Mientras agonizo, la adaptación del
clásico de la literatura norteamericana escrito por el premio Nobel William
Faulkner, dirigida por James Franco, es una película lenta y pausada que
pretende ser más intensa de lo que realmente es, y aunque no siempre lo logra,
tiene otros méritos: tiene atmósfera, pulso, y lucha permanentemente por tener personalidad.
Pero quizás su mayor logro es transmitir, como la novela original, la a veces irracional
resistencia de los lazos familiares. Una resistencia que puede tomarse como fortuna,
como obligación o como castigo.
La cinta empieza con el fallecimiento de
la madre de una familia de campesinos y con la promesa que sus parientes, su
esposo y sus cinco hijos, hacen en su lecho de muerte: enterrarla en un pueblo
que queda a varios kilómetros de la granja en donde viven. La película es,
entonces, el viaje que debe hacer esta familia para cumplir con su palabra sin
importar que en el camino, por una especie de maldición que acompaña al
cadáver, cada uno sufra su propia tragedia. Así se van desenvolviendo las historias
de cada personaje y se van mostrando, frente a situaciones que los ponen al
límite, los rasgos de su personalidad. No existen dos personas iguales en el
mundo, y si bien es verdad que la sangre no miente, tampoco exagera ni repite
siempre el mismo recorrido en las venas que habita. Los miembros de la familia Bundren,
cinco hombres y una mujer, cargan con el peso de su promesa pero sobre todo arrastran
una responsabilidad que no entienden del todo, que no se detienen a cuestionar
y que los conduce por un camino en el que fuerzas ajenas y extrañas, una suerte
de presencia inevitable que los persigue como el sol del oeste, los guía hacia toda
posible desgracia. En esos momentos, contra toda lógica e incluso en contra de
su propio bien, los Bundren se mantienen unidos como una familia; unidos pero
también, sobre todo, atados, como si no pudiesen escapar uno del otro, como si
la familia a la que pertenecen fuera, y lo es, un manto protector capaz de
salvar su pellejo y una guillotina que lentamente, anunciando su llegada con un
rumor en el viento, cae sobre sus nucas cubiertas de tierra y sudor.
James Franco, que al parecer es un hombre
del renacimiento o pretende serlo (dirige, produce, actúa y escribe no sólo
guiones sino también literatura; y, dicho sea de paso, prepara una película
sobre los primeros años de Bukowski), no se acerca tanto como quisiera al mundo
de Faulkner, a esa manera en que el destino acorrala a los seres humanos como
si todo estuviera escrito en una roca que pesa sobre nuestra espalda, pero
consigue hablar con verdad sobre las familias: nos necesitamos, nos queremos, nos
cuidamos. Y también nos destruimos.
(El Diario)
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