Como todas las semanas, el sábado pasado
me levanté y escribí mi columna cinéfila para El Diario Manabita: el periódico
de mi pueblo, el primer medio impreso que publicó algo mío, una empresa para la
que no tengo más que palabras de agradecimiento y afecto. Minutos después de
enviado el texto, me llegó un mail del editor que, de la manera más amable, me
decía, entre otras cosas, lo siguiente: Estimado, no podemos ubicar
la columna de Montaje como está planteada. Hay varios conceptos que están
reñidos con lo que podemos publicar, por la Ley de Comunicación y el Código
Penal. Mil disculpas, pero así es la ley, compañero.
Transcribo a continuación la columna en cuestión:
PREMIOS Y DESENCUENTROS
Hace
unos días, sentados a una mesa de La Culata, ese gran restaurante en el centro
de Guayaquil, un grupo de cineastas almorzaba mariscos y cervezas. Varios de
esos cineastas eran mexicanos (que, dentro de todo lo que se podría ser en esta
vida, pues es de las mejores opciones que existen), y en algún momento se puso
sobre la mesa el tema Reygadas.
Para
quienes no lo conocen, Carlos Reygadas es un abogado mexicano que, de un día
para el otro, decidió poner en práctica su verdadera vocación y volcó su vida
hacia el cine. Desde entonces, Reygadas es una especie de superhéroe para los
cineastas latinoamericanos con pretensiones intelectuales. Me explico: no se
trata de un cineasta taquillero ni particularmente popular, es un cineasta de
culto, de nicho, un cineasta casi exclusivo para los iluminados y, lo más
importante, un mimado de los festivales y los críticos europeos. Y, si me
preguntan, es también un chanta, un estafador de la más baja estofa.
En
el año 2002, con su primera e insoportable película, “Japón”, Reygadas ganó una
mención especial en el festival de Cannes; en el 2005, con su segunda e
igualmente insoportable película “Batalla en el cielo”, fue nominado para la
Palma de Oro del mismo festival, lo que, para muchos, equivale a ganar un Oscar
o muchísimo más; en el 2007, con su tercera y también insoportable película “La
luz silenciosa”, fue nuevamente nominado para la Palma de Oro y además ganó el
Premio del Jurado; y, como si esos no fueran ya suficientes crímenes
perpetrados uno detrás del otro, en el 2012, con su cuarta y más que
insoportable película “Post tenebrax lux” (una luz que, por cierto, todavía no
le llega), Reygadas consiguió lo que tarde o temprano iba a conseguir: el
premio a mejor director del festival de Cannes, una suerte de canonización
cinematográfica.
Aquí
es donde viene mi furia, este director, mentiroso como él solo (basta con ver
cualquiera de sus insoportables películas para saber que es un exhibicionista
egocéntrico y malintencionado) y en complicidad con la cinefilia snob y frívola
del viejo continente, le ha hecho mucho mal al cine latinoamericano: de pronto,
resulta que para que un cineasta latino triunfe o se vuelva “relevante” debe
hacer películas como las de Reygadas, unos bodrios incomprensibles e
imperdonablemente aburridos que sólo les gustan a los franceses porque allá,
parece, la gente disfruta no de ver las películas sino de interpretarlas y
encontrarle mensajes ocultos y metáforas rebuscadas y significados metafísicos.
Reygadas, entérense, no es un ejemplo a seguir. Reygadas es el enemigo. Y es
mejor que lo sepan.
Vamos a ver. Evidentemente, se trata de
una columna de OPINIÓN, un juicio personal e intransferible (y no tan chistoso
como yo quisiera) que aparece no como colaboración espontánea sino que es parte
de un arreglo profesional con un medio de comunicación. Ahora bien, como se
trata de una OPINIÓN, no estoy pidiendo que estén de acuerdo conmigo, ni
siquiera estoy pidiendo que me lean o que compartan el texto, estoy, valgan la
redundancia y la insistencia, OPINANDO.
El arte es subjetivo. Esa es la belleza
del arte, ¿no?, la razón por la que ha sobrevivido todos estos siglos, porque
es de verdad algo que uno puede escoger y valorar y divinizar sin que sea
necesario el apoyo de una mayoría.
Además, no estoy acusando a Reygadas de
nada grave. No estoy diciendo que roba dinero de la caja chica de sus
producciones para comprarse funditas de cocaína; no estoy diciendo que abusa
sexualmente de las pasantes que trabajan en sus películas ofreciéndoles una
velada inolvidable en Cannes; no estoy diciendo que paga sus cuentas filmando
pornografía infantil; no estoy diciendo que en sus guiones hay ocultos mensajes
subliminales dedicados a perennizar a Peña Nieto en el poder. Tampoco estoy
diciendo que sea un mal padre, un mal esposo, un mal amigo o una mala persona.
Quién sabe, de pronto es un gran tipo, un gran conversador, uno de esos
borrachos adorables que se vuelven más lúcidos y agudos y cultos con cada
trago. Tal vez, algún día, lo conozca y me caiga bien y pueda decirle, como me
lo han dicho a mí varias veces: loco, la plena que eres un man bacán, pero
escribes como la verga.
Tampoco estoy pidiendo que las películas
de Reygadas sean incineradas en una hoguera infame en los patios de Ciudad
Alfaro o que se le niegue la residencia en México o la visa de turista para los
Estados Unidos. Sin embargo, mis pensamientos “están reñidos con lo que podemos publicar, por la Ley de
Comunicación y el Código Penal.” ¿Esto significa que puedo ir preso por decir
que no me gusta el cine de un director en particular? Y, atención, no es culpa
de El Diario, ellos están haciendo lo que el Estado les ha obligado a hacer y
nada me torturaría más que pensar que por mi culpa algún inocente pueda salir
demandado, enjuiciado, despedido o encarcelado.
Con el tiempo, y creo que esta era la verdadera
tesis de mi columna, he aprendido a desconfiar de los laureles. Cada vez que
veo que en el afiche de una película ya no caben los laureles que mencionan los
premios que ha ganado en distintos festivales, una alarma paranoica y escandalosa
se enciende y me desvía hacia otra cinta. De un tiempo a esta parte, y esto es
lo que pienso yo, Juan Fernando Andrade (CI 1304820648), la calidad de las
películas, de las películas que me gustan a mí, Juan Fernando Andrade (CI
1304820648), es inversamente proporcional a la cantidad de premios que reciben,
sobre todo en Europa: con la salvedad de las que ganan “el premio del público”,
esa es gente en la que sí se puede confiar. Relatos Salvajes, la gran cinta argentina que ahora está
nominada a un Oscar en la categoría “mejor película extranjera”, fue la
película favorita del público en los festivales de Biarritz (Francia), Oslo
(Noruega), San Sebastián (España), Sarajevo (Bosnia) y Sao Paulo (Brasil).
Es más, ahora que lo pienso, me parece que por
ahí salió, en aquella conversación, el tema Reygadas. Yo dije algo así como que
cuando una película gana un Oscar sabes, más o menos, a qué atenerte (en el
peor de los casos: una estructura convencional, una fórmula repetida, algo
cursi pero entretenido), mientras que un filme que se lleva La Palma de Oro en
Cannes, El Oso de Oro en Berlín o El León de Oro de Venecia puede ser (ojo,
aguas, manos arriba, por si no queda claro digo “puede ser” no “es”) lo mismo
una joya del cine que un objeto inútil: infumable, impresentable, intratable. Y
una amiga mexicana y muy querida, que dicho sea de paso tiene un Oso de Berlín
en su casa (lo que demuestra que de vez en cuando sí premian el talento) me
dijo “estás hablando huevadas” Y sí, era lo más probable, pero ni le reventé
una cerveza en la cabeza ni le puse un juicio. Nos permitimos contradecirnos.
Eso, por si acaso, se llama conversar.
Es como hablar de derecha e
izquierda. Sabemos que los políticos de derecha suelen ser unos cabrones-hijos-de-puta-desalmados
que sólo buscan enriquecerse ellos primero y enriquecer a sus amigos después y
que procuran que sean sus descendientes y los descendientes de sus amigos los
dueños de los países que habitan: pero al menos nunca han escondido sus
intenciones y hay algo de valor en esa horrorosa honestidad. La izquierda, en
cambio, y esto lo pienso y lo digo y lo escribo yo, Juan Fernando Andrade (CI
1304820648), nos ha mentido descaradamente, nos ha decepcionado, ha jugado con
nuestros afectos (los últimos que teníamos para la política nacional) y ahora
estamos como y donde estamos, en un país donde no se puede decir que un
director no te gusta, que te parece un estafador, un chanta, porque quizás,
quién sabe, tal vez, te metan preso.