5.04.2009

Una semana en los ochenta


Martes 9 de septiembre de 1980, noche. Matías Vicuña entra en el City Hotel, calle Compañía, centro de Santiago de Chile. Su plan no era entrar, pero el letrero de neón rojo empotrado verticalmente en un edificio lo sedujo por completo, le hizo pensar que estaba en otro sitio y eso era precisamente lo que necesitaba. En recepción lo atiende un tipo gordo con pinta de trasnochado pero cara de buena persona. ¿Nombre? Caulfield, Holden Caulfield. El chico no tiene pasaporte ni equipaje. El empleado pone cara de sospecha y duda, duda seriamente. Matías acaba confesando que es chileno y que necesita un lugar para pasar la noche. No puede volver a su casa, tiene problemas con sus viejos. De hecho, tiene problemas con todo el mundo.



Matías Vicuña vino al mundo con diecisiete años en 1991. Es el protagonista/narrador de Mala Onda, la primera novela de Alberto Fuguet. Un chico de clase alta que está harto. Harto de lo que lo rodea, cansado, aburrido, deprimido y, sobre todo, decepcionado. Ese momento es horrible. De pronto nada te causa la menor gracia, nada te anima, como que todos los cromos son repetidos: imágenes que ya conoces, capítulos que ya leíste, episodios que ya viste y que sin importar cuánto se repitan, jamás van a cambiar. Y tú ahí, en medio de la nada, cabreado y sin poder echarle la culpa a nadie, eso es lo peor. Necesitas placeres inmediatos. Sales de tu casa y te pegas los tragos, los chafos, los pases y tal vez algo que nunca habías probado antes porque, cabe recalcar, tienes la esperanza de sentir algo que nunca habías sentido antes, algo nuevo, cualquier cosa, da lo mismo si terminas arriba o abajo. Pero nada, terminas en las mismas, o peor. Se puede farrear por alegría y farrear por tristeza. Si tu condición es la segunda estás mal y prepárate, porque no lo sabrás hasta el final, hasta que acabes intoxicado y tembleque sobre sábanas húmedas y apestosas. Matías está en esas y le está cayendo mal a todos sus allegados. Sus compañeros de colegio ya no lo soportan y su familia, que no cacha qué onda, lo confronta como a un niño, creyendo que se le va a pasar tras unas horas de encierro en su habitación. La cosa es al revés, Matías está creciendo y eso duele. La noche en que llega al City Hotel es una noche que lo acompañará largo. Viene de su casa, de huir de su casa tras haberle robado billetes, cheques y gramos a su viejo.


En su momento, Mala Onda fue polémica. Las aventuras de un niño rico durante una semana clave para Chile, en la que se aprobaba o no una década entera con Pinochet en el poder, perturbaron a varios sectores. La derecha acusaba a Matías de decadencia, malos modales y permanentes ataques a la moral y la imagen del chileno ejemplar. Por su parte, la izquierda lo acusaba de gringo, de odiar a Violeta Parra, de no reconocer el rostro del Che Guevara en una camiseta y de una superficialidad macabra que no lleva a nada bueno. Ahora bien, para criticar hay que leer, así que de que el libro se vendía, se vendía. Bombardeado de críticas radicales, Fuguet hizo lo mejor que se puede hacer en esos casos y le pidió a la editorial que adjuntara las críticas a los ejemplares en vitrinas. O sea que Mala Onda se vendía con una cinta de papel al frente en la que decían cosas tipo “el peor libro que se ha publicado en Chile” y “el personaje más repelente de la historia”. Buena. Gran jugada. Usar a los enemigos para ganar amigos.

Han pasado los años y creo que Mala Onda es lectura obligatoria en algunos colegios chilenos, no me consta. A mí, Matías Vicuña me cae bien. Un adolecente que se anda buscando pero no se regala ni se acomoda donde le ordenan merece mi respeto.



A la Cassia le gusta Ipanema y esa plaza donde los hippies venden artesanía, recuerdos, pinzas para joints, aros, las mismas cosas que venden los artesa a la entrada de la Quinta Vergara en Viña, excepto, claro, las típicas chombas chilotas o esos espantosos posters de la Violeta Parra. Aquí he conocido cierta gente, amigos de la Cassia, onda universitaria, humanista, izquierdosa, que se junta a tomar cachaza con jugo de maracuyá y a escuchar unos casettes de la Mercedes Sosa o la Joan Baez, que es como peor. La Cassia les dijo que yo era chileno y los tipos dieron un salto, animándose: y que Pinochet y la dictadura, y que compañero-hermano, yo conocí a unos chilenos de Conce, exiliados, y luego uno o dos poemas de Neruda en Portugués, que Figueiredo, o estos milicos hijos de puta que jodieron a todo el continente… Yo callado, jugándome al tipo buena onda, claro, de acuerdo, tudo bem, legal.
Me apesta este tipo de conversaciones. Los tipos parecían californianos pero pensaban como rusos y eso era sospechoso. Uno de ellos, polera Che Guevara (yo, saco de huevas, pregunté quién era), nos invitó a todos a Niteroi a escuchar a un panameño sedicioso que tocaba canciones de Silvio Rodríguez. La empleada de mi casa, que está por el NO en el plebiscito, escucha Ojalá y otras canciones en castellano; intuí, por lo tanto, lo que me podía esperar.


Mi madre, que algo sabe de manipulación, me ha enseñado que cuando desee cagarme a alguien, no deje de utilizar el método de “la-mirada-que-mata”: una mirada fija, penetrante, sin pestañear, bastante maricona, que siempre funciona. Inhibe al enemigo, lo pone nervioso, lo convierte en presa fácil. Funciona. La vieja de mierda, intrínsecamente chilena, de ésas que se casan tarde y parecen abuelas pronto, compra la botella y me la pasa.

- Fumaste marihuna, ¿no es cierto?
- Sí, que horror, ¿no? Ma-ri-hua-na. Maconha. Esta juventud chilena está en decadencia, no hay nada que hacer.
- ¿Te queda algo?
- Hey, cálmate. Un poco tarde como para ponerse al día. Lo pasaste como las huevas, lo entiendo, pero no exageremos. Además, se me acabó.
- Te gusta caer mal, Matías, lo haces a propósito.
- Cada uno hace lo que puede.

Como si, de puro volado, hubiera apretado record en vez de play y después cachara que mi cassette favorito se borró para siempre: quedan los recuerdos, seguro; hasta me sé la letra, pero nunca más volveré a escucharlo. Cagué. Estoy de vuelta, estoy en Chile.

Mi padre apaga el Cassette y pone la radio. Yo pienso en él. Tiene minas por kilos. No son inventos, sino reales, con harta cadera, harta teta. Culea de lo lindo, me consta. Jamás podré superarlo. Soy un romántico. O un tímido. Más bien un huevón.

Tu deberías pegarte un viaje de de verdad, que duela, que te sirva para cachar las cosas como son. No con tu profesora ni con esos pernos de tus compañeros. Hay que ir solo. Recorrer USA en Greyhound, por ejemplo. Quedarse en pana en Wichita, comer un taco frente a El Alamo, dormir en un hotelucho lleno de vagos en Tulsa, Oklahoma. O ir a Nueva York, huevón; meterse al CBGB, cachar a la Patti Smith en vivo. Ésa es vida, pendejo, no esto. Un día en Manhattan equivale a seis meses en Santiago. Regresar a Chile, loco, a este puterío rasca, bomb, con los milicos por todos lados y la repre, las mentes chatas, es más que heavy. Es hard core. Si basta escuchar la radio para cachar lo mal que estamos, Matías. ¿Cuándo van a tocar aquí algo de The Ramones, algo de los Pistols? Hazme caso, huevón, y lárgate: go west, my son, go west.

Era como si no pudiera estar acá. Había algo de miedo, un ruido ausente, como cuando uno de estos milicos dispara un arma vacía; algo de asco, de cansancio, una desconfianza que me estaba haciendo daño, que no me dejaba tranquilo. Pero no era solo eso: era mi familia, quizás; los amigos, la ausencia de las minas, la onda, la falta de onda, la mala onda que lo está dominando todo de una manera tan sutil que los hace a todos creer que nada puede estar mejor, sin darse ni cuenta, sin darnos ni cuenta aunque tratemos.

¿Por qué, si es tu familia la que está enferma, eres tú el que caga? Es como un partido de fútbol. Todos juegan y patean y diseñan pases pero el arquero eres tú… Eres el mejor arquero de todos, es verdad, pero también el más huevón. Lo que a ti te conviene, amigo, es que te metan un gol.
O abandonar el partido.

El día está perfecto, tanto que la estúpida de mi hermana Pilar no puede evitar el comentar que esto solo prueba la existencia de Dios y que al Felipe simplemente lo espera lo mejor. El día, la verdad, está increíble, pero no por eso va uno a dejar sus convicciones de lado.
…Y me doy cuenta de que sí, quizás es verdad, quizás Holden, o su voz, o su forma de ser, sí pueden ser llevados a la práctica. Eso es lo raro. Nunca me había pasado algo así con un libro ni una película, ni siquiera con un disco. O con una persona.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

ich liebe dich Von Archimboldi

Anónimo dijo...

a mi me tosto (sin tildes) mala onda hace unos 10 anios... todo fuguet es genial...

Juan Fernando Andrade dijo...

hey

Fuguet ya tiene nuevo libro. c llama Missing y está basado en, o yal vez es x completo, una historia de la vida real. en teoría, sale a finales d año. esperemos q así sea.

saludes