Juan Rulfo miró el
páramo en llamas y dijo: La tumba es
una de las obras que liquidarán el pasado. Hablaba de la primera novela de un joven
mexicano que firmaba con sus dos nombres pero sin ningún apellido, un chavo que
había escrito su debut a los 16 años y había esperado tres más para verse publicado.
En realidad el que estaba esperando, quien aún no estaba listo, era el
mismísimo México.
En 1964, Nueva
Tenochtitlán del Temblor –como diría Fresán– se enteró de la existencia de José
Agustín y tuvo que correrse un poco para hacerle espacio a un cuate fresa y
marginal al mismo tiempo. Su padre, un piloto que no leía demasiado, lo había
llevado varias veces al norte y con eso al rock y al indomable Porsche 550 de
James Dean que no en vano se llamaba Little Bastard. Pues bien, este pequeño
bastardo se mandó un libro corto y veloz como un auto deportivo que en poco más
de 100 páginas ha rendido para los cilindros de varias generaciones.
La
tumba, protagonizada
por un chico de clase alta que adolece de aburrimiento extremo, estrenó la “literatura
de la onda”, esa con la que México se globalizó pasando con whisky sus tacos al
pastor. Una novela desesperada que por fortuna salió del in utero antes de tiempo, cargada de buenas intenciones: hacer el
amor y leer poesía y escuchar música y emborracharse y hacer el amor otra vez
porque, lo sabemos, el amor se puede hacer sin miedo a que se deshaga. O, mejor
dicho, vale la pena correr el riesgo.
Y al final de la noche
la luz dolorosa del día: la cruda existencial.
Si me hubieran
presentado a José Agustín antes mi vida hubiese empezado antes (aunque me late
que ya nos conocíamos y la neta le debo mucho). Me alegra saber que lo leen en
colegios aztecas y que esos adolescentes tienen en esos libros las palas para
enterrar a Peña Nieto: letras, filosofía y música pop.
Para
que se vayan enterando, el narrador se llama Gabriel Guía, sospecha que en su
cabeza no hay masa encefálica sino un líquido –que suena clic, clic, clic– y su
profesor de literatura piensa que plagió un cuento de
Chéjov, pero la verdad es que Gabrielito hace casi 50 años escribió uno de los
versos más afortunados de la literatura en español: sun you need fun.
(El Comercio, 02/12/12)
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