5.22.2009

Bajo cero


En alguna película de Kusturica, de cuyo nombre no puedo acordarme, un personaje le dice a otro: los problemas que no se solucionan con dinero, se solucionan con mucho dinero. Cierto, pero no definitivo ni, mucho menos, infalible. El dinero, el exceso de dinero, trae problemas. Dicen que los lujos son las necesidades que se crean cuando se acaban las necesidades, y no mienten. Pero luego de eso, ¿qué? ¿Qué haces cuando lo tienes todo? ¿Cómo sigues adelante si de entrada te dan todo eso que se supone hace la felicidad? Tal vez ya no sigues adelante, tal vez te vas para atrás. Tocas el techo con las manos y anhelas el suelo. Ya no creas, destruyes y, por supuesto, como no puede ser de otra manera, te destruyes, te dañas. Todo esto con el afán de sentirte vivo.


Bret Easton Ellis alcanzó la fama muy joven, acaso demasiado joven como para saber manejarla. Nació en el 64 y en el 85, con tan solo 21 años, se convirtió en un autor best seller que se hizo millonario con su primera novela: Less Than Zero. El libro le movió el piso a un país entero, se convirtió en película, en objeto/motivo de culto y en los cimientos de la Generación X. La decadencia de un grupo de jóvenes adinerados de Los Ángeles conmovió a miles de lectores y desató la ira encarnizada de algunos críticos. Hubo gente que abrazó el libro con pasión, que se encontró en sus páginas, lo asumió como la verdad y quizás cambió (para bien y para mal) después de leerlo. También hubo gente que le dio duro, que lo acabó sin piedad y que tachó a BEE de superficial, vacío e insolente. En un país con una tradición literaria tan gruesa, que tan bien ha sabido sacar al sol los trapos sucios de su sociedad y exprimirlos hasta lo imposible, la novela de un chico fanático de Zeppelin puso en jaque la perspectiva nacional ochentera. Less Than Zero es, en rigor, un libro sobre la superficialidad, sobre sus causas, sus efectos y, más que nada, sobre cómo se lucha contra ella, sobre cómo se escapa o se trata de escapar del glamour que absorbe y enceguece al portador. Todo lo que quieren los personajes de Less Than Zero es encontrar algo que importe, que les importe lo suficiente como para posponer una sesión de drogas, sexo, comida chatarra y rock ochentero. Quieren salvarse aunque no sepan muy bien qué es eso que no solamente les pasa sino que los atraviesa, los parte y los reparte en pequeños pedazos que ruedan a la deriva, empujados por el viento de una ciudad que, se supone, le pertenece a los ángeles. A esta gente le falta sentido, norte, algún tipo de camino por recorrer, un par de certezas que despierten en ellos interés por el futuro. Son jóvenes, se ven bien y tienen los bolsillos llenos de pasta. Son un grupo de gente linda, cool y perdida.


Los niños ricos de BEE están en problemas, serios problemas. Pasan los días como uno pasaba las clases del colegio, sin mirar al frente, esperando que se acaben, esperando no volver. Viven en casas inmensas donde sólo transitan las empleadas domésticas. Gastan el tiempo en fiestas y el dinero en gramos. Se revuelcan entre ellos y la cosa no pasa del placer medio forzado y escurridizo. Saben que algún día van a morir y esperan que ese momento los encuentre lejos, idos, bajo la influencia de alguna cosa u otra. He vuelto a Less Than Zero y estoy tan impresionado como la primera vez. Clay, el personaje principal y narrador, que en su cuarto tiene un poster de Elvis Costello que me permite confiar en él de inmediato, le da vueltas a su rutina una y otra vez hasta que consigue meterte dentro de ella y arrastrarte bajo el sol infame de Beverly Hills. Entonces el libro deja de ser un libro y se convierte en una instalación, un espacio físico que viene con estado mental incluido. Los personajes a los que no les importa nada te empiezan a importar. Te desesperas porque no reaccionan, porque al parecer ya están muertos. Se forman lazos de afecto. Sientes cosas.




What are the two biggest lies? I’ll pay you back and I won’t come in your mouth.

The alarm goes off at eleven. A song called “Artificial Insemination” is playing on the radio and I wait until it’s over to open my eyes and get up. Sun is flooding the room through the venetian blinds and when I look in the mirror it gives the impression that I have this wild, cracked grin. I walk into the closet and look at my face and body in the mirror; flex my muscles a couple of times, wonder if I should get a haircut, decide I do need a tan. Turn away and open the envelope, also hid beneath the sweaters. I cut myself two lines of the coke I bought from Rip last night and do them and feel better. I’m still wearing my jockey shorts as I walk downstairs. Even though it’s eleven, I don’t think anyone is up yet and I notice that my mother’s door is closed, probably locked. I walk outside and dive into the pool and do twenty quick laps and then get out, towel myself dry as I walk into the kitchen. Take an orange from the refrigerator and peel it as I walk into the kitchen. I eat the orange before I get into the shower and realize that I don’t have time for weights. Then I go into my room and turn on MTV really loud and cut myself another line and then drive to meet my father for lunch.

My mother presses a button that closes the gate and I try to wish her a Merry Christmas, but the words just don’t come out and I leave her sitting in the car.

The man comes out of the bathroom and tells me, “No. No music. I want you to hear it all. Everything.” He switches the stereo off. I ask the man if I can use the bathroom. Julian takes off his underwear. The man smiles for some reason and says yes and I walk into the bathroom and lock the door and turn on both faucets in the sink and flush the toilet repeatedly as I try to throw up, but I don’t. I wipe my mouth and then come back into the room. The sun’s shifting, shadows stretching across the walls, and Julian’s trying to smile. The man’s smiling back, the shadows stretching across his face.
I light a cigarette.
The man rolls Julian over.
Wonder if he’s for sale.
I don’t close my eyes.
You can disappear here without knowing it.

A few miles from Rancho Mirage, there was a house that belonged to a friend of one of my cousin’s. He was blond and good-looking and was going to go to Standford in the fall and he came from a good family from San Francisco. He would come down to Palm Springs on weekends and have these parties in the house on the desert. Kids from L.A. and San Francisco and Sacramento would come down for the weekend and stay for the party. One night, near the end of summer, there was, there was a party that somehow got out of hand. A young girl from San Diego who had been at the party had been found the next morning, her wrist and ankles tied together. She also had been strangled and her throat had been slit and her breast had been cut off and someone had stuck candles where they used to be. Her body had been found and the Sun Air Drive-In hanging upside down from the swing set that lay near the corner of the parking lot. And the friend of my cousin’s disappeared. Some say he went to Mexico, though. The mother was put in an institution and the house lay empty for two years. Then one night it burned down and a lot of people say that the guy came back from Mexico, or London, or Canada, and burned it down.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

q bacan escribes, muy baca

Anónimo dijo...

me falto un wow

Anónimo dijo...

convalido el comentario de anónimo-Está impecable el texto-muchas gracias Juan Fernando

Juan Fernando Andrade dijo...

anónimos,

gracias a uds, q son los realmente bacanes.

saludes!