4.29.2010

Casa


De un tiempo acá, cuando la gente me pregunta dónde vivo, guardo silencio por unos segundos. Antes respondía de inmediato: vivo en Quito. Ahora mi cuarto está en mi maleta. Ahora respondo mira, mis cosas (mi ropa, mis juguetes, mis libros) están en Quito, pero soy itinerante, así que mejor mándame un mail y partimos desde ahí.

Curioso, siempre he relacionado el bienestar con viajar, con el movimiento constante y sonante. De niño me fijé en que la gente a la que le va bien en la vida viaja mucho y bien mientras que el resto viaja mal y nunca. Así era, por lo menos en mis tiempos. Pero las cosas han cambiado y he descubierto que viajar bien no es recorrer miles de kilómetros a miles de pies de altura en clase ejecutiva sino dejar un poco de carne en cada sitio y traerse un poco de tierra.

Hace unos días volví a Quito y ahora digo que estoy en casa, en mí casa. Raro porque en la capital siempre me he creído extranjero. La sensación térmica que tengo en Quito es la misma que tenía hace diez años, cuando llegué para quedarme: ok, vivo aquí, pero no soy de aquí, mejor así, mejor guardar cierta distancia y caminar mirando hacia atrás antes de mirar hacia adelante. Alerta, 11/24-7.

Me llaman, me dicen ya regresaste, ¿qué hacemos? Y la verdad es que yo no quiero hacer nada que involucre salir de mi casa o, mejor aún, salir de mi cuarto. Quiero ponerme al día con mis amigos, quiero comer shao mai en el súper chino de la 6 de diciembre y Foch, quiero ver Iron Man 2, pero, sobre todo, quiero estar encerrado en casa, no contestar el teléfono, andar en pijama y caminar en medias. La onda no es The Lost Weekend ni Last Days, no ando buscando la botella que escondí en la pantalla de la lámpara ni jugando con un arma vestido de mujer. No. La onda es poblar por completo mi república privada, ejercer mis pasiones en mi patria altiva i soberana, que no, no es de todos, es mía, sólo mía.

Estos días, en los que me la he pasado de un metro cuadrado al otro, he sido inmensamente libre. Solo el poder almorzar sin tener en cuenta los horarios o los antojos de los otros me resulta un alivio y un placer. Aquí, en mi planeta, los estrenos de la cartelera se multiplican a diario y las funciones empatan perfecto con mis obligaciones. Acá se puede leer a cualquier hora, leer hasta que el cuerpo aguante, incluso se permite reducir las actividades a una ocupación absoluta: leer. Y también se puede escuchar diez veces seguidas el In The Aeroplane Over The Sea de Neutral Milk Hotel, diez veces, todo lo demás sería una pérdida de tiempo y lo que hacemos en este país es ganarle tiempo al tiempo, vivir en un punto inmóvil (pero ni muerto) que no es el futuro ni el pasado sino la sala de espera.

¿Se podrá vivir siempre así? Obvio que no. El mundo está diseñado de una forma distinta y, además, uno tiene que trabajar y por más escritor que se quiera ser no siempre se puede trabajar desde casa. Por eso, cada minuto cuenta, cada segundo vale. El camino está a la vuelta de la esquina y las ganas de volver al ruedo y dormir en camas ajenas bajo techos ajenos pronto serán insoportables y habrá que atenderlas. Mientras tanto, me guardo. Es importante estar online con el universo, pero más importante es saber cuándo desconectarse.



4.26.2010

Preguntar para vivir


For the first twelve years of my adult life, I sustained a professional existence by asking questions to strangers and writing about what they said.

“Why did you do it?” I would ask these strangers. It did not matter what it was. “What were you thinking while you did that? Did it satisfy you? What does it mean to be satisfied? Do you consider yourself to be famous? What does it feel to be famous? How did this experience change you? What elements didn’t change? What will never change? What drives you? Are you lying to me right now? Why should I care about what you are saying? Is this all a construction? Are you constructed? Who constructed you? What was their purpose? Does God exist? Why or why not? Thank you very much, it was great meeting you in the lobby of this unnecessarily expensive hotel.”

This has been a tremendous way to earn a living. Who wouldn’t enjoy being paid for being curious? Journalism allows almost anyone to direct questions they would never ask of their own friends at random people; since the ensuing dialogue exist for commercial purposes, both parties accept an acceleration of intimacy. People give emotional responses, but those emotions are projections. The result (when things go well) is a dynamic, adversarial, semi-real conversation. I am at ease with these. If given a choice between interviewing someone or talking to them “for real,” I prefer the former; I don’t like having the social limitations of tact imposed upon my day-to-day interactions and I don’t enjoy talking to most people more than once or twice in my lifetime.

Chuck Klosterman, del libro Eating The Dinosaur.


4.19.2010

Libros y Rock en Gkill


Conectados por el día del libro. Este jueves 22, a las 19h00 en Mr. Books del Mall del Sol, María Fernanda Pasaguay y yo hablaremos sobre la nueva literatura ecuatoriana. En rigor, no somos tan nuevos, pero nuestras novelas sí lo son y cuando uno (o dos, o tres, o miles) se mete en esto debe dar la cara. La idea no es rozar las generalidades de la tan esperada “nueva generación” (algo que aparece cada tanto y con nueva alineación) sino hablar desde nuestra experiencia y saber qué tenemos en común con otros escritores. Será un verdadero placer conversar con la autora de Ondisplay 2.0, la novela guayaca que estoy leyendo y que me tiene despierto hasta altas horas de la noche, un libro sobre el amor homosexual en los tiempos del destape virtual, un libro con diálogos de verdad y un conocimiento asombroso sobre el funcionamiento de las redes sociales y la pesca del día.

Acá una entrevista que salió en El Telégrafo del 27.02.10, en la que Óscar Pineda me preguntó cosas generacionales sobre el making of de HD y en la que, dicho sea de paso, aparece el quote sobre Calamaro que luego se reprodujo en la página oficial de El Cantante argentino.


"Escribí una novela con banda sonora"


El cronista Juan Fernando Andrade se estrenó como novelista. En noviembre pasado presentó en la Feria del Libro, en Quito, su obra Hablas demasiado. El joven autor, amante del cine y el rock, ha cocinado una ópera prima vertiginosa sobre el universo adolescente.


Hablas demasiado surge luego de publicar dos libros de cuentos y ser un cronista reconocido. ¿Qué diferencia hay entre escribir una crónica y una novela? El periodismo ha sido una bendición, trabajo con gente que aprecio y admiro mucho, tengo libertad, escojo mis temas y los escribo como si se tratase de cuentos. Sin Diners y SoHo, sería aún más anónimo de lo que soy ahora, y no creo que Alfaguara me hubiese pedido una novela. Las revistas me pusieron en vitrina, digamos, les debo mucho, casi todo.


El método de escritura fue bastante similar. Para una crónica investigo, pregunto, redacto y edito. Lo mismo hice con esta novela, pasé mucho tiempo con la gente que inspiró los personajes, hice muchas horas-Google, visité las locaciones, escribí borradores y luego edité muchísimo. Lo bueno de la crónica es que sabes dónde empieza, dónde gira y cómo termina. Yo sabía dónde empezaba y cómo terminaba HD, pero los giros del medio se fueron dando sobre la marcha. Supongo que escribir una novela es como ser corresponsal en un país en guerra, nunca sabes qué pasará al día siguiente.


Luego de escribir, ¿no te planteaste que HD pudiera ser una crónica, en lugar de novela?Siempre pensé en ella como una obra de ficción. El ADN de la novela tiene cosas autobiográficas y momentos documentales, digamos, pero sus huesos se mueven al son de la literatura. Una crónica me hubiese limitado a contar la realidad, y yo lo que quería era ir más allá de una supuesta verdad, divertirme un poco con las posibilidades de la mentira.


Mi próximo libro será una novela con actitud de crónica y espero que venga con extras: escenas borradas, finales alternativos, making of, todo eso.


En HD está una generación (de Portoviejo y Quito) que no se encuentra a sí misma, que es víctima de sus propios temores y vicios. Entre lo escrito, ¿el autor llega a ser parte de él? Yo también estuve perdido, sí, de hecho, tal vez todavía lo esté, pero por lo menos tengo claro lo que soy, lo que quiero ser, y eso ya es bastante. La generación que aparece en HD quiere prolongar la adolescencia, en la medida en la que eso signifique no formar parte de un sistema que los ha traicionado.Los personajes, según creo, son gente sensible (a veces demasiado, lo reconozco), cuya visión del mundo escapa a los convencionalismos. Por un lado, te obligan a trabajar en cualquier cosa, siempre y cuando paguen bien; a nadie le importa si te gusta lo que haces o no, frustrarse y amargarse a diario es lo normal. Por otro, están los que se venden, los que abandonan sus sueños y los cambian por un apartamento en la playa y un auto deportivo; el joven ejecutivo que te ve con mala cara si tienes treinta años y llevas puesta una camiseta de los Strokes. HD se enfoca en la resistencia, no todos escuchamos Shakira.


En el texto hay una especie de cartografía musical y cinematográfica, ¿intencional? Por supuesto. Uno no puede escoger a su familia y, a veces, ni siquiera puede elegir a sus amigos. Pero siempre puede decidir quiénes son sus héroes y, si son los correctos, tiene muchas probabilidades de salvarse. Miguel, el protagonista, tiene claro cuáles son los próceres de su patria chica, y esa es la moral que predica y camina. Además, quería hablar sobre la hermandad cósmica, la gente que está unida por sus gustos. Por ejemplo: es más probable conectar con un polaco que escucha The White Stripes que con un vecino que ama el reggaetón. A algunos les salva la vida la penicilina, otros hemos vuelto de la muerte con Andrés Calamaro.


¿Qué tanto es el influjo cinematográfico en HD? Todo lo que sea posible. Mi única formación académica es como guionista, así que sería imposible no partir desde ahí. Quise escribir una novela que se lea como una película, de un tirón, y que, además, venga con banda sonora.


Miguel, el personaje principal, es un perdedor nato. El entorno lo ayuda a ello. También se distancia con su familia. ¿Buscaba criticar un poco ese distanciamiento en el núcleo familiar? No veo a Miguel como un perdedor, creo que es un tipo al que le cuesta conectarse con la realidad, nada más. Las relaciones familiares son complicadas, se supone que uno ama a su familia sin cuestionamientos, pero nunca es así, la sangre no es automática, somos humanos y estamos destinados al conflicto.Quería hablar de eso, de la distancia abismal que puede existir entre personas que comparten los mismos genes. No creo que sea una generalidad, pero de que pasa, pasa.


¿Cómo fue la construcción de Miguel y Clara? Divertida y dolorosa. Miguel tiene un mundo privado, ese es su mecanismo de defensa, su trinchera. Clara también lo tiene, pero el de ella es un mundo que sabe funcionar en sociedad y se aprovecha de eso. Miguel necesitaba un cable a tierra y ese cable es Clara, que tal vez no sea fibra óptica, pero vaya que lo sacudió.


¿Relaciones con obras sobre jóvenes perdedores, solitarios, retraídos... como El guardián entre el centeno, de Salinger? El Guardián… es uno de mis libros favoritos, lo leo una vez al año, fijo. Las referencias están claramente citadas a lo largo de la novela y, más específicamente, en el anexo final. Por ese lado, HD es un libro multimedia. Salinger tuvo mucho que ver, pero también Bob Dylan, Kurt Cobain, Nicolas Cage, son muchos, tantos que necesitaría el periódico entero para responder.


Y... al día siguiente: Los Pescados en vivo en Diva Nicotina. Ya iba siendo hora de volver a una de nuestras ciudades favoritas, donde jugamos de locales, para mostrar algo de lo que se viene en Por la boca muere el Pez, el nuevo álbum, que esperamos esté listo antes de que termine el 2010.

Esto salió en La Revista de El Universo el 04.04.10, una pequeña bio escrita por nuestra compatriota Katherine Villavicencio, desde el pasado hasta el presente y con vista hacia el futuro.


Un Rock con sello manabita

La banda, que se inició en Quito, recorre el país con su propia música, interpretada con batería y guitarra. Alista su tercer disco: Por la boca muere el pez.Su nombre juega con la identidad y bromea un tanto con el sentir de dos manabitas que –armados de esfuerzo y talento– decidieron hacer su propia música y llevarla por todo el país.Los Pescados (Juan Fernando Andrade y Nelson Coral) mezclan rock y blues, escriben las letras de sus canciones y las interpretan con solo dos instrumentos: batería y guitarra, y la voz de Nelson.“En el mar están los peces y fuera del mar éramos pescados. Dos manabitas viviendo en Quito éramos como peces fuera del agua, empezó como broma y nos lo tomamos en serio”, dice Juan Fernando, escritor de profesión y autor de la novela Hablas Demasiado, que acaba de publicar con Alfaguara.


La banda surgió como tal en Quito en el 2005, pero sus integrantes se conocieron tiempo atrás en su natal Portoviejo, cuando Juan Fernando cursaba primer año y Nelson segundo en el colegio Cristo Rey. Desde entonces descubrieron esa afinidad musical aunque tocaban en diferentes grupos y con otra gente. Cuando ambos se fueron a vivir a Quito por estudios (Nelson es arquitecto) empezaron a hacer su propia música. Al principio tocaban covers con algunas de las bandas que integraron juntos, pero cuando comenzaron a componer también empezaron a quedarse solos.

Hicieron un primer intento como Los Tres Pescados, un grupo en el que Juan Fernando tocaba el bajo porque fue más fácil conseguir otro baterista que se les una. Pero al final terminaron solos e integraron un dúo por pura casualidad. En el 2005, recuerda Nelson, se dijeron “ya no hay más gente, quedamos solo tú y yo así que hay que arreglárnoslas”. Fue cuando arrancaron en serio como Los Pescados, cuenta Juan Fernando.Grabaron demos en una computadora en casa de Nelson y repartieron discos por bares de Quito para abrirse paso. El primero en abrirles las puertas fue El café de Guápulo, los bares de amigos y otros de la zona de La Mariscal. Fue la prueba de fuego para la banda y para ellos. Aprendieron a tocar en público, a tomar conciencia de una presentación en vivo y a entenderse en el escenario con un formato sin bajo. “Es una banda donde no hay bajo y punto y así nos enfrentamos a la vida”, señala Juan Fernando.


Decidieron comenzar en Quito porque allá hay una comunidad alternativa que va a descubrir bandas, no va a ver bandas de cover. “Fue más fácil empezar en Quito que en Guayaquil o Portoviejo”, coinciden ambos.


Luego Diva Nicotina y Heineken, en Guayaquil, les dieron la opción de tocar y hacerse conocer; con invitaciones y tocando puertas recorrieron Montañita, Crucita, Portoviejo, Manta y Cuenca.La aventura, de muchas horas de ensayo y de kilómetros en carro, comenzaba a tomar forma. Se propusieron entonces grabar su primer disco: El Año del Pescado, que surgió en el 2007.Fue un disco grabado de manera casi artesanal. Lo hicieron en tres días, en una “jornada maratónica”.Tuvo aceptación y gracias a que, refiere Nelson, se repartieron muchas copias entre amigos y conocidos, en sus siguientes conciertos la gente hasta coreaba sus canciones. Eso los animó más. Fueron uno de los pocos grupos costeños y el único manabita invitado al Quito fest, un festival en el que compartieron con bandas como Los Amigos Invisibles (Venezuela), Cienfue (Panamá), Plastilina Mosh (México).


Aunque Nelson ya no vive en Quito (por trabajo pasa entre Guayaquil y Portoviejo), eso no ha sido impedimento para seguir tocando y componiendo. Por la distancia procuran aprovechar el tiempo en el que se juntan. En el 2009, recuerda Nelson, se reunieron una semana en la casa del productor, Carlos Terán, y grabaron No somos siameses, su segundo disco.Ahora están en un break activo para escribir y estructurar su tercer disco, que esta vez será grabado en estudio. Se denomina Por la boca muere el pez y estará listo en la segunda mitad del 2010.“El plan es hacerlo como un disco serio, porque ya estamos cruzando los peligrosísimos 30 en que cada disco puede ser el último”, bromea Juan Fernando; Nelson cree que aún no les ha llegado su mejor su momento y que este trabajo puede ser el escalón.


La tarea no ha sido fácil. Componer y hacer que su propia música guste ha sido un trabajo de una década tocando juntos. Además, han tenido que romper estereotipos. “Lo nuestro es rock manabita y no significa que vamos a pasar con sombreros de Montecristi y machete”, aclara Juan Fernando, quien escribe guiones de cine, letras de canciones, crónicas, reportajes y novelas y se declara un apasionado de la música y de su banda.

4.14.2010

Cubículos


El libro estaba ahí, entre tantos otros miles de libros, en una librería en Portland en la que se podría vivir tranquilamente. No lo estaba buscando pero uno siempre termina comprando cosas que no buscaba y no encontrando aquello por lo que llegó en primer lugar. En el lomo están impresas dos quotes, “Terrific” dice Nick Hornby, “Hilarious” dice Stephen King, dos escritores en los que confío porque nunca se han puesto la banda de intelectuales y siempre han entendido que los libros sirven de compañía, que lo que importa es sentirse cerca y no lejos del resto. And then I came to Then We Came To The End, la aclamada primera novela de Joshua Ferris (1974).

Hace poco me preguntaron de qué se trata el libro de Ferris, tenía sólo un par de segundos para responder y dije mira, es como The Office, pero en libro, con TODO lo que eso significa. Sigo creyendo que ese es un buen tagline pero, claro, no es suficiente ni sería justo dejarlo ahí. Tuve varias etapas con Ferris, al principio no me mató, leía y leía (la novela tiene 385 páginas que se sienten como un poco más de eso) con un pie adentro y otro afuera. Y mientras leía sentía que eso ya lo había leído, lo había visto y hasta lo había vivido. Sin embargo, seguía metiéndome en los chismes de una agencia de publicidad en la que despiden gente todos los días. En principio, seguía la lectura por mero interés técnico, la novela está contada desde la primera persona del plural (¿habrán otras así?), desde un “we” corporativo y jugado que no es fácil de mantener pero que Ferris maneja de la mejor manera: con humildad y disciplina. Pero luego habían pasado doscientas páginas y esperaba con fruición ese momento del día en el que volvería a ver a la gente de la oficina. Irónico, en la novela todos desprecian su trabajo y sueñan con escapar (no se atreven a hacerlo, están presos, de eso se trata, de la gente que odia su empleo pero jamás lo dejará, del temor y la incertidumbre) y yo quería volver a ese mismo lugar de trabajo y saber qué más había pasado. Ferris le apuesta a transcribir sensaciones y lo hace desde la distancia adecuada, desde donde puede ver claramente las maravillas escondidas en la rutina, donde los rumores pasan de rumores a chismes y de chismes a verdades y de verdades a verdaderas tragedias del ser humano contemporáneo. Y, tal vez lo más importante, jamás pone su inteligencia o el contenido de sus archivos en la cabeza de sus personajes sino en darles vida propia y transformarlos en personas. Me explico: no los hace hablar como escritores (algo que pasa mucho y no debería pasar nada) sino como lo que son, oficinistas en el pleno ejercicio de sus funciones y sus frustraciones, “creativos” de una agencia de publicidad capaces de vender cosas que nadie necesita e incapaces de encontrar una manera creativa de resolver sus propias vidas.

A veces no sé quién está peor, los que odian su trabajo o los que no tienen un trabajo que odiar ni un sueldo con que comprar cosas para llenar el vacío que les deja su trabajo. En la novela de Ferris eso ni siquiera está en tela de duda. Siempre será mejor seguir empleado, tener un cheque al final del mes y poder salir a cenar y a beber y a quejarse del trabajo de mierda que tienen.



We were fractious and overpaid. Our mornings lacked promise. At least those of us who smoked had something to forward to at ten-fifteen. Most of us liked most everyone, a few of us hated specific individuals, one or two people loved everyone and everything. Those who loved everyone were unanimously reviled. We loved free bagels in the morning. The happened all too infrequently Our benefits were astonishing in comprehensiveness and quality of care. Sometimes we questioned whether they were worth it. We thought moving to India might be better, or going back to nursing school. Doing something with the handicapped or working with our hands. No one ever acted on these impulses, despite their daily, sometimes hourly contradictions. Instead we met in conference rooms and discuss the issues of the day.

…“intelligent people are not always guided by their intelligence. Sometimes, Martin, something called fear is a little more powerful.” He would know that basic fact of human psychology, she thought, if he were in marketing, but us a practitioner of the law, he believed that the decision that was most rational, or at least most shrewd, would always triumph if it determined one’s own self-survival.

Technology would never advance past primal fear. It would never trump human instinct.

…anticipating future work just made the present time moment even more miserable.

We informed you in six seconds that you needed something you didn’t know you lacked. We made you want anything that anyone willing to pay us wanted you to want. We were hired guns of the human soul. We pulled the strings on the people across the land and by god they got to their feet and they danced for us.

Some days felt longer than other days. Some days felt like two hold days. Unfortunately those days were never weekend days. Our Saturdays and Sundays passed in half the time of a normal workday. In other words, some weeks it felt like we worked ten straight days and had only one day off. We could hardly complain. Time was being added to our lives. But then it wasn’t easy to rejoice, exactly, realizing that time just wasn’t moving fast enough. We had any number of clocks surrounding us, and every one of them at one time or another exhibited a lively sense of humor. We found ourselves wanting to hurry time along, which was not in the long run good for our health. Everybody was trapped in this contradiction but nobody ever dared to articulate it. They just said, “Can you believe it’s only three-fifteen?”

To be honest with you, Tom, it’s hard to be honest with you when you got a gun pointed at me.

Hank Neary had a quote and we told him politely to shove the quote up to his ass. “When death comes, let it find me at my work”… We wanted to die on a boat. We wanted to die on an island, or in a log cabin on a mountainside, or on a ten-acre farm with an open window and a gentle breeze.

Some people would never forget certain people, a few people would remember everyone, and most of us would mostly be forgotten.

4.07.2010

La sentencia del juez Wii


El aeropuerto de la ciudad de Panamá se llama Tocumen. Existen dos (seguro existen más) versiones sobre el origen de esta palabra. Una dice que, como suele suceder en nuestros países, se trata de un vocablo cuyo origen pertenece a nuestros antepasados indígenas. La otra dice que es un simple caso de inglés mal hablado o, mejor dicho, mal pronunciado. Tocumen vendría a ser entonces la versión panameña de To Come In (así como Arraiján, un pueblo cercano a la capital, tendría que ser At Right Hand, y sí, hay que tomar una bifurcación y doblar a la derecha para entrar). Yo estoy on my way out y después de chequearme en el counter de Copa pasé por el control de seguridad, vi una propaganda de Wii y recordé que ese androide y yo tenemos una cuenta pendiente.

Mi tía, que es una mujer de mundo y no se pierde ni una cambiada de llanta (odia los Crocs, pero los probó), se ejercita diariamente con el dichoso Wii. Una mañana, tan inocente yo, me animé a probarlo y desde ese día ando con un cargo de conciencia que me está matando. Para empezar, tuve que darle a esa tramoya inútil un montón de información personal que no le doy ni a los doctores, desde mi fecha de nacimiento hasta las calificaciones con las que me gradué en la universidad, poco le faltó para preguntar cuándo pensaba casarme y con quien. Estaba probando, es más, se supone que me estaba divirtiendo. Luego tuve que someterme a pruebas de balance y postura que me dejaron en el más completo ridículo. Por suerte puede escoger una personal trainer y no tuve que mamarme al Mr. Universo de músculos virtuales que, embutido en tutú de ballet que está siempre por ceder pero jamás cederá, me miraba de reojo y con malicia. Antes de indicarme cuál sería la rutina ideal para conseguir un peso saludable, que corresponda a la roñosa altura que Dios me dio, la pantalla se puso roja (como si no hubiese bastado con mis mejillas), encendió una alarma que sonó más que la sirena de una ambulancia e infló irresponsablemente el abdomen del muñeco que dizque soy yo en ese país extraño que nunca, escúchenme bien, nunca, debí haberme atrevido a visitar. La sentencia: overweight. ¿Qué es lo que se ha creído este Nintendo travestido de Mac?, yo tuve el Nintendo original, el de Mario Bros. y matar a los patos con un arma de cañón naranja; para que sepas, culicagado, yo fui gran amigo de tu padre (¿o será el abuelo?) y a mi me respetas, carajo. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que, según esa fuente inagotable de infames calumnias, yo tengo el físico de un tipo de 38 años, ¡38!, diez más de los que pronto dejaré de tener. Habrase visto. Semejante disparate. Solo una máquina puede ser tan fría, tan carente de tacto, tan escasa de tino, tan falta de todo, pues. Solo un contubernio de transistores y lucecitas de navidad puede atreverse a robarme diez años de mi vida sin siquiera tomarse la molestia de dispararme primero.

¿Dónde están esos diez años?, ¿los quemé? Creo que la expresión correcta sería “me los comí”. Ni siquiera “me los tragué”, eso significaría que todavía me veo como un adolescente y aunque de vez en cuando me piden ID antes de atreverse a servirme un trago no soy Ferris Bueller ni mucho menos. Toda una década de mi vida me pasó por encima y yo ni siquiera me di cuenta. ¿Estaba dormido?, borracho, tal vez, pero nunca tanto ni por tanto tiempo. Una decena de años de los que jamás recordaré nada, ni a nadie, dicho sea de paso. Tal vez ya amé y perdí y jamás volveré a amar. ¿Alguien puede decirme si tuve hijos?, ¿cómo son?, ¿dónde viven?, ¿qué onda la mamá? Quizás ya tuve mi momento de gloria, mis quince minutos de fama, y ni siquiera me queda una foto a la cual dedicarle mi último suspiro. Yo, que tanto me preocupaba por llegar a los 30, ahora resulta que estoy con un pie en los 40 y, a este ritmo, pronto tendrán que trasladarme con grúa de un extremo de la cama al otro. Si algo nos ha enseñado la ciencia ficción es que NO HAY QUE DARLE EL PODER A LAS MÁQUINAS. Nos volveremos a ver, Wii. Esta conversación no ha terminado.