2.27.2012

El perdón


El pasado sábado 25 de febrero se publicó en el diario El País de España una carta firmada por más de cien escritores latinoamericanos y españoles que comienza con el siguiente párrafo: “Los escritores que firmamos este manifiesto expresamos nuestro rechazo a la persecución contra los periodistas autores del libro El Gran Hermano, Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, y contra el editor Emilio Palacio, por una columna de opinión «NO a las mentiras», publicada el 6 de febrero del 2011 en diario El Universo.

Al día siguiente me llamaron de El Comercio a preguntarme si temía consecuencias por haber firmado la carta y si creía que la misma tendría alguna incidencia en el veredicto final del presidente Correa. A lo primero dije que no porque si esta vez no quedaba claro que lo que habíamos firmado era una opinión, nuestros problemas más serios no son morales ni políticos sino gramaticales. A lo segundo dije que tampoco, que era ingenuo pensar que un grupo de escritores haría cambiar de opinión al presidente porque su decisión ya estaba tomada, pero que así mismo era necesario que esos escritores –y quien quiera hacerlo, doctores, abogados, ingenieros– pudieran hacer pública su manera de pensar.

Hoy por la mañana, como estaba anunciado desde la semana pasada, el presidente Correa leyó una carta abierta a los ecuatorianos y dijo que perdonaba a los involucrados tanto en el caso del Gran Hermano como en el juicio contra El Universo. Esto me parece preocupante por dos cosas: primero porque han pasado siglos enteros desde que los gobernantes mandaban a detener la guillotina para perdonar a los condenados, y segundo porque en el perdón de Correa no hay ni el más mínimo rastro de cuestionamiento hacia un proceso de dudosa procedencia legal.

Estoy de acuerdo con que Emilio Palacio no debió escribir “…haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente” si no tenía pruebas, pero resulta complicado aceptar que quien lo enjuició fue el ciudadano Correa y no el presidente Correa. ¿Por qué el ciudadano Correa pide a los seguidores de Alianza País que hagan guardia fuera del juzgado?, ¿por qué el ciudadano Correa va con todos los ministros del gabinete presidencial –que debían estar trabajando– a la audiencia?, ¿por qué el honor del ciudadano Correa vale más dólares, muchos más dólares que la vida perdida de otros ciudadanos?, ¿existe un juez en el Ecuador capaz de fallar contra el ciudadano Correa? Simplemente no lo entiendo. Mucho menos por qué, en el caso de Calderón y Zurita, no existe ninguna consecuencia para Fabricio Correa, quien ha dicho varias veces que su hermano Rafael conocía de sus negocios con el estado. Así como no la hubo para la esposa del ex fiscal Pesántez cuando se la relacionó con la muerte de una transeúnte ni al parecer la habrá para el canciller Patiño en el caso narco-valija.

Al escribir esto siento que aquella consecuencia por la que me preguntaron ayer está sucediendo y es peor de lo que imaginaba. El perdón de Correa, tal cual fue expuesto esta mañana, quiere decir que la verdad siempre estuvo de un solo lado, del suyo, que no hubo nada ni ligeramente extraño en la manera en que se juzgó a los periodistas, en la forma en que se redactaron las sentencias ni en el contenido de las mismas. Quiere decir que las miles de personas que lo apoyaron a través de las redes sociales tuvieron más criterio que los miles que lo debatieron por la misma vía.

El mismo sábado 25 de febrero, durante su cadena sabatina, Correa dijo que los periódicos internacionales que reprodujeron la columna de Palacio pretendían amedrentarlo y hacer que bajara la cabeza. Yo siento que su perdón persigue lo mismo, hacer que algunos de nosotros bajemos la cabeza y aceptemos su voluntad por encima de cualquier ejercicio de justicia. El perdón deja sembrado el miedo.

2.20.2012

El Oscar que Woody no quiere

Woody Allen tenía 22 años cuando vio El séptimo sello, la película sueca dirigida por Igmar Bergman que cambió su vida. En ella, un Caballero que regresa a casa de las cruzadas se encuentra con la Muerte que viene a reclamarlo, y la reta a una partida de ajedrez para salvarse. Mientras juegan cuestionan el universo entero, el silencio de Dios y el propósito de un mundo cargado de plagas. Esa noche, Woody salió del cine convencido de que había visto una cinta perfecta que ningún otro drama podría superar jamás. Y confirmó su destino en la comedia.

Cuando Bergman murió, en el 2007, Woody escribió un articulo para el New York Times en el que dijo muchas cosas maravillosas del director sueco y aprovechó para confesarse, “Bergman hizo más de 60 películas a lo largo de su vida, yo he hecho 38. Si no puedo alcanzar su calidad, por lo menos me acercaré a su cantidad” El año pasado se estrenó Medianoche en París, la película número 43 de Allen, una de sus comedias más efectivas, jugadas y, contra las sospechas de los productores que pospusieron su rodaje durante años por motivos económicos, la cinta más taquillera de su carrera hasta la fecha. Supongo que es fácil decirle que no a la historia de un escritor californiano que, mientras está de vacaciones en París con su prometida y sus futuros suegros, gente de clase alta y republicana, descubre que cuando el reloj marca las 00h00 puede viajar en el tiempo y encontrarse con los genios que lo inspiraron a escribir en primer lugar, Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, T. S. Elliot, sin contar con ir a fiestas en las que toca el piano Cole Porter y enamorarse de una mujer preciosa que volvió loco a Picasso. En las manos de cualquier otra persona estos elementos hubiesen sido la clave del desastre, pero Woody lo logró (no siempre lo logra, pero cuando lo hace, mata) haciendo lo que suele hacer: escribir y dirigir la película que le gustaría ver. Durante una conversación telefónica, Bergman le dijo a Woody, “Me molesta que a la gente no le guste una de mis películas, pero eso me dura unos 30 segundos”. El director neoyorquino piensa igual y por eso mantiene la sana costumbre de rodar una cinta al año sin preocuparse demasiado por el futuro o por el pasado.

Medianoche en París le gustó a todo el mundo y ha recibido 4 nominaciones al Oscar este año, incluyendo mejor director, mejor guión y mejor película. Woody no irá a la ceremonia porque jamás lo ha hecho (con la excepción del 2002, post 911) pero es obvio que ya ganó. Con 76 calendarios encima, es el cineasta más libre de todos.

(El Diario, 19/02/12)




2.06.2012

La ilusión de control


A diez páginas del final, Bucky Cantor, protagonista de la novela Némesis de Philip Roth, “concibe a Dios como un ser omnipotente que no es la unión de tres personas como dicen los cristianos, sino de dos, un maldito enfermo y un genio criminal”. Haciendo números, le sobran las razones para pensarlo.

Su madre murió segundos después de haberlo traído al mundo y su padre fue un delincuente profesional al que nunca pudo conocer. Pero lo que más le duele, lo que en verdad le arde, es haber nacido con ojos débiles, no aptos para el ejército. Es el verano de 1944 y Bucky no quiere estar donde está, en Newark, New Jersey, sino peleando en la Segunda Guerra Mundial, en las mismas trincheras que sus amigos.

En la sección judía del barrio Weequahic, donde da clases de educación física a los niños cuyos padres no han podido enviar de vacaciones, hay otra guerra. Una epidemia de polio se riega y los pequeños caen uno a uno, como si se hubiesen enlistado para contagiarse. El joven profesor cree que lo mejor es no rendirse ante el pánico y mantener una vida normal en la medida de lo posible. Pero ya nada es normal, el barrio entra en cuarentena, la gente se mira con sospecha, los padres de los niños muertos no entienden la suerte de sus hijos y Bucky no entiende qué clase de Dios permite que sucedan estas cosas.

Cuesta mucho aceptar que andamos a tientas, que no somos parte de un plan maestro ni, mucho menos, divino. Bucky intenta dejar que las cosas pasen como tengan que pasar, renuncia a su trabajo y se reúne con la mujer que ama en un campamento vacacional, en una colina donde el viento no huele a polio. Y sí, la vida sigue, pero también lo persigue y lo acorrala y Bucky Cantor sospecha que el destino sí que tiene un propósito: acabar con él.

Siempre escuchamos lo mismo, que el pasado no se puede cambiar, que el futuro aún no llega, que lo que debemos hacer es disfrutar el presente y bancárnosla como viene. Como si fuera tan fácil. La duda nos mata, lo peor de todo es no saber si lo correcto es montar la orgía del siglo o arrodillarse sobre tapas de cola y ponerse a rezar.

(El Comercio, 05/02/12)

2.01.2012

Un montón de frases bacanes

A veces un libro no necesita más que eso para ser un libro. Un montón de frases bacanes para gente que quizás no las andaba buscando pero seguro está feliz de haberlas encontrado.

***

Creo que tener dieciséis años, llamarse Martina y no haber tenido música es un asqueroso desastre… Tener música es como tener un código. Y es extraño porque yo creo que sí tengo un código.

Yo al principio pensaba que la vida era una de esas fiestas con piscina donde todo el mundo se baña desnudo pero alguien se queda vestido, o sea, yo.

…si te callas demasiadas cosas, un día estallan o se pudren. Pero si las dices, haces daño.

Hay que saber preguntar. No se dónde enseñan eso pero lo que está claro es que casi nadie sabe.

Además de acordarte y sonreír, una parte de ti seguirá triste. Algunas cosas duelen y no se pasan. Tendrás treinta y cincuenta años, y una parte de ti seguirá estando triste por los días en que no pudiste ser la reina de una fiesta, o por otros motivos que ahora no sabemos. Y aunque tu novio de ese momento te abrace muy fuerte, notarás que tu pena sigue. Hay una parte donde nunca nos abrazan. Aunque nos quieran muchísimo. Esa parte está ahí, esa pena. Y nadie llega a tocarla nunca.

Los rockeros nórdicos parecen distintos. No puede ser lo mismo hacer rock en Estados Unidos que hacerlo en Noruega o en Finlandia; mientras suena la guitarra eléctrica y el bajo, por la ventana ves pasar a la gente con botas de esquiar o como sea que anden cuando la nieve cubre medio metro, pero no es sólo el frío: es estar allá arriba. A veces ves a alguien y sabes que lleva dentro un punk-rocker escandinavo, encallado en esas penínsulas cerca de ningún sitio, que intenta seguir tocando con fuerza y dignidad.

…no soy muy fea ni muy guapa. ¿Tú sabes si Holden Cauldfield es guapo? Ni puta idea, ¿verdad? Algunos se acuerdan de que es alto, y de que tiene un mechón de pelo gris aunque sólo tenga diecisiete años. Pero nada más. En cambio, si fuera una chica, todos querrían saber si es guapa o no. Todavía hoy.

¿Es que no se dan cuenta de que ellos son los adultos? ¿Es que no se dan cuenta de que detrás de ellos no hay nadie? Me parece que no, no se dan cuenta, ni lo huelen, ¿sabes?, y van por ahí con sus cancioncillas: Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mi. Vaya gilipollez.

¿A ti no te han recomendado leer El extranjero? No sé qué se piensa la gente que es la adolescencia, ¿han perdido todos la memoria o qué? El libro trata de Mersault, un tipo a quien le da todo igual, incluso la muerte de su madre, y que un día va y mata a alguien. Vale, luego les preocupan los videojuegos violentos. A mí no me importa. Lo que quiero decir es que si Mersault no mata a nadie, no le habrían hecho caso. Hay un montón de personas a las que les da todo igual pero nadie les hace caso. Y cuando te da todo igual, sí que estás bastante hecho polvo.

¿Pelear? Vale, a mí me parece bien pelear, pero contra tus enemigos.

…supongo que hemos visto demasiadas pelis, hemos oído demasiadas historias y ya sabemos que después se vuelve, a la misma casa, al mismo instituto, a la misma ciudad donde nadie puede empezar de nuevo.

Mira, si te escribo con un ordenador, ¿cómo sabré cuándo he acabado? Jo, los que hicieron los ordenadores no se dieron cuenta de esto, es alucinante. Venga a hacer programas, a inventar iconitos y fondos de escritorio. Y un programa y otro y cuatrocientos mil. Pero resulta que no pensaron en los que íbamos a agobiarnos si nos decían que podíamos escribir sin final.

Te la juegas y apuestas por alguien, y si te falla no cambias la apuesta a mitad de la partida. Te hundes con él. Llegas hasta el fondo.

Y cuesta entenderlo. Un universo de miles de millones de años y a las personas nos toca una parte enana… Ni siquiera ochenta años es mucho tiempo, porque luego desapareces para siempre.

…como si pudieras ver, oír, tocar las malditas cosas buenas que no están pasando ahora.

Vera tiene unos ojos verdes medio azules realmente bonitos. También tiene un poco cara de luna llena, pero sólo un poco, no es una cara redonda sino sólo menos ovalada que la de la típica modelo. Si la ves callada, en silencio, desde luego no pensarías que tiene en la cabeza una canción de Foo Fighters sino, no sé, algo de otro estilo, música clásica, eso, te dirías: a lo mejor por su cabeza está pasando música de Bach.

Me quedé con el disco en la mano y pensé que los vinilos eran como los cuadernos, se acaban. Eso está bien. Me refiero a que las cosas se acaben. Porque es mejor saber a qué atenerse… En el insti hay gente que tiene cinco mil canciones almacenadas. Con dieciséis años, cinco mil canciones. Una música que no se acaba no sé para qué sirve.

No se puede hacer música sin una guitarra eléctrica.

Pero hay grupos que tocan rock y montan una parafernalia increíble, y no tienen actitud. Y a veces un tipo llega directamente de la calle, se sube al escenario sin siquiera quitarse el abrigo, está gordísimo, con aspecto de no haber dormido en tres días, parece un vagabundo, se coloca la guitarra mal puesta, ¡y da un concierto grandioso! Eso es rock n’ roll.

A veces quien escribe una canción no tiene ni idea de lo que está diciendo, es lo bueno de la música.

Al fin y al cabo, ¿quién no tiene dentro el ego de una jodida rockstar?

Organiza tu rabia.

En las fiestas también hay damnificados.

Lo que no entiende la gente es que el rock no se elige, ni tampoco se elige entre quemarse y desaparecer.

Pero la rima importa. Danger, stranger. La rima hace que pienses que hay una lógica en las cosas, y la lógica calma un poco, tranquiliza.

Luego hicimos eso que Émil me había contado que hacía con su novia y yo siempre pensaba que era una tontería total. Me refiero a estar callados. O sea, tú callado, yo callada, la empresa de móviles forrándose y los dos, supongo, con la fantasía de que si había una onda que subía al satélite y volvía a bajar llevando nuestras palabras, también podría llevar nuestro echarnos de menos. No exageramos mucho, eso es verdad. Después de medio minuto o por ahí, nos despedimos con los besos que se dicen en vez de darse. Sólo que no era como cuando yo le decía “un beso” a Vera, o a mi padre o a Émil. El tuyo lo pensé con la boca y me clavaste la lengua dentro.

Siempre tenemos que ver todo en películas, en la consola, en otra parte. Siempre las cosas emocionantes les pasan a otros. Y cuando a nosotros nos pasa algo gordo, siempre es malo, como que se muera alguien…