor, I can’t believe this fucking shit followed me down here! El pequeño Marcus Carl Franklin, que se ha estirado una barbaridad, está en otra, después de todo, está en México y puede beber y las chavas lo persiguen. Ben Whishaw recita poemas de Arthur Rimbaud y le regala frasquitos de perfume a quienes se detienen un momento para escucharlo. No importa cuánto se lo pidan, no lo hará, Cate Blanchett no se pondrá una media entre las piernas para mostrarle a la afición como camina un hombre de verdad. Cate Blanchett no es una freak de circo. Cate Blanchett se pone más guapa cada vez que la ves. Alguien pregunta why so serious? y el cariño vuelve en forma de recuerdo. Rodrigo Fresán y Ray Loriga están de pie frente al estrecho escenario, mirando los instrumentos, los ampis, los pedales, los cables, lo miran todo y apuntan marcas, modelos y números de serie. Se nota que Loriga es mi querido Watson porque Fresán es tan alto que sólo se lo puede ver desde abajo. Parados alrededor de una rocola destartalada que suelta temas de Los Lobos están Todd Haynes, David Fricke y Nick Hornby, en pleno concurso de trivia, el que pierda va a tener que arrastrarse de la borrachera. Andrés Calamaro toma mate arrimado a la barra, tranqui, relax, en la más todos saldremos vivos de aquí. Tal vez, no puedo asegurarlo. Pero si salimos, seremos mejores, que no quepa la menor duda. Keith Richards bota humo por la boca y le dice a Martin Scorsese que, aunque no terminó de verla, Los Infiltrados es un peliculón y que por favor se suelte el nudo de la corbata y tenga la decencia de mandarse un trago como Dios manda, que para eso tiene sangre italiana. El rumor es que Joan Baez vendrá cuando la tocada haya empezado y se marchará antes de que termine, dicen que siempre hace lo mismo. Jack White se da cuenta de que la verdadera conquista es esta, estar aquí y ahora, be here now, el ala de su sombrero esconde sus ojos, lo que no quiere decir que estén cerrados, todo lo contrario, más bien. Sebastián Cordero se ataja un shot de mezcal, dice que ya encargó por amazon la edición triple: el álbum, the lost interview con Roy Silver y un capítulo entero del Theme Time Radio Hour. Me cuenta, en corto, que una vez abandonó un rodaje antes de tiempo para poder llegar a una escala del Never Ending Tour en otro continente. Este man sabe establecer bien las prioridades, puedo confiar en él, concluyo.


Yo estoy sentado justo en el centro, en la mitad de la cantina, con Miguel “Mickey Ramone” Pazmiño y Luis Alberto “Dr. Lou” Borja. Ya van dos cervezas y un tequila, las nubes que nublaban mi pensamiento se han ido y el panorama está despejado. Puedo ver el futuro: todo bien. Jolene se acerca con una copa de champaña en su mano, se sienta en mis piernas y me dice que si bien things have changed, she still cares, she still gives a shit about all this. Le canto al oído Jolene, baby, I am the King and you are the Queen. Las luces se apagan, se hace un silencio y los corazones, se nota, se saltan un latido. Bob Dylan canta Beyond Here Lies Nothin y no se equivoca. Dylan cumplirá 68 el próximo 24 de mayo. No sabe que aquí, en tierra Azteca, Roy Orbison y Tom Petty le han organizado una fiesta sorpresa, un after party con todas las de la ley. Alicia Keys y Norah Jones saldrán de un pastel enorme. El nuevo disco de Bob Dylan se llama Together Through Life y, como siempre, es el mejor disco de Bob Dylan. Together Through Life. En esas estamos: juntos.










4.27.2009

Un ángel en guardia


El Telégrafo me invitó a comentar un libro para una pequeña sección llamada “El clásico” que aparece los sábados. Como su nombre lo indica, el libro tiene que tener sus años y me imagino que también su prestigio. En teoría, cualquier cosa que supere los veinticinco años de vida se convierte automáticamente en un clásico, así que me guié por eso y la elección me tomó como medio segundo, o menos: The Catcher in the Rye (a.k.a. El guardián entre el centeno).


Debo confesar que llegué tarde. Acá, en Quito, y entiendo que también en Guayaquil y en el resto de ciudades medianamente civilizadas del mundo, el Catcher es material pedagógico, un libro que te obligan a leer en los colegios de clase media alta. En Portoviejo no pasa lo mismo. A mí me obligaron a leer cosas que desprecio con el alma o que pasaron totalmente desapercibidas por debajo de mi radar. Algunas de esas cosas, seguro, eran decentes, buenas, brillantes, pero no me lo supieron decir y no enganché con nada. El caso es que leí Catcher tarde, puede que haya sido durante mi último año de universidad o después, lo que lo hace aún peor. Amigos quiteños que lo leyeron en secundaria me han dicho que cuando uno crece el libro deja de importar tanto, o sea, que está bien y es necesario en cierta etapa, pero que no tiene mucho que ver con la vida real. No creo. No les creo. Lo que creo es que no puede haber vida real sin el Catcher. No estoy bromeando.


Holden Caulfield es una mezcla de rebeldía y sensibilidad. Tiene que ver, por ejemplo, con James Dean y con todo lo que Dean representó y sigue representando. De hecho, ambos debutaron el mismo año. En 1951 apareció oficialmente la primera novela de J. D. Salinger y apareció también, por primera vez en la pantalla chica, el joven Dean. Desde entonces, HC ha sido como el primo mayor de todos los que decidieron pelearla a su manera. Lennon, Cobain y hasta el colombiano Andrés Caicedo tienen algo de HC en su ADN.

Hay libros que llegan, que te llegan de una y aterrizan en tu sistema para instalar una base. Ahora leo Catcher una vez al año y ni me he vuelto loco (es una manera de ponerlo) ni tengo ganas de matar a alguien. Es más, me siento bien. Es mucho más, ahora que he vuelto a leerlo me siento increíble, de lo mejor, a full. Catcher me da fuerzas, me recarga las baterías y me recuerda que no todo está perdido. En este mundo lleno de farsantes dispuestos a venderse y a cambiar de moral las veces que sea necesario, donde la gente se muere por ser cool, por tener onda aunque no sea la propia, por ser parte de la movida así no sepan los movimientos, por estar conectados las veinticuatro horas del día para estar en todas y no perderse ni una cambiada de llanta, es bueno saber que, pase lo que pase y mal y que mal, Catcher se sigue leyendo y sigue sumando votos aliados.



Acá va lo que escribí para El Telégrafo, se publicó el sábado pasado (25/04/09). Pude haber escrito harto más, obvio, pero los periódicos tienen sus medidas y cuando uno acepta colaborar está aceptando los límites del formato. Releyendo, cacho que no me porté muy analítico ni muy formal que digamos. Me pudo el feeling, más claro. Pero estos lujos hay que dárselos porque son justamente los que hacen la vida más llevadera. Hay que divertirse, hablar bien de los amigos y de la gente que uno quiere, si no, para qué se mete uno en estos líos.


El rock antes del rock. El punk mucho antes del punk. El grunge muchísimo antes del grunge. El guardián entre el centeno, de alguna o varias formas, inventó la adolescencia y, lo más importante, le puso actitud. Antes de Holden Caulfield, el personaje principal de la novela, no había nada o casi nada. La juventud era como la sala de espera en un aeropuerto internacional, un sitio donde se quemaban largas horas antes de abordar, con responsabilidad y cordura, la adultez. Para Holden la vida adulta es lo que viene después de la cima: el largo camino hacia abajo.

Es un libro pequeño, corto, que te da duro y en la cara, como corresponde. Llegas al final tendido en la lona, KO, con una sonrisa que te atraviesa el rostro entero. Entiendes que no estás solo, que no eres el único que se siente raro, aparte, fuera de foco y de sitio. Aunque no hay forma de saber si ganaremos, podemos pelear, y eso es bastante. Tal vez esa lucha sea todo lo que necesitemos, tal vez. Holden es un chico sensible, un adolescente que adolece y no por eso deja de tener su estilo ni de hacer las cosas a su manera. Lo acaban de echar del colegio, un colegio aniñado. No es la primera vez. Para encontrar soluciones hay que buscar problemas. Y a los ojos del mundo éste es un chico problema al que hay que enderezar o, de plano, erradicar como si de una epidemia se tratase. La gente no puede comprender que un joven de buena familia, teniéndolo todo, vaya por ahí desconectado, solo, sin el más mínimo interés por convertirse en una persona decente y productiva. Todo lo que Holden quiere es la verdad, el resto no le interesa demasiado. Holden Caulfield no es cool, es mejor que eso, es genuino, real. Está lleno de prejuicios y es irónico cada vez que puede, pero tiene el corazón entero y eso es más de lo que puedo decir de mucha gente.



Anyway, I keep picturing all these little kids playing some game in this big field of rye and all. Thousands of little kids, and nobody’s around – nobody big, I mean – except me. And I’m standing on the edge of some crazy cliff. What I have to do, I have to catch everybody if the start to go over the cliff. I mean if they’re running and they don’t look where they’re going I have to come out from somewhere and catch them. That’s all I’d do all day. I’d just be the catcher in the rye and all. I know it’s crazy, but that’s the only thing I’d really like to be. I know it’s crazy.

What I’d do, I figured, I’d go down to the Holland Tunnel and bum a ride, and then I’d bum another one, and another one, and another one, and in a few days I’d be somewhere out West where it was very pretty and sunny and where nobody’d know me and I’d get a job. I figured I could get a job at a filling station somewhere, putting gas and oil in peoples’s cars. I didn’t care what kind of job it was, though. Just so people didn’t know me and I didn’t know anybody. I thought what I’d do was, I’d pretend I was one of those deaf-mutes. That way I wouldn’t have to have any goddam stupid useless conversations with anybody. If anybody wanted to tell me something, they’d have to write it on piece of paper and shove it over to me. They’d get bored as hell doing that after a while, and then I’d be through with having conversations for the rest of my life. Everybody’d think I was just a poor deaf-mute bastard and they’d leave me alone. They’d let me put gas and oil in their stupid cars, and they’d pay me a salary and all for it, and I’d build me a little cabin somewhere with the dough I made and live there for the rest of my life. I’d build it right near the woods, but not right in them, because I’d wanted to be sunny as hell all the time. I’d cook all my own food, and later on, if I wanted to get married or something, I’d meet this beautiful girl that was also a deaf-mute and we’d get married. She’d come and live in my cabin with me, and if she wanted to say anything to me, she’d have to write on a goddam piece of paper, like everybody else. If we had any children, we’d hide them somewhere. We could buy them a lot of books ant teach them how to read and write by ourselves.

It’s funny. Don’t ever tell anybody anything. If you do, you start missing everybody.


4.23.2009

Estaba en llamas cuando me acosté


Synecdoche, New York es la primera película escrita y dirigida por Charlie Kaufman, también guionista de Being John Malcovich, Adaptation, Confessions of a Dangerous Mind y Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Hay un antes y un después de CK, creo. Desde que este escritor que empezó escribiendo episodios para comedias de tv se metió al cine, todo el alcance de las palabras pre imágenes ha ganado peso, importancia, poder. CK no es cualquier guionista. Uno sabe perfectamente, para bien y para mal, cuando está viendo algo escrito por él y eso, alcanzar ese nivel de personalidad y presencia, es lo que todos los escritores persiguen y casi ninguno alcanza. SNY no es una película perfecta ni redonda, ni si quiera es una película que funcione del todo. SNY falla, se jala, se embala y se va de largo para no volver. Lo mismo le pasa a su personaje principal y por eso esta es, sin duda, la obra maestra de CK.


Caden Cotard, en las carnes de un Philip Seymour Hoffman que lo entrega todo, es un director de teatro que no puede controlar su vida y, acaso como premio consuelo, trata de controlar el arte que produce. Su esposa lo deja para irse a Berlín y ser una exitosa pintora de miniaturas. Esto no es lo peor, lo peor es que se lleva a su pequeña hija y que el futuro de las dos estará irremediablemente separado del suyo. Caden está solo, enfermo, desintegrándose poco a poco y lo único que se le ocurre para combatir su soledad, es construir, bajo el techo de un hangar, una réplica tamaño natural de la ciudad de Nueva York. Bajo este techo, en medio de esta escenografía, transcurre la gran obra de Caden: su propia vida. De pronto, Caden tiene la esperanza de que, siguiendo un guión, una estructura, su vida tenga algún sentido y se dirija finalmente hacia el lugar correcto. Nada que ver. Imposible. La vida es la vida y el arte es el arte y no puedes esperar que tu vida se arregle trabajando en tu arte. Pasan cincuenta años. La vida y la obra de Caden pierden sentido, dirección, cordura. Y con la película sucede exactamente lo mismo. Tras una primera hora nada menos que magistral, las cosas se dispersan, se enredan, se mueven hasta quedar fuera de foco y de pronto estamos metidos en un remolino que no tiene más destino que la destrucción.



SNY no es fácil, nada fácil. No es una película que se pueda cachar a la primera ni disfrutarse de principio a fin sin la tentación de abandonar el barco. La vi con tres personas más: una se fue diciendo “no aguanto más”, otra se quedó dormida y la tercera me dijo que esto que estoy escribiendo ahora es inútil y medio fanboy, que a CK simplemente no le salió, punto. Entiendo los argumentos y las reacciones, pero SNY tiene algo que sólo las grandes películas tienen: valor, el valor que hace falta para llevar una idea hasta las últimas consecuencias, cruzando el límite de lo permitido y de lo socialmente aceptable. Muchos directores se hubieran orinado encima ante la posibilidad de dirigirla, hubiesen temido por el futuro de sus carreras, por el brillo de su prestigio y por su reputación que igual siempre está, y debe estar, en juego. CK no. CK pone su mirada por encima de la función básica del cine que es entretener. Pero es que la vida de Caden, pasado un determinado número de kilómetros, ya no es entretenida y la película decide tampoco serlo sino. Para muchos, esto es un pecado, para otros, una obligación. Lo que CK ha hecho esta vez es, como lo veo y lo siento, más que una película con actuaciones superdotadas, escenarios increíbles y una música que te exprime, una instalación, un objeto que tiene vida propia, algo físico y conceptual que no nos necesita para llegar hacia donde quiere ir.







Disponible en: La Liebre Video Club. Av. González Suárez N31-60. Edf. Cruz del Sur. PB. Quito, Ec.

4.21.2009

Vamos Cuenca


El fin de semana que pasó, pasó en Cuenca. Llegamos el sábado por la tarde y no paramos hasta el lunes. Si faltó algo, fue sueño, horas de descanso. Pero ya sabemos cómo hacer para vivir sin dormir and we’re gonna ride on, standing on the edge of the road, como cantó Bon Scott cuando estaba vivo y al frente de AC/DC. Todo bien. Posi.

El festival se llama Madre Tierra y ésta era su novena edición. En rigor, no es un festival sólo de rock ni sólo de música. Más bien, el dato del Madre Tierra es verde, eco, de esos que luchan para que el planeta no se convierta en una mezcla entre Wall-e y Mad Max. Mad Wall. No suena mal, pero esa no es la idea.

Los organizadores son gente muy bacán, biólogos, diseñadores, fotógrafos, músicos, personal buena onda que está tratando de instalar esa misma onda en su ciudad. De cierta manera, lo que hacen es una invación/instalación/reconquista, y qué bien que lo hagan porque ya era hora. Se me hace que todo el Ecuador necesita, urgentemente, ponerse de cabeza y sacudirse antes de volver a hacerle caso a la ley de la gravedad.

Esto es real: de toda la gente que conocí en Cuenca, el 90% son, además de otras cosas, músicos y, no contentos con eso, tienen varias bandas o “proyectos” por cabeza. Muchos me dijeron que aparte de la obligatoria banda de rock, andan metidos en cosas electrónicas, hardcore o instrumentales/progresivas. Yo nunca tan moderno ni en la mitad del pogo y peor aún progresivo, la plena que no le hago y en parte, lo reconozco, no me da la raza. El caso es que la gente anda haciendo cosas y esas cosas deben salir de Cuenca, verse en otros lados, pasar el driving test que en versión local significa salir de tu ciudad, de donde te conocen, para jugártela con públicos nuevos y reventarla en tierras extrañas.

Es un gran momento para el rock nacional. Hablando con los colegas de Sudakaya y con el productor/ingeniero/master Juan Pablo “Keanu” Rivas, me entero de que tanto ellos como RoCola Bacalo se van este año de tour por el viejo continente. Sudakaya se estrena en Europa y la RoCola repite, con más fechas y más países, la visita del año pasado. Esas es, broderes. Es cierto que estas dos bandas tienen, por así decirlo, un estilo más cercano a la idea global que se tiene de “latino” y que, tal vez por eso, resulten más atractivos allá donde sobra la puntualidad pero hacen falta el ritmo y la sabrosura. Alguien dijo que las bandas con vientos y percusiones tienen más chance de salir y en algo tiene razón. Pero no se puede dudar que Sudakaya y la RoCola vienen trabajando desde hace mucho para esto. Trabajando en su show, en su performance y, claro, en su parte administrativa. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. La cosa no es sólo tocar y pegársela hasta el amanecer dándole al trago y a lo aparezca dando vueltas por ahí. Hay que llamar, insistir, dejar carpetas, joder la vida.

Dos cosas me quedan claras. Uno, la cadena se está ampliando, cada vez somos más los eslabones en esta movida rockera nacional, más bandas, más propuestas, más ideas. Y dos, la gente se lo está tomando en serio y habrá que tomar en serio a esa gente más temprano que tarde.

Gracias Cuenca. Gran público. Abierto y acolitador. Esperamos volver pronto y con nuevos juguetes, back to the future. Hola Madre Tierra… acá Papá Pescado.

Aviso comercial: si desean adquirir discos de Los Pescados, háganmelo saber a través de sus comentarios y nos organizamos para hacer la transacción.

4.18.2009

Educación para adultos.


Me encuentro con alguien que me dice que no puede salir de su casa a menos que contraiga matrimonio, ante Dios y ante el hombre, con su novio. Esta persona pasa de los veinticinco y no es que viva encerrada ni mucho menos, pero vivir con su pelado así, en “unión libre”, o vivir sola, es algo que sus viejos simplemente no tolerarían y seguramente castigarían con el destierro, aplicando la silenciosa ley del hielo. Estamos hablando de alguien que viene de una familia conservadora y cristiana, alguien que ha crecido teniéndole miedo, pánico, al camino que los pecados construyen y que lleva hacia el infierno.

Difícil querer competir con la iglesia. Después de todo ellos ofrecen salvación y vida eterna, ¿quién tiene una mejor oferta? Ahora bien, como nada es gratis en la vida, la salvación tiene su precio. Tal vez Woody Allen tenga razón al decir que el cristianismo funciona como una terjeta de crédito: compre ahora y pague después. Pague después, con intereses. Pague después un precio inflado. Pague después lo que se comió hace un mes y le supo tan bien. Baile, goce, revuélquese tranquilamente porque sin importar cuán feliz esté siendo, al final le van a pasar una cuenta que lo dejará en la calle, solo, con hambre, con frío. Según la iglesia, tarde o temprano, todos tenemos que pagar.

Mi amiga, claro, no quiere matar a sus viejos de un infarto ni enemistarse con ellos para siempre. Entonces hablamos de educar a los viejos porque, ojo, los viejos sí que saben manipular y eso no está bien. Tus viejos pueden hacerte sentir como el hijo más irresponsable y desalmado del mundo sólo porque el tiempo no te dio para cenar con ellos una noche. Y si te dejaste una vez, lo más propable es que te vayas a seguir dejando hasta que pasen veinte años y te des cuenta de que tu vida no es completamente tuya. Un día te levantas, te ves sometido y, además, te sometes a tu propio veredicto, que puede ser el peor de todos.

Educar a los viejos significa hablar, hablar claro, sin esconder segundas intenciones y sin dejar abierta la posibilidad de una mala interpretación. Haciendo cuentas, cacho que conozco mucha gente que se muere por complacer a sus padres y que, en gran medida, pasan los días tratando de no decepcionarlos. ¿En qué momento se puso todo al revés? Casi que no se pueden tener compromisos ni con uno mismo, peor con los demás. Al final del día sobreviven los que construyeron la vida que soñaron para sí mismos.

Lo que más me aterra de todo este asunto es que mi amiga no quiere perder su estatus de hija ejemplar. O sea que lo que realmente le da miedo, lo que en verdad le asusta, es dejar de ser, ante los ojos de sus padres, una persona decente y correcta que se conduce por el mundo apegada a la moral y las buenas costumbres. Fuck that. Le digo que algún día tendrá que dejarse ver como es y que cuanto antes mejor. Le digo que lo que debe hacer no es pasar de un hogar a otro sino vivir sola un tiempo, sentirse sola, saberse sola, descubrirse en medio de esa soledad que, sí, es dura, pero nos revela verdades y nos construye sistemas de defensa.

Mi amiga baja la mirada y susurra un de ley, tengo que hablar con los manes, no pueden seguir controlando mi vida. Ojalá lo haga. Aunque no creo que lo haga pronto, tiene que bajarse de ese pedestal donde la han puesto desde niña y conocer la calle. Uno crece, se transforma en algo que tal vez no es lo esperado, ¿y qué?, así es, así tiene que ser. Mientras te puedas ver al espejo estarás bien, protegido, avanzando en la dirección indicada.

4.13.2009

Paranoid Android


Si no lo estoy entendiendo mal, la cosa es así:

Damián Szifrón es un director/escritor de cine y tv argentino. De sus películas he visto sólo una, pero la he visto varias veces. Se llama El fondo del mar y me gusta mucho. De hecho, creo que le tengo un poco de envidia por haberla hecho (hay pelis que uno quiere ver y pelis que uno quiere hacer). Szifrón no es famoso por sus películas sino por haber creado la versión original de la serie Los simuladores, transmitida en Argentina entre 2002 y 2003. Me parece que la pasan en Sony. Nunca la he visto. El problema es que Los simuladores que pasan en Sony (programación cono norte) no son los de Szifrón sino una versión mexicana. La serie tuvo tanto éxito en su tierra natal que se hicieron remakes en México, Chile, España y Rusia ¡Rusia! No estoy mintiendo. Los simuladores son un grupo parecido a Los Magníficos, alias Súper Comando y The A-Team para los puristas. Cuatro tipos especializados en diferentes ramas que ayudan a gente en problemas. Los nombres de los personajes son Mario Santos (logística y planificación), Pablo Lampone (técnica y movilidad), Emilio Ravenna (caracterización) y Gabriel Medina (investigación).


En la serie, Gabriel Medina es el más sensible de todos. Protege a los animales, no cree en el sexo sin amor y asegura que jamás se mete en la cama con alguien sino hasta después de seis meses de relación. Esto, se supone, pasa en la tv y también, de alguna manera acaso menos intensa que ahora creo entender pero sobre todo intuyo, en la vida real. Gabriel Medina existe.

Al parecer, Szifrón se basó en gente que conocía para crear a los personajes principales de Los simuladores. Su amigo Gabriel Medina, el de verdad, fue segundo asistente de dirección en El fondo del mar y el año pasado debutó como director y coguionista de Los paranoicos, la historia de Luciano Gauna, un guionista de corazón que anda medio bloqueado y para ganarse la vida anima fiestas infantiles embutido en un disfraz. El nombre de Gauna es más famoso de lo que él quisiera. Manuel Sinovieck, su amigo cercano, es un exitoso director/escritor de tv que la ha pegado en España con una serie llamada Los paranoicos. Al principio de Los Paranoicos, me refiero a la serie dentro de la peli, uno de los personajes dice, en off, “Soy Luciano Gauna. He sido un maldito cobarde toda mi vida”. Gauna, el de verdad en la peli, interpretado por el cada vez más importante y solvente Daniel Hendler (quien dicho sea de paso es el principal en El fondo del mar), es un tipo más bien solitario, inseguro, nervioso y medio tartamudo, de esos que viven para dentro. En pocas, a Gauna le cuesta trabajo, mucho trabajo, conectar con el mundo que lo rodea y, quien no lo conoce, podría decir que todo a su alrededor le apesta. Todo menos bailar en privado, en su casa y con las cortinas corridas. Bailar lo libera. Lo del baile es peligroso, pero juega. Gauna es sensible y honesto. Nada de poses. Nada de ser cool a toda costa ni mezclarse con la beautiful people. Nada de eso. Nada.


En Los paranoicos-la peli, Sinovieck regresa a Buenos Aires por unos días acompañado de su novia Sofía (la guapísima y retadora Jazmín Stuart), vuelve para supervisar el remake argentino de Los paranoicos-la serie y, obvio, visita a su querido amigo Luciano Gauna. Aunque Sinovieck quiere tenderle una mano a Gauna e inmiscuirlo en el mundo cinematográfico porteño, las cosas no fluyen. Algo ha cambiado. Algo se rompió. Alguien fue muy lejos y sin avisar. Sinovieck, tal vez, hace lo que hace o lo que intenta hacer por cariño genuino. Pero también lo hace por vergüenza o, aún peor, por pena, por lástima. Gauna se las huele y, aunque no se lo dice de frente, prefiere tenerlo lejos.





A Los paranoicos-la peli le sobran varios minutos, pero ese exceso a veces necesario cuando se buscan personalidad y voz, se perdona gracias a ese Gauna que es Medina y Hendler en uno solo. Gran personaje. Un tipo entrañable y bien intensionado. El tipo de persona/personaje que de a poco van abriendo las posibilidades para el cine latinoamericano.


4.09.2009

Del lado del malo


Éramos cinco personas en una habitación más o menos grande. Digamos que entre la cama, una silla y el suelo, estábamos cómodamente distribuidos. Conversábamos de cualquier cosa mientras en la televisión pasaban Deja Vu, una película de Tony Scott, el hermano siete años menor de Ridley Scott (director de verdaderas perlas como Alien, Blade Runner, Thelma & Louise, Gladiator, la gran American Gangster y, hay que escribirlo, de otras cintas menos, mucho menos afortunadas), protagonizada por quien sin duda es uno de los mejores actores de nuestro tiempo: Denzel Washington.


De pronto, la conversación empezó a girar en torno a la película en cuestión. Todos reconocimos que la habíamos visto (algunos no completa) y que eso del viaje en el tiempo, en este caso, era una ridiculez. Sin embargo, el trabajo de Denzel (cuando uno es fan puede tratar a sus estrellas con confianza) es tan bueno que justifica el trámite que significa ver Deja Vu. Recuerdo que la vi en el cine porque tenía que reseñarla para un periódico y sí, me burle de su trama y, también, me la banqué sólo para ver a Denzel en acción una vez más. Bueno, el caso es que estábamos hablando mal de la película y bien del actor cuando alguien dijo, lleno de seguridad y no sin su cuota de soberbia, que Tony Scott es uno de los peores directores trabajando en este momento. De pronto tuve un flashback y capté, sin gloria pero sin pena, que mal que mal he visto varias de sus películas de principio a fin. Después de todo se trata del hombre que dirigió Top Gun (¿quién no quiso alguna vez ser Pete “Maverick” Mitchell?), Beverly Hills Cop II (¿el mejor Eddie Murphy?) y True Romance (Christian Slater, Patricia Arquette, Dennis Hopper, Val Kilmer, Gary Oldman, Brad Pitt, Christopher Walken y Samuel L. Jackson en un solo combo escrito por Quentin Tarantino). Entonces dije aguanta, no es malo, o por lo menos no es TAN malo, después de todo estábamos ahí viendo su película, enganchados de alguna manera superficial pero enganchados al fin y al cabo. La otra parte de la discusión no entendió razones y argumentó que Tony Scott es como Britney Spears o como los Backstreet Boys, puro frasco y nada de contenido, un paria, un tipo que, en este mundo, sobra. Yo no estoy tan seguro.


Un director que logra que veas su película entera y que luego la comentes con tus amigos tiene que haber hecho algo bien (o algo muy mal, para nuestros fines da lo mismo). Los malos, los realmente inmamables, son los que no despiertan nada en la audiencia, los que se quedan en la mitad tratando de caerle bien a todo el mundo. Lo peor que le puede pasar a un artista, creo, es la indiferencia. Tony Scott podrá ser el hermano menos agraciado de la familia, pero tiene su estilo y eso es algo de lo que carecen la mayoría de cineastas que andan filmando aquí y allá. El estilo TS es flashoso, barroco, recargado, molestoso, cansón. En una palabra: lamparoso. Aún así, en Fox pasaron Man on Fire, me dije que la vería para llamar al sueño y, aunque la Dakota Fanning post I Am Sam no me causa ninguna gracia, terminé leyendo los créditos finales. So, good job, Tony. Puede que el mundillo cinematográfico de alto intelecto jamás llegue a tomar en serio a TS, pero de que el hombre tiene firma, la tiene, y digan lo que digan, no le tiembla el pulso.

4.06.2009

Esta época del año


Yo tenía diez años cuando salió Nevermind, en 1991. Lo primero que vi, como muchos, creo, fue el video de Smells Like Teen Spirit en MTV. Me partió la cabeza, justo en medio de los ojos. No entendía nada de la letra. No importaba. Yo veía a ese tipo con jeans y Converse y pensaba ese man es como yo. Y no, no era como yo, ni de lejos. Era mejor, mucho mejor. Pero igual, de alguna forma, me sentía identificado, representado. Sentía que había un lugar para mí en el mundo.

Estaba en Nueva York, vivía con mis tíos, un primo que era un bebé y mi hermano mayor. Todo muy lindo, muy cute, y no alcanzaba a entender que el Nevermind me estaba diciendo que la vida de verdad era un poco más dura que eso. El segundo single fue Come As You Are y aunque en comparación a su predecesora era algo lenta, me pegó por el video. Ver al revolver flotando en el agua y a Kurt Cobain flotando en el aire, prendido de un candelabro tipo araña, me marcó. Entonces no cachaba muy bien eso de And I swear that I don’t have a gun y, ahora que sé lo que significa, me gustaría no saberlo. Kurt sí tenía un arma, no era broma. Luego vino In Bloom (uno de los mejores solos de Kurt), que tenía dos videos, uno en blanco y negro donde la banda salía como un trío de nerds y otro que era pura maldad, los tres con vestido de mujer destrozando un set interplanetario. Pocos años después, entre los doce y los trece, yo quería hacer eso, destrozar. No me entraba en la cabeza tener que ir a un colegio a aprender cosas que no me interesaban en lo absoluto. No lo hice. No tuve el valor. Madrugué y académicamente hablando la pasé muy mal. Me salvaron los panas, los amores platónicos, los tragos y tener mi propia banda de rock, que empezó tocando Rape Me, de Nirvana. La estocada final, mi paso definitivo a la adicción, fue Lithium. Esa rola me dio la lección: el que está mal es el mundo, no yo. I’m so happy, ‘cause today I’ve found my friends, there in my head… I’m so lonely, but that’s ok… I’m so horny, but that’s ok, my will is good.


Todos los años tengo mi época Nirvana. Me explico: oigo Nirvana todo el año, pero siempre hay unos días más intensos, casi exclusivos para la banda. Dura un mes o más. Durante esos días escucho Nirvana todo el tiempo, en la casa, en el carro, en el trabajo, en el iPod. Es como recargar baterías, como volver a eso que, en un principio, fue la razón por la cual uno hace lo que hace y no lo que los otros querían que haga. Supongo que mi idolatría adolescente, mi enfermedad, me hace un asesino. Fui uno de los que creyó en Cobain como el Lennon que le tocaba por derecho propio, por tener la edad correcta en el momento correcto. Yo también lo maté. Lo sigo haciendo. Tengo un muñeco (un action figure, que le dicen) de Kurt Unplugged, con el suéter de abuela, la guitarra para derecho al revés, micrófono de brazo y atril. Lo estoy viendo ahora mismo, mientras escribo. Así como mi abuela cree en el Hermanito Gregorio, yo creo en Kurt, creo que me protege y me putea por seguir jodiéndole la vida.


De no haber sido por el Nevermind, yo estaría haciendo cualquier cosa por dinero. Me hubiese convertido en un adulto que pasa ocho horas al día enfrascado en la miseria a cambio de un cheque que no le alcanza para nada. Me hubiese conformado con lo mínimo. La solides de Dave Grohl, la melodía implacable de Chris Novoselic y las sagradas letras de Kurt Cobain me mantienen de pie, en la pelea. Hay que pararse tieso. Quiero seguir así.


4.03.2009

El acuario


No me considero un músico. Ni siquiera uno. Nunca estudié música. Soy el baterista de una banda de rock manabita llamada Los Pescados. Y punto. Suficiente. Más que suficiente, diría yo. Bastante tengo con eso, tanto, que a veces siento que no doy la talla, que no le alcanzo a eso que me alcanza tanto y tanto, que me rodea por completo. Pero no estamos aquí para tener miedo. Estamos aquí para seguir. Un, dos, tres, cuatro. Toca, loco, toca.

Acabo de salir de lo que algunos llaman encierro creativo. Fueron prácticamente dos semanas en una hermosa y cómoda casa en Pomasqui, al norte de Quito. No se trata del fin del mundo ni mucho menos, pero se sintió lejos, aparte, bien. Llevamos instrumentos, equipos de grabación, víveres y algo (no mucho ni demasiado) de licor. La rutina era la siguiente: desayuno (con cocinada y lavada de platos incluidas) a las 09h00, ensayo de 10h00 a 14h00, almuerzo (incluye los mismos anexos que el desayuno y tal vez una siesta) de 14h00 a 16h00, y ensayo final de 16h00 a 19h00, a 20h00 y hasta 21h00. Hubo días en que ensayamos hasta las quince, más claro. Obviamente, estos horarios fueron sometidos a cambios de humor y de clima. Pero hubo disciplina en la medida de lo posible. Lo mismo sucedió con el descontrol.

No había agua caliente. No le puedes pedir a un costeño que se bañe con agua fría en la sierra, simplemente no puedes. No can do. La solución fue calentar agua en dos ollas y, como en la playa, echársela encima calculando que cada golpe fuera eliminando lo mismo shampoo que jabón que lagañas que pereza. Listo. Vamos de nuevo, con distorsión, from the top.

Por las noches, al calor del gin and tonic y una guitarra acústica, componer. Escribir. Cantar. Tomar. Borrar. Escribir. Cantar. Hablar. Tomar. Reír antes de dormir, como corresponde. Cero drogas.

No hay internet, televisión ni teléfono. Hay pájaros. Hay mosquitos. Hay tres perras marca cocker que ya no tienen dientes y están urgidas de cariño. Ayudamos en lo que pudemos. Pero la verdad es que aquello nunca será lo que llaman amor. Aunque sonamos duro, estamos unplugged. Yo me acomodo al encierro de una. Supongo que estoy acostumbrado. Born Into This. Escribir no es, precisamente, una actividad social. Hay que estar solo, solo y feliz mientras los otros conversan, bailan y tiran en algún lugar de la noche.

Yo me sentí seguro entre la soledad escogida y el aislamiento recomendado para empresas como esta. Extrañé, sí. Extrañé personas y sensaciones. Te extrañé. Pero cada segundo valió la pena. Una canción más en un mundo que tal vez no necesite más canciones. Qué importa, yo sí que las necesito, me gustan. Al otro pescado la cosa no le resultó tan sencilla. Su cable a tierra es más transitado que el mío. Salimos un fin de semana y nos portamos como marineros que tocan tierra firme tras días y noches en alta mar. Desmadre, que le llaman. Llegamos tarde a una tocada. La gente se cabreó. La salvamos con actitud, con dos huevos o, en rigor, con cuatro. Play fucking loud. Y canta la verdad.

Me duele todo el cuerpo. Flashback: es la misma sensación que tenía cuando nos tomaban examen de educación física en el colegio. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. Ni tanto. El rock te mantiene joven, fresco, hambriento, con ganas de más.

El encierro fue la libertad.