11.09.2015

Somos el cosmos


Hay canciones que detienen el tiempo. Canciones que te paralizan. Canciones que marcan el comienzo del resto de tu vida. Hay canciones que son como un arma que te apunta directo al pecho o una bala que se hunde en medio de tus ojos y no te permiten hacer otra cosa que sostener con tus brazos arriba el aliento del último suspiro. Canciones que te sacan el alma del cuerpo. Canciones que cuando terminan te hacen saber que ya nada será igual. Canciones que pueden corregir el pasado. Hay canciones que son el cosmos.

La primera vez que escuché I Am the Cosmos de Chris Bell fue también la primera vez que vi el documental Big Star : Nothing Can Hurt Me. Lo supe enseguida: esa canción sería lo que más recordaría de la película. Pude ver los desde entonces cientos de momentos en los que la he escuchado sólo para sentirme acompañado.

La historia de Big Star es la ya clásica variación del cuento de hadas del rock and roll. Una banda desubicada en el tiempo, iluminada por la crítica pero a la sombra del público; tres discos casi perfectos que son ahora piezas de culto; Alex Chilton, un cantante anti-estrella que mantiene una carrera under como solista y se convierte en un ícono de la música independiente más limítrofe; Chris Bell, un guitarrista frágil y perdido que estrella su auto deportivo contra un poste y termina sepultado por una luz en la carretera.

Chris Bell abandonó Big Star en 1972, el mismo año en que la banda lanzó #1 Record, su álbum debut, cuyas canciones son en su mayoría composiciones de Bell & Chilton. Después de un tiempo, cuando había quedado claro que el guitarrista sufría de depresión clínica, se establecieron al menos dos de los motivos que causaron el huida y la especie de desaparición posterior de Chris Bell: no pudo soportar que su disco no se escuchara más allá de un circuito snob de rock writers, ni tampoco que esos escritores dedicaran toda su atención a Chilton.    

I Am the Cosmos se editó como sencillo en 1978 acompañada de la gran You and Your Sister (que dicho sea de paso tiene a Chilton en las voces), es decir, seis años después de que Chris Bell dejara la banda. ¿Qué pasó durante ese tiempo? Lo que se sabe es más bien poco y triste. En teoría, Bell pasó una temporada en Londres tratando de venderle su material inédito a  distintas disqueras y no recibió otra cosa que rechazos. Luego, mantuvo una especie de retiro creativo en las pálidas montañas del Canton du Valais, en Suiza. Y por esos días sucedieron cosas extrañísimas. Chris Bell experimentaba con drogas y les decía a sus amigos que las tomaba para saciar sus urgencias sexuales, además, tuvo un peligroso acercamiento a la religión cristiana que acabaría siendo el motivo de varias de sus canciones. Finalmente, terminó trabajando como mesero en un restaurante familiar llamado Danver’s, en Germantown, una pequeña ciudad del estado de Tennessee, donde los fans de Big Star iban en peregrinación a buscarlo.

La relación de Chris Bell con la religión, su búsqueda espiritual o lo que muy probablemente no haya sido más que otra forma de llenar el vacío original con que llegamos a este mundo, produjo una de las canciones más hermosas que haya escuchado jamás. El primer verso dice Todas las noches me digo a mí mismo “yo soy el cosmos, yo soy el viento”, pero eso no te hará volver. El segundo verso dice Justo cuando empezaba a sentirme mejor, me llamas por teléfono, no quiero estar solo nunca más. Chris Bell se asume como el cuerpo de la eternidad y se entiende como un planeta autónomo fuera de órbita, pero, al mismo tiempo, de la manera más humilde y romántica, deja caer esas pretensiones místicas y egocéntricas ante la posibilidad del amor. Mis sentimientos pasan todo el tiempo, son algo que no pude esconder, pero no me puedo confiar porque no sé lo que está pasando en el interior, dice en la segunda estrofa. Y las guitarras se extienden en una melodía infinita. Y la voz se estira superando sus propios límites y en ella se sienten el dolor y la ternura del arrepentimiento. Y la canción vuelve a sonar y a cubrirlo todo.  

Hacia el final hay una frase que se repite como si fuese lo único que en verdad importara. Quisiera verte de nuevo, Quisiera verte de nuevo, Quisiera verte de nuevo. Chris Bell murió meses después de que esta canción intentara devolverlo a la vida, tenía 27 años y estaba ensayando con una nueva banda. Quizás estaba regresando porque había entendido que no sirve de nada ser uno mismo si no lo somos todos juntos.

Ahora es parte del cosmos.

Somos el cosmos.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

& j pesci & the merry wives of wisdom & snowhite & dick dick boss