Dos horas antes de
que el huracán Sandy llegara a Nueva York, a finales de octubre del año 2012,
el cineasta ecuatoriano Sebastián Cordero salió a pasear en bicicleta. Cuando
llegó a Central Park, vio cómo las autoridades evacuaban a la gente y supo que
la ciudad había sido declarada en emergencia. Cordero dio media vuelta y
regresó al lugar de donde había salido, el Hotel Cassa, en Times Square, el
corazón de Manhattan. Subió hasta el piso 17, entró en su habitación y siguió
teniendo uno de los peores momentos de su vida.
El hotel, en la calle 45, se había
salvado del apagón que oscureció a la Gran Manzana desde la 40 hacia abajo; los
cuartos tenían agua caliente, luz eléctrica, y sólo habían perdido el servicio
de Internet; algo que, en este siglo, no deja de ser grave. Cordero pensó en
aprovechar la crisis para refugiarse en el cine y ponerse al día en la
cartelera, pero todas las salas estaban cerradas y lo único que encontró
abierto fue una librería Barnes & Noble en la que compró 15 películas en
DVD.
Durante su encierro vio, entre otras, Saló, la cinta de Pasolini en la que un
grupo de adolescentes es torturado física, mental y sexualmente; y Deep Water, un documental sobre la
carrera de yates que, en 1968, convenció a varios hombres de abandonar a sus
familias para tratar de darle la vuelta al mundo en una competencia de
consecuencias desastrosas. Sus horas de aislamiento se repartían entre
películas duras y un diario que había empezado a escribir en su computadora,
varias páginas dedicadas a las muertes que le ha tocado ver de cerca: la de su
padre, la de su hermano mayor, la de uno de sus mejores amigos; y la más
reciente, la de Mónica, su madre, que falleció semanas antes del huracán, el 6
de octubre, tras poco más de un año luchando contra el cáncer. Cordero estuvo
en Quito para presenciar su último suspiro y después volvió a Manhattan para
seguir trabajando en una cinta de ciencia ficción llamada Europa Report.
La primera vez que abrió el guión de su
nuevo proyecto fue en octubre del
2010. Un productor de Los Ángeles lo llamó por teléfono, le preguntó si le
interesaría leer algo de bajo presupuesto en lo que tendría espacio para mucha
creatividad, y resumió la historia como “pocos personajes en un espacio reducido”.
Cordero aceptó enseguida.
Tras el estreno de Crónicas, su segunda película, en el festival de Cannes del 2004, el
director parecía haber cumplido la fantasía del joven cineasta latinoamericano:
conseguir un agente y escoger su próximo proyecto de entre los guiones escritos
en inglés que le llegaban cada semana. Uno de esos fue Manhunt, la historia de los hombres que cazaron al asesino de Abraham
Lincoln en 1865. La cinta se hizo un asunto de interés público cuando Harrison
Ford, el mismísimo Han Solo de La Guerra
de las Galaxias, empezó a figurar como protagonista. La noticia apareció en
todos los periódicos, casi siempre acompañada de una aduladora entrevista al
director, que estaba a punto de entrar a Hollywood por la puerta grande de la
mano de una celebridad. Luego, como dicen los cineastas, “el proyecto se cayó”.
Semanas antes de empezar el rodaje, mientras Cordero afinaba los últimos
detalles, los productores de Manhunt cancelaron
la película. Según él, jamás llegaron a un acuerdo monetario con Han Solo. Sebastián
abrió la boca antes de tiempo, un error que nunca se perdonará y que nunca más
volverá a cometer.
El guión de Europa Report llegó a su mail
como habían llegado antes una docena de posibles proyectos en Estados Unidos
que no se concretaron por distintas razones. Empezó a leerlo en la sala de pre
embarque del aeropuerto de Cuenca, donde esperaba el vuelo que lo llevaría a
recibir el premio que Rabia, su
tercera película, había ganado en el festival 0 Latitud de Quito como favorita
del público. El avión se retrasó por mal clima y él siguió leyendo, “enganchadazo”.
Cuando el capitán recibió autorización para elevarse, el tiempo no había
mejorado gran cosa. El vuelo, desde el despegue hasta el aterrizaje, fue una
gran turbulencia que duró 45 minutos, una pesadilla que Cordero logró evadir concentrándose
en otra historia: seis científicos viajan a bordo de una nave espacial rumbo a
Europa, la luna del planeta Júpiter.
Casi un año después, en junio del 2011,
mientras estaba en el Instituto Sundance (el rancho de Robert Redford en Utah)
como asesor de un taller de guiones, Sebastián Cordero recibió una llamada de
su hermana Lorena: su voz estaba destruida y traía malas noticias. Por esos
días, Mónica, su madre, tenía prevista una cirugía menor para retirar un pequeño
quiste alojado detrás de la lengua; antes de la operación los doctores habían
dicho que el tumor era benigno, pero el diagnóstico era equivocado y a la hora
de intervenirla descubrieron que se trataba de un cáncer a la tiroides en estado
avanzado, inoperable.
Sebastián regresó al Ecuador días más
tarde. Para esto ya había estado trabajando en el look de Europa Report con
el mexicano Eugenio Caballero, director de arte de Crónicas, Rabia, y ganador
de un Oscar por su trabajo en El
laberinto del fauno. Tras varios días en Ciudad de México, viendo cómo la
nave que llevaría a los astronautas de su nueva película al espacio cobraba
vida en bosquejos de papel, Cordero siguió camino a Nueva York, donde presentó esos
diseños a los productores de la película, y triunfó: tenía luz verde para rodar
en Estados Unidos. Su madre, que siempre estuvo cerca de él y de sus proyectos,
que leyó varios de sus guiones antes de que fueran filmados y socorrió
emergencias económicas, lo sabía. Por eso cuando Sebastián le dijo que aún
podía bajarse de esa película y quedarse cerca mientras durara la enfermedad,
ella le dijo: estás loco, ¿cómo vas a perder una oportunidad como esta? Y
añadió: ¿acaso sabes algo que yo no sé? Cordero no lo sabía, no tenía forma de
saberlo, y volvió a Nueva York para empezar la pre producción.
Europa
Report tuvo problemas
desde el principio, desde que se propuso llegar donde nunca nadie había
llegado, a la luna de Júpiter, con dos millones de dólares por todo presupuesto.
Dos millones puede sonar a mucho, pero en cine es poco y en Estados Unidos es
casi nada. Eugenio Caballero y Enrique Chediak, el director de fotografía
ecuatoriano a quien Cordero llama su hermano creativo, le advirtieron que tratar
de hacer la película con esa cantidad de dinero era una locura. Caballero venía
de rodar The Impossible, con Naomi
Watts y Ewan McGregor, en la que se había dado el lujo de construir todo un set
para recrear los efectos del tsunami ocurrido en Tailandia en 2004; y Chediak
ya había sido contratado para fotografiar RED
2, con Bruce Willis, John Malcovich y Helen Mirren, una película cuyo
presupuesto estimado superaba los 80 millones de dólares.
El dinero no era el único problema. La
producción contaba con 19 días para el rodaje, 19 días de doce horas cada uno,
y ni un segundo más. Sebastián Cordero tenía que filmar la película más grande
de su carrera en tiempo récord.
Uno de los argumentos que utilizó para
convencer a los productores de que le dieran el trabajo, fue la promesa de
respetar los principios científicos y realistas planteados en el guión. La
película sería filmada con ocho cámaras de monitoreo instaladas en el interior de
la nave y unas pocas más para exteriores y puntos de vista de los astronautas.
Este formato, casi documental, le daría a la misión un tono de fidelidad que aumentaría
el drama de sus descubrimientos. Los productores se emocionaron con la idea y
lo enviaron al Jet Propulsion Laboratory, en Pasadena, California, el
laboratorio de la NASA donde se construyen los prototipos y las naves que van
al espacio. Durante esa visita, Cordero sometió la veracidad de su próxima
película a los conocimientos de astronautas de verdad y vio, a través de una
ventana, el Curiosity Rover que hoy recorre
las carreteras irregulares del planeta Marte. Luego llamó a su mamá para
contárselo. Mónica no lo registró del todo y Sebastián le pidió que hablara con
el tío Rubén, su hermano menor, un matemático puro que diseña sistemas de
seguridad para reactores nucleares en Estados Unidos. “Mami, pregúntele a él
qué es, dígale que le diga”, fueron sus palabras.
La producción de Europa Report sucedió entre el 14 de noviembre y el 13 de diciembre
del 2011 en un estudio de Brooklyn, Nueva York. Las ocho cámaras de monitoreo fueron
colocadas horas antes de la primera toma, cuando Eugenio Caballero terminó de
construir los interiores de la nave espacial, que puestos en posición vertical
medían lo mismo que una casa de dos pisos. Cordero sabía que tenía el tiempo en
contra y para las dos de la tarde del primer día de rodaje ya había despachado
todo el trabajo de la jornada. Aquella fue una pequeña victoria que casi
enseguida se volvió frustración. No podrían rodar nada más porque nada más
estaba listo y la producción no podía permitirse el lujo de pagar horas extra para
esperar. Sin importar cuán duro estuviera dispuesto a trabajar, el director
ecuatoriano tenía que ir al ritmo de la industria y bailar la que le pusieran.
La industria es Estados Unidos y allá el
director es un empleado de los productores, que son los verdaderos dueños del
circo. Mientras ajustaba la historia a sus expectativas trabajando con el
guionista Philip Gellat, Cordero tuvo que acostumbrarse a algo que en su país
no le pasaría jamás: tenía que presentar esos cambios a varios productores
divididos a su vez en dos bandos, los de Los Ángeles y los de Nueva York, y
responder a memos de más de diez páginas con notas y comentarios que el
director estaba en la obligación de atender aunque le parecieran absurdos.
Mientras su hijo daba vueltas en el
espacio exterior, Mónica Espinosa recibía prolongadas sesiones de quimioterapia
y radioterapia en el Hospital Metropolitano de Quito. Nunca perdió el contacto
con ella, aún en los días más intensos del rodaje de Europa Report, hablaban por teléfono con frecuencia y se contaban cosas.
Entre visita y visita, Sebastián vio envejecer a su madre de un día para el
otro; la vio primero con todo el cabello blanco y después usando una peluca. Y
fue durante una de esas visitas, en la que Mónica atravesaba una internación de
varios días, que Sebastián la acompañó en el cuarto del hospital, sentado a un lado
de la cama. Mientras su mamá dormía él descargaba en su computadora secuencias
de la película que duraban minutos –a veces sólo segundos– y traían efectos
visuales aún en trámite. En cuanto pudo, Sebastián le mostró a Mónica los primeros
20 minutos de su nuevo trabajo, tratando de explicarle lo que pasaba en cada
escena y cómo se vería cuando estuviera terminada. Mónica estaba débil y apenas
alcanzó a verlos antes de arrimar la cabeza a un costado de la almohada y
seguir durmiendo. Poco después perdió la voz. Las últimas conversaciones que
tuvieron fueron por mensaje de texto.
El 13 de septiembre del 2012, en un
centro comercial de Paramus, Nueva Jersey, 300 personas que ese día andaban de
compras vieron en el cine una versión –un prototipo, digamos– de Europa Report. El experimento es común
en Estados Unidos y su propósito es conocer las reacciones del norteamericano
promedio. La cinta se proyectó sin que los efectos visuales estuviesen
terminados y con música de referencia tomada de otras películas de ciencia
ficción. Al final de la función, los asistentes respondieron a una serie de
preguntas y dejaron, entre muchos otros, los siguientes comentarios: “la
película es pobre”, “una pérdida de tiempo”, “no se la recomendaría a nadie,
nunca”, “sobre todo, aburrida”. Sebastián Cordero estaba en la sala de
incógnito, y tras evaluar los resultados de las encuestas, los productores le
dijeron que su nueva película había sacado los puntajes más bajos que hubieran
visto en todos su años de experiencia.
Los días siguientes fueron terribles.
Cordero viajó a Quito a principios de octubre, encontró a su madre ya
inconsciente, la acompañó hacia la muerte y se quedó con su familia hasta poco
después del entierro. En algún momento, su tío Rubén, el matemático puro, le
contó que sí, había logrado explicarle a su madre el privilegio que significaba
una visita al laboratorio de la NASA, y sí, ella lo había entendido perfectamente
y se había puesto muy contenta.
De vuelta en Nueva York, Europa Report agonizaba. Sebastián había
trabajado en el montaje con tres editores distintos y ni él ni los productores
estaban contentos con el resultado. La película aún no definía su identidad,
era, a medias, un thriller de horror
en clave de ciencia ficción y una cinta realista sobre la exploración espacial.
Los productores de Los Ángeles empujaban hacia el thriller y los de Nueva York hacia la ciencia; Cordero también
luchaba por defender el propósito explorador de la misión, pero no tenía la
última palabra ni mucho menos.
En un intento por salvar a la película de
lo que ellos pensaban sería un fracaso, la gente de Hollywood contrató a Craig
McKay, veterano editor de El silencio de
los inocentes y Filadelfia, para
que se hiciera cargo y “arreglara” la cinta. Sebastián tenía prohibido entrar a
la sala de edición mientras McKay estuviera trabajando y gastaba las horas en
otro cuarto, dentro de la misma oficina, editando por su cuenta secuencias que
por lo menos en su cabeza estaban claras: una forma de lamerse las heridas. Era
como ver a la mujer que amas acostándose con otro y poder, apenas, acariciarle
las plantas de los pies. La frustración que sintió en ese momento no la había
sentido nunca antes, Cordero, amo y señor de sus películas, no pudo
relacionarse con el vacío de la distancia y un día, en horas de la tarde, explotó. Desesperado,
pensando que el proyecto se le había escapado de las manos y que la película ya
no era suya, ese día enfrentó a uno de los productores y le dijo “¿si no me
dejan trabajar entonces qué estoy haciendo aquí?” Éste, más bien calmado y con
tono de burócrata, como quien dice hace frío o ya mismo llueve, le respondió
que ya había cumplido con su trabajo como director y mucho más, que si quería,
podía irse. Fue entonces cuando el huracán Sandy llegó a Nueva York.
La rutina de Sebastián Cordero en el
hotel Cassa de Times Square era, por así decirlo, deprimente: veía películas duras, escribía entradas
en su diario de la muerte, se asomaba a la ventana, observaba a Manhattan
partida entre los que tenían luz y los que no. Pero quizás lo más doloroso era
lo que ocurría al menos una vez al día cuando llamaba a Ben Browning, productor
financiero de Europa Report, y
hablaban sobre el destino incierto de la película asumiendo la derrota como una
posibilidad cada vez más cercana. Los cajones de Hollywood están llenos de películas
que nunca fueron, y en ellos siempre, siempre,
habrá espacio para más: según la lógica de la industria, es preferible
desaparecer una cinta a estrenarla y perder aún más dinero que el invertido en su
producción. En algún momento, Europa
Report flotó en el espacio como un astronauta que viaja sin rumbo y sin
remedio hacia el silencio del infinito.
El editor Craig McKay había dicho que
podría “arreglarla” si le daban seis semanas para hacerlo, pero el presupuesto,
que había aumentando de dos a ocho millones de dólares en el proceso, no daba
para tanto y apenas pudo trabajar durante quince días que, según Cordero,
ayudaron pero no hicieron la
diferencia. La luz se hizo con una idea del productor Browning y llegó recién
después del huracán. Él propuso editar la película una vez más, pero de manera
no lineal, es decir, desordenar la cronología de la historia para aumentar la
intensidad del relato, y apoyar el peso de la aventura en las ambiciones científicas que la tripulación lleva
a cabo contra toda recomendación. Cambiar el orden de los factores no altera el
producto, pero puede transformar una ecuación matemática en un espectáculo
majestuoso. Sebastián y su asistente de edición, Alex Kopit, terminaron de
montar la película por sí solos, con libertades enmarcadas en el acuerdo previo
y finalmente la encontraron: debajo de capas y capas de dudas y derrotas, en el
núcleo del sacrificio irracional, había vida.
En julio pasado, en el auditorio
principal del Comic Con de San Diego, California, Sebastián Cordero y parte del
equipo presentaron avances de la cinta ante más de 6.000 personas que esperaron
horas para verlos. El Comic Con es algo así como un encuentro mundial de
fantasía y ciencia ficción que reúne a los fanáticos más exigentes y a los
nerds más ilustrados. La presentación se llamó “La ciencia detrás de Europa Report” y fue un éxito absoluto
en el que estuvieron presentes los científicos de la NASA que asesoraron el
proyecto. La película se estrenó oficialmente días después, primero en Internet
bajo el sistema video on demand (con
un éxito inesperado que sorprendió a todos los involucrados) y luego comercialmente
el 2 de agosto de este año en las principales ciudades de Estados Unidos. No
llegó a ningún festival grande, no estuvo en Cannes o Venecia, donde Cordero
había estrenado anteriormente, pero las críticas la han convertido en la cinta
mejor recibida de su carrera. Esto quiere decir, por ejemplo, que el New York
Times la escogió como recomendación durante su semana de estreno y que en
Manhattan la gente hizo una larga fila que dobló la esquina de la cuadra
alrededor del cine donde la estrenaron.
El cineasta ecuatoriano ya no escribe el
diario de las muertes que le ha tocado ver de cerca, la de su padre, la de su
hermano mayor, la de uno de sus mejores amigos; y la de Mónica, su madre. Ya no
lo escribe o por lo menos ya no habla del tema. Sólo dice que su vida comenzó
el día de la primera muerte, cuando su padre tuvo un accidente en el que dejó
de ser lo que antes era y se transformó en parte de la nada. Esto ocurrió
cuando Sebastián tenía nueve años y desde entonces, dice, sabe que no puede
perder ni un segundo, que el tiempo es lo único que tiene y que en el tamaño de
la eternidad su existencia es poca cosa. Lo sabe. Lo dice. Y vive bajo esas
reglas.
Cuando visitó el laboratorio de la NASA supo
de misiones espaciales que planean llegar a Marte en un futuro cercano,
misiones que, por ahora, no contemplan la posibilidad de un regreso. Cordero
les preguntó a los astronautas si había alguno dispuesto a embarcarse en algo
así, y todos respondieron que serían capaces de irse mañana mismo. Él no. No
sería capaz de volar al espacio sabiendo que nunca va a volver, pero ha sido
capaz de abandonar el planeta por filmar, lo que quizás no sea tan distinto si
nos ponemos a pensar en ello. Es así, trabajando, como ha escogido hacer lo que
hacemos todos de distintas maneras, huir de la muerte, sobre todo de la propia.