Quédate en la fiesta. Hasta que la gente
empiece a bailar. Hasta que la gente que está bailando empiece a bailar sin
darse cuenta de que está bailando. Hasta que se rompan un par de copas y
alguien se corte y se derrame sangre. Hasta que una mujer sobria le de un golpe
al hombre ebrio que trata de besarla. Hasta que una mujer borracha reparta
besos sin fijarse en el destino de sus caricias. Hasta que se acaben el whisky
y el gin y el vino y las cervezas y la gente empiece a tomar menta, dos hielos
y agua.
Quédate en la fiesta. Hasta que se acaben
los cigarrillos y las almas desesperadas comiencen a prender las colillas
húmedas y manchadas que nadan en los ceniceros. Hasta que veas doble y la gente
y las cosas se confundan en una alucinación muda. Hasta que la quinta persona
que te ofrece llevarte a tu casa se haya marchado. Hasta que todos se hayan
ido. Hasta que alguien saque una guitarra y haga el ridículo. Hasta que se
besen en el sofá como adolescentes. Hasta que alguien te diga lo que pasa es
que tú no me quieres como yo te quiero.
Quédate en la fiesta. Hasta que alguien a
quien nunca ves te prometa que se van a ver mañana para almorzar. Hasta que eso
que compraste en la farmacia haga lo que se supone que tiene que hacer. Hasta
que te derrames por las paredes y puedas caminar en el techo. Hasta que tengas
un nuevo mejor amigo. Hasta que tengas un nuevo y único gran amor. Hasta que
hayas cerrado un negocio. Hasta que le hayas prometido a una actriz que será la
protagonista de una película.
Quédate en la fiesta. Hasta que te pongas
chino de la risa y sientas hambre. Hasta que se haya acabado la comida. Hasta
que te mueras de la sed. Hasta que la fundita que te dejaron en el baño se
acabe. Hasta que tu mandíbula se mueva sola. Hasta que no puedas parar de
hablar y no sepas lo que estás diciendo. Hasta que sea hora de hacer otra
llamada. Hasta que llegue a tu cabeza la idea más genial que hayas tenido
jamás. Hasta que todo valga tres atados. Hasta que el ácido se deshaga en tu lengua. Hasta que reviente la pepa y sientas
cómo las olas te recorren el cuerpo. Hasta que alguien te ofrezca hongos. Hasta
que te den náuseas y paranoia.
Quédate en la fiesta. Hasta que hayas
conocido una modelo que te parece demasiado flaca. Hasta que uno de tus amigos
se quede dormido boca abajo sobre la alfombra. Hasta que te digan: estás loco, me voy a dormir. Hasta
que la rubia te confiese que no es rubia. Hasta que se acabe el hielo y sea
mejor tomar tragos cortos y rápidos, hasta el fondo y de una. Hasta que prendan
las luces y les de por barrer los vidrios. Hasta que no recuerdes de quién era
la fiesta. Hasta que te hablen y te hablen y te hablen y tú solo puedas sonreír
y mover la cabeza de arriba hacia abajo. Hasta que una completa desconocida te
cuente la historia de su vida, su pueblo, su familia, sus sueños. Hasta que un
completo desconocido te abrace en una foto.
Quédate en la fiesta. Hasta que tengas
que buscar un condón en la billetera. Hasta que tengas que ayudarla a encontrar
su sostén. Hasta que la música sea la extensión del llanto. Hasta que uno de
ellos recuerde a su madre llorando. Hasta que una de ellas hable de su padre y
diga que es el hombre más bueno del mundo. Hasta que tengas que buscar un
rincón oscuro donde poder llorar tranquilo. Hasta que la olvides. Hasta que te
enamores de ella. Hasta que te metas al cuarto de quién sabe quién con quién
sabe quién. Hasta que tengas que sentarte un rato para que las cosas que flotan
a tu alrededor aterricen de una buena vez. Hasta que no sepas quién eres ni
dónde estás.
Quédate en la fiesta, pero no te
emborraches demasiado. Al final, si sigues de pie, los tesoros que te han sido
reservados serán revelados.
(SoHo)