9.13.2011

Por quién redoblan los tambores


Soy el del medio. Mi hermano es tres años mayor y mi hermana apenas uno menor. Mi madre dice que no tuvo mucho tiempo a solas conmigo, quedó embarazada casi inmediatamente después de mi nacimiento y cuando la nueva bebé llegó a casa, según me cuenta, pasé parcialmente a manos de terceras. Ese giro, que me tomó por sorpresa, fue la primera curva de mi destino.

Los del medio somos un poco freaks, no todos, es cierto, pero diría que la mayoría o la inmensa minoría. En mi caso, por ejemplo, me queda claro que esta condición es clave: siento que la soledad es mi estado natural y se me hace difícil conectar con otra gente, sobre todo si la tengo frente a frente. Cuando se vive en el medio, uno deja que la atención caiga sobre los bordes hasta derramarse, aprende a bancársela solo y en silencio, se desconecta de los demás para poder conectarse consigo mismo, sobrevive como puede y en privado.

Al principio es complicado, pasas el tiempo observando a los otros hermanos y tratas (por lo menos es así como sucede en mis recuerdosi ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ el tiempo observando a los otros hermanos y tratas (por lo menos en mi caso asdifcho tiempo para mteor) de ser una version ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽er una versicadovando a los otros hermanos y tratas (por lo menos en mi caso asdifcho tiempo para mteorón remix con lo mejor de esos dos universos. Así llegué a la música, así caí en el rock. Mi hermano tocaba el bajo en una banda y para mí no había mejor plan que verlos ensayar. Esto no siempre era posible ni, mucho menos, agradable para mi hermano, pero pasaba, pasó lo suficiente como para cambiarme la vida. Fue cosa de ver una batería por primera vez para que todas mis dudas existenciales-pre-adolescentes quedaran resueltas de sopetón: ahí estaba, eso era lo que estaba buscando, darle, darle duro, hacerme escuchar, interrumpir al mundo con un golpe.

Por esos días yo terminaba la primaria y las apuestas iban en mi contra. Tenía que dar un examen para entrar a un colegio jesuita y teniendo en cuenta mis calificaciones la misión parecía, en efecto, imposible. A mí el colegio me interesaba poco, quería tocar, quería rockear y morir de sobredosis a los veintisiete, o antes. Y sólo había una forma de hacerlo: pasar el puto examen de ingreso. Como entrenamiento, fui a clases después de clases, tuve profesores de matemáticas y de todo lo demás. Estudié por las tardes, por las noches, aprendí nombres y fechas que no me ha costado nada olvidar. Tenía una meta y el tanque lleno de gasolina para llegar hasta allá. El día que di la prueba mi mamá me preguntó cómo me había ido y yo le dije creo que bien, pero no le prometí nada. Semanas después fuimos a ver los resultados, yo ya tenía un par de baquetas que usaba en tambores prestados, reciclados, tarros de galletas y cualquier mueble al que le pudiera sacar sonido. Mi mamá entr a una ﷽﷽﷽rióe dijo pasaste. pue mueble al que le puediera sacar un sonido. lldespuaso asdifcho tiempo para mteoró a una oficina y yo esperé en el auto, tocando sobre mis muslos. Cuando volvió estaba sonriendo. Lo logre,﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nriendo. Lo logr. pue mueble al que le puediera sacar un sonido. lldespuaso asdifcho tiempo para mteoré. Pasé. Fueron siete puntos por encima del mínimo, fueron suficientes. Ese día definió parte del futuro. Aún no tenía batería, pero ya era un baterista.

Ahora capto que no fue el colegio el que me permitió la batería sino al revés: la batería me permitió salvar y salvarme del colegio. Eran los noventas, escuchaba grunge y estaba (estoy) convencido de que Kurt Cobain era el John Lennon de mi generación. No estaba solo, pero digamos que el gran público prefería Vilma Palma a Nirvana. Tuve banda desde los trece o catorce años, se llamaba Noise. Tocábamos lo que veíamos-escuchábamos en MTV, que por entonces se dedicaba a la música y no a los realities irreales. Tocábamos bien, sin errores, con una precisión un poco enferma y exagerada para nuestra edad. Ninguno tenía buenas calificaciones, pero como músicos de rock calificábamos con honores. Aún así, a los conciertos no iba nadie. Si hubiésemos estado, no sé, en Seattle o Buenos Aires, capaz esta parte de la historia resultaba diferente, nuestra temporada de covers habría sido más corta y el salto a las composiciones originales nuestro salto a la fama. Al final no es que importe mucho. El caso es que estábamos en Portoviejo, una ciudad-pequeña-pueblo-grande en la costa ecuatoriana, y las chicas preferían escuchar versiones poperas de Luis Miguel y los chicos preferían los conciertos donde estaban esas chicas. A esa realidad injusta y dolorosa le debo una de las lecciones más importantes de mi vida: no te vendas, no trances, no te acomodes. You gotta fight four your right to party.

La batería me enseñó a pelear y, lo más importante, a sacarle más provecho al fracaso que al triunfo. Ahora tengo treinta y sigo en estas. Mi banda se llama Los Pescados y me tocó escribir esto en tiempos diferentes, entre la prueba de sonido, la tocada, el embale y la resaca de un fin de semana. No soy un músico profesional, no vivo de la música, pero le música me dio una vida, un personaje que me cae bien y al que admiro sobre todo por seguir tocando en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.

Me pasa a menudo, por ejemplo, ver un texto mío publicado y sufrir un ataque de pánico: pude haberlo hecho mejor o, lo que quizás es peor, ya nunca más escribiré así, ya gasté todos mis cartuchos, ya entregué mis mejores ideas y sólo me queda morir seco como una planta de sol bajo techo. En cambio cuando escucho Los Pescados todo es distinto. Las grabaciones, indies, caseras, criollas, me llenan con un orgullo vanidoso y extraño, esa sensación de que uno construyó un momento al que puede volver y al que puede invitar a otros, un momento corto pero que puede repetirse y, con suerte, durar para siempre.

Cuando compraron la batería, mis viejos seguro pensaron que el antojo se me quitaría tarde o temprano. Nada que ver. Cuando era adolescente y vivíamos en la misma casa, la batería estaba en una sala justo debajo de su cuarto. Así, creo, pude decirles lo que jamás he podido decirles. Así tuve una voz ronca y poderosa aunque en verdad hable poco y me guarde más cosas de las necesarias. Tocando aprendí que uno hace su camino a pesar y en contra de todo. Aprendí que si uno se busca, por más que se pierda, termina encontrándose. Tocar me enseñó a escribir, a tipear con fuerza sobre las letras, a sacarle ritmo a los signos de puntuación y a buscar frases que suenen como líneas de canciones y puedan inhalarse de la misma forma, causando el mismo efecto, con la misma intensidad. A ratos siento que dentro mí viven por lo menos dos tipos más. Uno es el que se la pasa solo, escribiendo, al que le resulta más sencillo mostrarse publicando que conversando. El otro toca, hace relajo, mete bulla, a veces sale de la batería, se levanta, se acerca al frente del escenario y busca ser uno con el público haciendo gestos que al escritor le parecen de mal gusto y lo avergüenzan. El escritor, al parecer, está más emparentado con el hermano del medio y elabora su venganza paso a paso, entre líneas, dejando que se enfríe. El baterista de Los Pescados no tiene esos complejos, cero cuentas pendientes, hace rato que se salvó y anda por ahí mirando a todo el mundo a los ojos. Cuando termina de tocar recoge sus cosas, guarda cada tambor en su estuche, se los echa al hombro aunque le partan la espalda que ya está doblada y sigue su camino hacia la próxima tocada. Ahí los espero. Nos vemos. Chau. Gracias y buenas noches.

(Revista El Perro #23. México. Septiembre, 2011).

11 comentarios:

Juan Andrés Suárez dijo...

Por textos como este se da la 'hermandad cosmica', que lejos de ser un acto aislante es un proceso de generosidad real; nos vamos salvando al ritmo de tipeos y 'The Clash'. 'The Future is unwritten!'

drumhead dijo...

excelente ...tambien soy batero de portoviejo ,28 años mañana compro mi primer bataka pro....me senti muy identificado con lo que lei ..tambien sali de ese colegio jesuita en el que se da prueba....y estuve en toda la escena under portovejense de los noventa y tantos, pero en la escena hardcore, donde antes era la fabrica, de verdad me identifique mucho ...y estoy seguro que no soy el unico en Portoviejo Rock City ...

Kros dijo...

Vives tus propias ¡Fucking rules! y esta bien pana....... Aguante el rock los pescados y las letras que nos transportan a nuestro mundo a nuestra realidad asi sea por instantes...........

Un gran abrazo

Kros

Anónimo dijo...

No soy batero ni escritor. Solo hermano del medio. Igual me identifico con tu texto.
Saludos...

Juan Fernando Andrade dijo...

personal,

la verdad, no sabía si postear esto o no, era algo tan personal, tan íntimo, q pensé q sólo me interesaba a mí... ahora veo q conecta y con eso estoy pagado.

saludes

Mariuge dijo...

Está claro ya que no solo conectas con la música chico..

Anónimo dijo...

Juan Fernando hoy confirme leerte o escucharte es un placer, estuve par veces escuchando tu version baterista cuando tu hermana nos convertia en fans de los pescados por ahí y si sacaron esa rockera que normalmente no aparece; aunque creo que goce mas la historia de la "reina de la taza" el dia que ella se caso.
Me alegra haber encontrado tu blog seguro aunque no sepas que escribir algo te sacaras de la manga un abrazo Virginia

Antonieta dijo...

"No soy un músico profesional, no vivo de la música, pero le música me dio una vida, un personaje que me cae bien y al que admiro sobre todo por seguir tocando en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad"
Que lindo carajo!

Anónimo dijo...

Leyendo este comentario confirmo porque me encanta leerte-escucharte-verte.. Conectas ciertamente! Mis respetos!!

drumerelectronico dijo...

Brother este es unos de los escritos mas directos concisos e impresionantes que he leido y que realmente me llego, soy batero tengo unas lagartijas en mi cabeza y el rock tambien nos hizo panas casi una quincena de años, juancho excelente hermano, saludos

felipe centeno

Anónimo dijo...

Supongo que todos los que fuimos salvados por Nirvana en un momento clave nos sentiremos identificados con este relato... ¡bravo!
Pero qué ingenuo pensar que el gusto por la "música" de Luis Miguel u otros engendros de ese tipo es dictado por las mujeres... el mal gusto es universal, y se persigue por voluntad propia. Las mujeres podemos sentirnos incluso más alienadas que los hombres por razones obvias. Digo esto sin animosidad, es sólo un apunte. Me encantó este post.