I want you to kiss me like a stranger, once again.
-Tom
Waits-
Mi papá está en la
televisión. El programa es un noticiero en horario estelar. Lo entrevistan. Le
preguntan sobre la economía nacional. Lo hacen cuestionar y predecir el futuro
del país. ¿El Ecuador tiene futuro? Nadie lo sabe, pero todos tratan de
averiguarlo y el periodista que conduce el noticiero quiere saber si mi padre tiene
alguna pista.
Mi madre está
acostada en la cama, concentrada en su celular. Cada tanto, levanta la mirada y
se acomoda los lentes para atender las intervenciones de mi padre, que son
básicamente respuestas a preguntas que no tienen respuestas. Segundos después su
celular suena y ella recibe un mensaje que responde con velocidad y atención,
como si estuviera escribiendo un poema inevitable.
Estoy sentado frente
al escritorio donde mi padre, cada semana, escribe los artículos de opinión que
hacen que lo inviten a los noticieros y le pregunten lo que nadie puede responder
pero, al parecer, él sí. Veo a mi padre en la televisión y me parece un hombre inteligente, racional, honesto.
Veo a mi madre en la cama, el celular entre las manos, mandando y recibiendo
mensajes mientras mi padre trata de salvar al Ecuador. Me pregunto si está cansada,
aburrida, si alguna vez pensó en separarse y empezar de nuevo, en otro lugar,
con otro hombre, con otros hijos. ¿Alguna vez quiso mi madre tener otra vida
que la que tiene? Quizás el ver a su esposo en la televisión ya no le causa
asombro ni orgullo porque lo ha visto tantas veces y tan de cerca que la rutina
ha terminado por convencerla: ya no hay más que ver, ya no hay dónde más mirar,
lo has visto todo, lo sentimos, eso es, eso era, eso fue.
La entrevista
termina como de costumbre, sin mayores certezas, acaso la sensación de que
todos estamos en la lucha y que mientras sintamos que hay algo por qué luchar vale
la pena intentarlo. Mi padre agradece al periodista por la invitación y se
despide de los televidentes con un mensaje optimista. Veo, en mi padre, a un
hombre que lucha. Apenas el noticiero pasa a cortes comerciales, mi madre se
levanta de la cama, entra al baño y cierra la puerta. Su celular queda tendido
en la cama. No creo que tenga un amante, pero me ofende profundamente que
mientras mi padre estaba dando lo mejor de sí en la televisión ella estaba chismeando
con una comadre o algo así. Agarro el teléfono y empiezo a chequear sus
mensajes.
Todos los mensajes
que hay en el buzón de entrada son de mi padre y fueron recibidos durante la
última media hora, mientras él daba la entrevista. Me imagino que los escribió
entre corte y corte porque en ellos pregunta cosas como, “¿qué tal?, ¿se
entiende lo que trato de decir?”, y mi madre responde cosas como, “muy bien,
pero estás moviendo mucho las manos”, y
“estás hablando muy rápido y eso te hace parecer nervioso, tranquilo”.
Mis padres han
estado casados por más de treinta y cinco años. Los he visto sacarse los ojos, roncar
en coro, reírse viendo el programa de Eugenio Derbez, desayunar en completo
silencio leyendo cada uno una sección distinta del periódico, sufrir por mi
culpa. Nunca los he visto besarse, pero he visto lo que les acabo de contar. Y
no me parece nada menos que un milagro. Y me dan ganas de seguir luchando.
2 comentarios:
+1
¡Qué bonito!
¡L Amour!
Publicar un comentario