11.24.2015

Te dije que habría problemas


Ok. No eres el tipo de persona que suele pensar en estas cosas. Pero lo estás pensando, no te hagas. Estás pensando que después de todo tú también eres morboso, amarillista, sensacionalista. Te sientes, incluso, un poco culpable. Ni siquiera es medio día y tu ya estás metido en un cine, en una sala de los Bow Tie Cinemas de Chelsea, mirando Amy en pantalla grande. En rigor, quieres el chisme, saber qué pasó, qué le pasó a una de las mejores cantantes que has escuchado en tu vida. Le pasó lo mismo que a mucha de la gente que te gusta y te atrae y a veces hasta te consuela. No pudo. El peso fue demasiado y se derrumbó.

Ya con Senna, el gran e indispensable documental sobre la leyenda brasileña de la Fórmula Uno, había quedado más que demostrado que el director Asif Kapadia, el productor James Gay-Rees y el editor Chris King, el trío fantástico británico, son dueños de una narrativa propia y que son capaces de filmar con la rigurosidad investigativa que exige el periodismo y con el ritmo dramático que demanda el cine. En muchas cosas, en varios momentos, Amy parece la continuación lógica de Senna, ambas películas son igual de sólidas, pero Amy toma riesgos mayores. Por ejemplo, involucra al padre de la cantante en la muerte de su hija casi como una especie de autor intelectual, y hace que la audiencia cargue con su parte de culpa.

¿Es esto lo mismo que sintieron los que lloraron a la princesa Diana en 1997? O sea, ¿qué mal que mal ellos, los que compraban los diarios y querían saber todos su movimientos, fueron en parte cómplices del accidente que acabó con su vida en el Túnel de l’Alma en París? Quizás, aunque no tanto. Tú recuerdas esa muerte como algo lejano, algo que golpeó a tus padres, quizás, pero no era asunto tuyo, no era tu tema. Lo de Senna te golpeó cuando viste la película porque descubriste a la persona detrás del volante y sentiste cosas. Amy, en cambio, es una tragedia cercana, casi familiar. Te acuerdas del artículo que escribiste meses antes de su muerte, ese en el que al final decías que se iba a salvar o algo así. Te acuerdas, sobre todo, de Back to Black, ese disco que sentiste como propio.

Amy es el tipo de cinta en la que uno sabe lo que va a pasar y dan ganas de saltar a la pantalla para impedirlo. Pero esas emociones, esos espasmos de intensidad, no serían posibles sin una puesta en escena táctica, que se concentra en traficar emociones a través de la música y la poesía. El diseño de sonido, que mezcla demos caseros con ensayos en el estudio y con presentaciones en vivo y con el material ya pulido de los discos, es perfecto, o casi, el testimonio de una artista disciplinada y convencida de que no hay otro camino que el trabajo. Y esos versos, esas líneas, muchas pero nunca las suficientes, que aparecen en pantalla y son como pequeños y rasgados retratos de una escritora irónica y sentimental, dan para una antología.  

Te das cuenta de que la obra de Amy Winehouse es tan o más autobiográfica de lo que creías. De una. Sin filtros. Me pasa. Lo escribo. Lo canto. ¿Se me pasa? No. Ojalá. Ojalá se nos pasara a todos. Eso te asusta porque siempre has creído que escribir las cosas, las cosas tal como son, sirve para liberarse, para dejar un peso atrás y seguir, pero no siempre. Ella no pudo. Se mostró, se desnudó, se abrió y dejó que todos la viéramos y quizás pensó que así podía zafar de su propia piel. Pero la piel no se va, sólo se arruga o se extiende o se te pega a los huesos, como le pasó a ella. Esa anorexia alcohólica y drogadicta que habías visto tantas veces antes ahora te hace daño.     

Tal vez la escena más escalofriante de Amy es cuando ella y un par de amigos se retiran a una playa para descansar. Demasiados conciertos, demasiados viajes, demasiadas ventanas indiscretas. Y a los pocos días aparece Mitch, su padre, con un crew de televisión tipo reality show para seguir exprimiendo a su hija. A estas alturas, ya hemos visto cómo el padre estiraba los calendarios de su hija mucho más allá del agotamiento y la fatiga crónica.  Mitch abusó del cariño de su hija, que por otro lado sufría de un caso severo del síndrome de Electra: nunca pudo hacerlo a un lado, mantenerlo a una distancia prudente, no quererlo tanto o no necesitar tanto de su aprobación. Dicen que la soledad puede secar el alma de un ser humano, pero el cariño desenfrenado la hace vulnerable. El amor provoca otro síndrome, el de abstinencia, y esos temblores y esas alucinaciones afectivas pueden ser fatales.

¿Cuántos novios tuvo Amy Winehouse en tan poco tiempo? El dato te parece clave. Se nota que necesitaba estar acompañada o por lo menos no estar sola, algo que puede ser bastante destructivo. ¿Será por eso que igual soportó tanto las cámaras? ¿porque de alguna forma le hacían compañía? Nos soportó a todos ¿Por qué no se guardó en la distancia del silencio como lo hicieron Nina Simone o Leonard Coen o Bob Dylan o los mismos Beatles cuando lo sintieron necesario? Sólo tenía que decir no: más precisamente, decirle no al papá. Siempre dijo que no quería ser una estrella, pero claramente se prestó para el juego y eso la convierte en una especie de suicida en defensa propia.

¿Se habría salvado si escribía de otras cosas, de otras personas? Evidentemente, no podía distribuir sus emociones de manera saludable y las dejaba sueltas en las letras de sus canciones y nosotros las recogíamos y las cantábamos en privado y en público y esas que no pudo escribir, que eran demasiado afiladas y demasiado calientes y demasiado puntiagudas como para escribirlas, esas que ya nunca podremos cantar pero que de alguna forma adivinamos, se las tragaba. Quizás fueron esas cosas que no pudo procesar, eso que trató de diluir en alcohol, lo que se rebosó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente comentario. Felicitaciones

Anónimo dijo...

Recomendadisima tú lectura de la pelicula. Saludos.