En Resonancia, la nueva película de Mateo
Herrera, un hombre hace una guitarra. Y eso es todo lo que pasa.
Es en serio: un hombre
hace una guitarra, punto. Corte a negro, créditos finales, chao. Lo demás, como
corresponde, sucede fuera de la pantalla. Sales del cine con la absoluta
certeza de haber presenciado un acontecimiento que no creías posible, el viaje
de un héroe que nunca, jamás, ha
dudado de su destino ni ha cuestionado su misión en la tierra.
Raúl Lara,
protagonista y razón de ser de la cinta, es flaco, tiene el pelo largo y una
barba medio adolescente que no lo convence del todo. Usa camisetas viejas y
pantalones rotos que revelan sus calzoncillos cuando camina. Más que un lutier, parece un maestro de artes
marciales, de esos que viven aislados en lo alto de una montaña y que, un día
cualquiera, interrumpen su meditación para entrenar a un pequeño saltamontes en
la práctica del honor. La paz interior se le nota a leguas y a la mitad de la
película, cuando lo has visto suficiente tiempo, hasta se te puede pegar.
Ver al Maestro Lara trabajando
te hace pensar que capaz sí existe un plan. Cuando mira la madera, cuando la
corta y la dobla y la lija, está diciendo que cada guitarra que hace es de
alguna manera la primera y la última: el proceso artesanal, de autor, es
aprueba de réplicas. Pero está diciendo, además, que la vida puede tener un
propósito después de todo. No hay señal alguna de agotamiento o rutina ni en el
más inconsciente de sus movimientos. Al revés. La pasión con que hace lo que
hace, una fuerza tranquila y constante, le sirve lo mismo para extraer de una
tabla la raíz del sonido que para comer galletas de dulce.
Que un cineasta más
bien punk y de guerrilla como Herrera haya filmado las aventuras de Lara con la
quietud de un mantra acústico quiere que decir que sí, la presencia del Maestro
altera a quienes lo rodean. Y hay un momento, quizás el mejor, en el que todos
somos unos: el hombre que hizo la guitarra la mira y la escucha, sus ojos se
vuelven pequeños y sus labios producen una sonrisa contenida, como si le diera
vergüenza conmoverse ante su creación.
(El Comercio)
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