9.09.2011

La Revolución de César

Cada vez que un clásico del cine “revive” con una nueva versión, el ambiente se llena con esa mezcla inevitable de emoción y temor. Para mí, El Planeta de los Simios siempre fue un lugar hostil, caluroso, feo y aburrido. Se suponía que era el futuro, pero parecía el pasado y duraba demasiado. Hace diez años, cuando el gran Tim Burton hizo su remake, le di una oportunidad y aunque en su momento fui – creo – uno de los pocos que la defendió por libre, soberana y por un Tim Roth que lo dio todo, no volví a verla ni a saber nada de ella, lo cual, supongo, significa que lo nuestro no fue ni tan intenso ni tan real. Nunca pude con El Planeta de los Simios, nunca, hasta ahora. Estoy entregado. Entregué.

Pocas veces una revolución ha sido tan bien retratada. Un científico (James Franco) experimenta con virus en busca de la cura para el Alzheimer, lo hace porque su padre (el mejor John Lithgow) padece la enfermedad y vive en el limbo. Tras un incidente que abre la película con fuerza, el científico se lleva el proyecto a casa y, junto a su investigación, se lleva a César, un simio recién nacido que ha heredado cualidades extraordinarias pues su madre fue inyectada con el virus. César crece como parte de la familia y desde el principio está claro que no es, en lo absoluto, una mascota. Crece y como nos pasa a todos al crecer se da contra las paredes de lo incomprensible. Lo encierran con los suyos, por primera vez está rodeado de su propia especie y desde ahí la película se convierte en el viaje de un guerrero: caer, vivir en el fondo, hacer del dolor fortaleza, unir a sus enemigos en contra del enemigo mayor que tienen en común, y atacar. Apoyado en un guión que estuvo apunto de caer en la frialdad de la perfección – se salva por cuotas de ternura y descargas de violencia – , César, un logro desde todo punto de vista (¿podría dar clases de actuación?), se convierte en un ser inteligente y sensible, furioso y lastimado, que entiende mejor que nadie cómo levantar el espíritu de su pueblo. Se siente traicionado pero no traiciona, sólo se defiende. La lección sigue siendo la misma: para acabar con los seres humanos nos bastamos solos.

El director inglés Rupert Wyatt, de quien se conoce poco por estos lados (aunque, ojo, se dicen maravillas de El Escapista, su película anterior), logra conmover, conectar, logra que uno sienta cosas donde antes no sentía nada. Un gorila que derrumba un helicóptero puede ser una obra de arte. El Planeta de los Simios puede ser un lugar sorprendente.

(El Diario, 04/09/11)


4 comentarios:

maurici28 dijo...

completamente de acuerdo contigo!

Juan Fernando Andrade dijo...

la revolución empieza con nosotros!

Juan1971 dijo...

Para comentar este película es impajaritable ver el original, que no tiene nada que ver con esta versión cándida de las revoluciones. Completamente en desacuerdo

Fernando dijo...

El planeta de los simios...
cultura b...

ya perdieron el norte