Cuando cumplí dieciocho años
vivía en Nueva York y una de las primeras cosas que hice como mayor de edad fue
ir al cine a ver American Pie. Como era de esperarse, la chica de la boletería me
pidió una identificación antes de venderme la entrada. Yo tenía la mano lista,
a centímetros de la billetera, y había ensayado ese momento en mi cabeza todo
el día. La chica tardó varios segundos en localizar mi fecha de nacimiento
hasta que dio con ella, me miró y quizás sospechó que se trataba de un
documento falso, pero claro, ese no era su problema. Me senté en el medio de la
sala, la entrada en la mano y en el corazón la esperanza humilde de ver a
muchas mujeres desnudas.
Eso fue hace trece años. Fui
al cine solo y vi menos de lo que esperaba. American Pie no era, como me habían
prometido, una bisagra generacional en clave de comedia porno que retrataba a
los adolescentes de finales del siglo pasado (de hecho, conseguí muchos más
desnudos, y harto más interesantes, unos días después, cuando fui al mismo cine
a ver Ojos bien cerrados, la última
película de Stanley Kubrick, una película de verdad). Recuerdo, eso sí, que la
ya ahora clásica secuencia en que Jim (Jason Biggs) se viene antes de tiempo
después de ver sin camiseta a Nadia (Shannon Elizabeth), la estudiante de
intercambio, se quedó conmigo algún tiempo y sirvió sus propósitos. Fuera de
eso, recuerdo poco o más bien he querido olvidar mucho. Los personajes de
American Pie eran demasiado buenos o demasiado tontos como para tomarlos en
serio, les faltaba maldad, les faltaba rock. Y trece años después les sigue
faltando.
Vi El reencuentro en Internet, no es una de esas películas que merezca
la ida al cine y el gasto (aunque con mucho canguil y un balde de té helado
quizás pase más rápido). Si me hubiesen invitado a esa reunión de colegio estaría
aliviado, seguro de que esos personajes no le hacen ninguna falta a mi vida,
que estoy mejor sin ellos. La vi sabiendo que sería mala, que no buscaría
problemas, que justo cuando tuviera oportunidades de hablar con la verdad,
cuando pudiera meterse de cabeza en líos matrimoniales o en esa como pena que
te da cuando sientes que ya no tienes nada en común con ese pana al que le
decías hermano, la historia me traicionaría,
se bajaría los pantalones y haría el ridículo. Es mi culpa, claro, ¿cómo se me
ocurre pedirle motivos emocionales al cuarto capítulo de una franquicia? Pensé
que eso del reencuentro, que ya estamos grandes, que después de todo. Ahora siento
que podríamos encontrarnos en la calle, saludarnos, fingir interés por la vida
del otro y luego inventar cualquier excusa para seguir caminando. Cada cual por
su lado.
(El Diario, 08/07/12)
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