La
primera vez que la vi, hace más de diez años, quedé mal. Con esto quiero decir
que quedé bien, contento, feliz de saber que todavía existen monstruos en el
armario. Me hubiese gustado verla de niño para comprarme a Mike Wazowski y
James P. “Sulley” Sullivan y jugar y dormir con ellos. Cualquier escusa habría
sido buena para pasar algo más de tiempo con estos personajes.
Monsters
Inc. vuelve a la pantalla grande y aunque el 3D del que se han valido para
revivirla no sea gran cosa verla de nuevo y en el cine y a oscuras sí que lo es.
En estas ocasiones a uno le dan ganas de tener hijos para llevarlos y
presentarles a estos viejos amigos que, si bien no han estado siempre presentes
en sus vidas, son como familia. Quizás sean parientes lejanos, pero familia es
familia. Por suerte existen los ahijados y los sobrinos y los primitos, a los
que uno puede devolver al final del día.
Después
de revisitarla y celebrarla me queda claro que la cinta, más allá de la
aventura y el humor, se trata de vencer el miedo que nos tenemos los unos a los
otros: se trata de conectar. Si seres en apariencia tan distintos y de mundos
diferentes como los monstruos y los niños pueden entenderse e incluso ayudarse,
tal vez haya oportunidad para los demás. Me parece que a John Lennon le hubiese
gustado esta película y capaz hubiese hecho una canción sobre ella y ganado el
Oscar que le dieron a Randy Newman.
En
su momento, Wazowski y Sullivan perdieron la carrera como mejor película
animada en los premios de la academia contra Sherk, algo que nunca entenderé
porque en ese otro reino ni el ogro ni la princesa ni el burro lograron
conmoverme, pero bueno, no importa, Monsters Inc. no necesitaba premios porque
ya había ganado. La cinta es redonda como el buen Mike y tan grande y segura de
sí misma como el gran –en todos los sentidos– Sulley.
Entre
las películas animadas que en este siglo son constantes y sorprendentes, Monsters
Inc. está ahí con las mejores: Toy Story, Ratatouille, Como entrenar a tu
dragón y la nueva y flamante Ralph El Demoledor. Todas supuestas cintas para
niños de las que los adultos salen emocionados o abrazándose o bajando la
mirada y acelerando el paso para que nadie se de cuenta de que están llorando.
Ojo, estos monstruos pueden hacerte llorar.
Si fuera posible borraría de mi cerebro el recuerdo
de esa primera vez hace más de diez años para enamorarme de nuevo. Y luego,
cuando haya pasado otra década y la saquen en hologramas o algo así, volvería
escribir estas palabras.
(El Diario)
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