Dentro
de un mes, cuando la Academia Sueca decida a quien otorgar el Premio Nobel de
literatura, Bob Dylan estará en su casa preparando maletas para viajar a
Winnipeg, al sur de Canadá, donde tocará la noche del 5 de octubre en el MTS
Centre, hogar de un equipo de hockey llamado los Jets.
Su
persona de confianza, que podría ser Cat Power o Charlotte Gainsbourg o quizás
sean las dos, le dirá que un tipo de acento raro pide desesperado hablar por
teléfono con él, que ésta es la tercera vez que llama, que parece importante. El
viejo Bob, que ya pasó los setenta y sabe distinguir las prioridades en la
vida, dirá que no tiene tiempo para atender a extraños, que está ocupado, y
seguirá mirando sus sombreros dispuestos en filas sobre la cama, sin saber cuál
llevarse de tour. ¿El azul? ¿el negro? ¿el gris?
Mientras
tanto, en Estocolmo, el encargado de comunicar la noticia a los ganadores no sabrá
cómo decirle a sus superiores que el señor Zimmerman, como le dicen a Bob los
académicos, no parece tener la menor intención de atender el teléfono. El pobre
sueco llamará a su mujer y le preguntará qué hacer. Ella, que dejó de usar suecos
a los quince años después de un accidente ocurrido durante una coreografía
colegial, y que algo tuvo que ver con la decisión de premiar al músico de
Minnesota, le dirá que, primero, se calme, segundo, vuelva a insistir y,
tercero, no olvide comprar la albahaca para el pesto.
Bob
se parará frente al espejo con un nuevísimo sombrero de piel de leopardo sobre
la cabeza, y pondrá esa sonrisa que apenas y le acomoda el comienzo de la
mejilla. El teléfono volverá a sonar y esta vez un Dylan tranquilo y en paz
consigo mismo tomará la llamada en la cocina. El sueco, que a siete horas de
distancia en el futuro se estará peinando el pelo que despeinó en la espera, le
dirá con tono solemne que ganó el Premio Nobel de literatura. Bob cerrará sus ojos
azules por nada más que un segundo antes de decir: solía importarme, pero las
cosas han cambiado. Colgará el teléfono, dará un salto y juntará los pies en el
aire como Chaplin. Será feliz, pero nunca se lo dirá a nadie.
(El Comercio, 02/09/12)
Y de yapa, el nuevo video de Bob, Duquesne Whistle, de su álbum Tempest, modelo 2012.
1 comentario:
¿Es en serio?, Lo predijiste...
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