Al final todo tendrá sentido
y habrá valido la pena, no se desesperen. Cuando lleguen los últimos minutos y
los cabos se aten como por arte de magia, cuando las alucinaciones y los
engaños y las pesadillas ocupen su lugar en el rompecabezas, verán que se trata
de una historia de amor. Un amor enfermo, sí, dañado incluso, pero apasionado y
demente como pocos. La clase de amor que salpica a quienes lo rodean y dispara
balas perdidas que tarde o temprano terminan en la cabeza de alguien.
La doble realidad comienza
en la habitación desarreglada de un hotel en Turín, Italia. Hay una chica
viendo la televisión pero distraída en otra cosa, y una camarera, Sonia (la
actriz rusa Ksenia Rappoport), que limpia el baño con una esponja. La chica se
suicida sin explicación alguna y esa es la primera señal de que la vida de
Sonia, que parece tener la cabeza siempre en otro lado, no es para nada normal.
La volvemos a ver sentada a una estrecha mesa durante una sesión de speed dating, un ritual posmoderno de
citas exprés que se propone juntar almas gemelas en cinco minutos o menos.
Allí, Sonia conoce a un ex policía, Guido, que carga en la mirada la ausencia
de su esposa, muerta hace tres años. Esto es clave. Guido tiene adentro un
dolor, un hueco, que no lo deja maniobrar con soltura y lo empuja hacia los
polos de la soledad: puede tener sexo del que lo satisface por unos minutos o
meterse de cabeza en una relación que, desde el principio, se siente extraña. Y
lo es. Luego de un asalto en el que Sonia resulta herida, la película toma un
camino distinto, raro, decide contarse a través de una serie de espejismos que
revelan el inconsciente de su personaje principal, acostada en la cama de un
hospital, en coma. Así se revela, de manera mezquina, sin darnos muchas luces,
el gran plan: un robo millonario en el que Guido está siendo manipulado por
Sonia y su verdadero novio. Esto lo sé ahora, después de casi una hora frente a
la pantalla preguntándome, ¿qué es lo que está pasando aquí?
(El Diario, 09/09/12)
Disponible en Cuevana.
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