En
la ciudad de Panamá hay varios locales de Blockbuster. ¿Alguien se acuerda de
Blockbuster? En Ecuador quebró hace rato, no pudo con los piratas ni con la
digitalización de las costumbres y se retiró de la competencia sin pena ni
gloria. Lo mismo pasó en casi todos los países donde este videoclub solía regir
con tranquilidad. De aquella franquicia que alguna vez significó progreso y onda
cosmopolita quedan ruinas arqueológicas que pueden ser visitadas, por ejemplo,
en la ciudad más neoliberal de América Latina.
En
su mejor momento, Blockbuster tuvo sólo en USA más de 9.000 locales y 60.000
empleados, de los que ahora quedan unos cuantos trabajando en menos de 500
establecimientos. Cuando Blockbuster llegó al Ecuador era una señal de que las
cosas iban bien y capaz hasta se pondrían mejor, era prestigio, era tener mundo
sin tener que viajar: era, para muchos, vivir mejor. A mí me encantaba alquilar
películas en un lugar tan aséptico y organizado, tan al día y tan primer mundo.
Pero ahora que el primer mundo está en crisis incluso sus embajadas comerciales
parecen bodegas abandonadas.
Los
Blockbuster de Panamá tienen ese mismo logo de letras amarillas en fondo azul,
el mismo piso alfombrado, los mismos estantes blancos con pequeños carteles que
anuncian géneros y separan los estrenos de los clásicos. Tienen aire acondicionado
y pantallas planas, pero eso ya a nadie le importa. Entrar a un Blockbuster es
como entrar a una película de zombies: todos salieron corriendo hace cinco
minutos y nadie tuvo tiempo de apagar la luz.
Los
empleados, hipsters en baja
resolución, están echados en el suelo, arrimados a un arrugado anuncio de
ParaNorman, rascándose. Sus celulares les preocupan mucho más que sus clientes
y cuando uno les pide ayuda te miran con cara de “no me jodas, ya nadie alquila
películas”. No saben nada y ni si quiera se han molestado en retirar las cajas
de las cintas cuyas copias ya no están disponibles. Puedes demorarte tres horas
buscando una y otra vez porque lo más probable es que no tengan la película que
escogiste. Me pregunto si por lo menos alguien está robándose buenas películas y
convirtiéndose en cinéfilo y acaso en cineasta. Ojalá.
El
repertorio es poco, pero he podido ver harto: Senna (genial), Take Shelter (arriesgada),
The Tree of Life (un poco mucho), Choke (me quedo con el libro aunque no
lo haya leído), Made in Dagenham (lovely), My Kid Could Paint That (polémico), Like Crazy (el mejor uso de la elipsis desde Closer), Another Earth (genial),
Angels
in America (diálogos de oro). Vi más de lo que tenía planeado y lo mejor es
que casi nada de lo que vi estaba en mi lista de pendientes. Extraño eso. No
saber nada de una peli y jugármela
por la portada, por los actores, por un director que pensaba jubilado o por un
par de líneas en la contratapa. Extraño el vértigo que un videoclub te puede dar. En un video
club, como en esos otros lugares en peligro de extinción conocidos como
librerías, las cosas que no andas buscando son las que te encuentran.
Blockbuster
se declaró en bancarrota en septiembre del 2010 y cuando entro sé que estoy
entrando a un lugar que ya no existe. Me gasto más tiempo del necesario como haría
cualquier turista en cualquier ruina, pensando qué me dicen esos rastros de lo
que solía ser nuestra civilización. A
veces me preocupo más por ordenar las películas en las repisas que por
alquilarlas: supongo que eso también es amor al cine. Y busco. Busco los
últimos tesoros de esa isla fantasma.