¿Cuántos quieres?
– Noel Gallagher –
Eran los dueños del mundo. En agosto de
1996, Oasis, acaso la banda de rock más popular de su generación, ofreció dos
conciertos a noche seguida en Knebworth, una aldea al sur de Inglaterra, donde
los grandes músicos británicos vienen tocando para largas y anchas y sudadas
audiencias desde comienzos de los 70’s. Fue histórico: las entradas se
vendieron a través de un sorteo para el que se habían inscrito más de dos
millones y medio de personas, y el grupo terminó convocando a un total de
250.000 fans, más público del que habían podido reunir Queen, Pink Floyd o Paul
McCartney en años anteriores en el mismo lugar.
Todo lo que pasó esa noche comenzó en
realidad y exactamente dos años antes, en agosto de 1994, con el lanzamiento de
Definitely Maybe, el primer disco de
la banda y dicho sea de paso el álbum debut que más rápido se ha vendido en la
historia del Reino Unido. A sólo meses de la muerte de Kurt Cobain, la figura
más visible y más sobreexpuesta y más vulnerable del grunge norteamericano (además de su mejor compositor), Inglaterra tomaba
por asalto el espacio que el líder de Nirvana había dejado vacío para reclutar a
cientos de miles de huérfanos de la tragedia en las filas del recién nacido britpop. Un año después, en 1995, la
conquista cobró dimensiones planetarias cuando apareció (What’s the Story) Morning Glory?, el segundo disco, una especie de
secuela más sofisticada pero también más amplia, elástica y generosa con el
público, que transformó a Oasis en la banda más grande del mundo en cuestión de
días: durante su primera semana en las tiendas se vendieron más de 300.000
copias.
Estas cosas parecen cifras, números,
récords impuestos por otros, rotos en su momento por Oasis y luego rotos de
nuevo por gente distinta (en el 2003, ya como solista, el cantante Robbie
Williams aumentó una noche al récord y llevó 375.000 personas a Knebworth),
pero son los capítulos de una historia que, como van las cosas, quizás jamás
vuelva a repetirse con ninguna otra banda de rock y que apenas empieza a
contarse en Supersonic, un documental
dirigido por Mat Whitecross (The Road to
Guantánamo y la entrañable Sex &
Drugs & Rock & Roll, ¡aguante Ian Dury!) y producido en complot por
James Gay-Rees y Asif Kapadia, responsables de Senna y Amy, sin duda dos
de los perfiles biográficos mejor logrados del cine de los últimos años.
Como para aumentar la intriga alrededor
de un suceso harto esperado por propios y extraños, la película se estrenó en
unas pocas salas europeas el pasado mes de octubre y se proyectó for one night only en los cines de
Estados Unidos. Y aunque se esté regando por todas partes en diferentes
formatos y plataformas, quizá lo más importante, la prueba irrefutable de su
impacto en una sociedad privada que ha devenido en secta a veces perseguida, es que nos hayamos
puesto a escuchar los discos de Oasis antes de verla y durante días y días
después de haberla visto.
Lo que nos pasó hace veinte años fue un
trastorno bipolar. Todavía éramos niños cuando empezamos a escuchar Nirvana,
amábamos Nirvana y nos guardábamos en sus canciones y gritábamos esas canciones
como si supiéramos lo que decían cuando en verdad no lo sabríamos sino hasta mucho
después, cuando por fin entendimos por qué esas canciones nos pegaron tan duro.
Oasis llegó cuando aún estábamos mareados y confundidos, cuando habíamos
entrado a la adolescencia a la fuerza, empujados por un suicidio, y supongo que
queríamos ganar y sentirnos bien después de habernos sentido como nos sentíamos.
Nirvana nos hacía preguntarnos si valía
la pena vivir.
Oasis nos prometía la vida eterna.
Ok. Volvamos.
Be Here Now
(el último gran disco de Oasis, ¿no?)
La película merece ciertas advertencias
puntuales. 1) Funciona como eso que en el cine de súper héroes se llama “una
historia de origen”, es decir que va desde los años en que no eran nadie hasta
el momento en que lo fueron todo y allí se detiene, en una suerte de caída dramática
y triste en la que los mismos protagonistas reconocen que no podrían haber
llegado mucho más lejos de lo lejos que llegaron; el documental no muestra los
tramos posteriores y medio decadentes en que los discos ya no fueron tan buenos
(aunque los sencillos de esos discos sí que lo fueron), más de una década en la
que los fans fuimos comprendiendo al comienzo contra nuestra voluntad pero
después con una cómoda y orgullosa resignación que Oasis no sería, como lo
prometieron varias profecías, la mejor banda inglesa después de los Beatles; ni
se incluyen en la cinta mayores detalles sobre la separación del grupo,
anunciada tantas veces y en tantos medios que se había convertido en una broma
costumbrista pero que finalmente sucedió en agosto del 2009, a trece años de levantar
la copa en Knebworth. 2) Los testimonios que conducen la historia, todos
sonando fuera de cámara y varios de ellos tan inesperados como conmovedores y
graciosos, lo que le da a la cinta un aire de leyenda imposible o difícil de
afrontar, se encargan de contar el chisme –gracias por eso– pero dicen poco
sobre el proceso creativo de la banda, parecería que las canciones eran trucos
de magia que sucedían por combustión espontánea y no, como se entiende si uno
se fija con atención, el resultado de seguir escribiendo y componiendo y
ensayando y tocando cuando todo indica que seguir haciéndolo es una locura. 3)
Noel y Liam Gallagher, los líderes de la banda, las dos cabezas de la misma
criatura indomable, los hermanos que eran igual de famosos por la música que
hacían que por las peleas que protagonizaban arriba y abajo del escenario o por
la ropa y los peinados que usaban, firman como productores ejecutivos de la
película y eso levanta sospechas, es evidente que se cuidaron las espaldas,
pero no el frente, y ya con eso hay bastante que ver.
La historia de Noel, guitarrista y
compositor, y Liam, cantante, se compara muy pronto con la de Caín y Abel. El
documental lo hace con algo de ironía pero no sin razón: casi al comienzo, se
escucha a Liam diciendo que por eso, porque él y su hermano se odian, Oasis
será la banda más grande del mundo, y casi al final se lo escucha diciendo que
aunque ya no tenga relación alguna con su hermano ahí está todo eso que les
pasó, que de alguna forma nos pasó a todos y que no hubiera pasado sin el motor
de una exitosa y lucrativa rivalidad. Pero claro, en esta versión del pasaje bíblico no hay, gracias a Dios y
a todos los santos, nada semejante a un hermano bueno: los dos son malos,
los dos hablan y beben y se drogan de más, los dos hacen y dicen cosas que
nosotros queríamos hacer y decir pero que nunca nos atrevimos a intentar porque
no éramos estrellas de rock y ellos sí. La violenta y capaz ya olvidada
arrogancia de los Gallagher era uno de los activos más valiosos de la banda: se
anunciaban como la mejor banda sobre la faz de la Tierra, muy por encima de contemporáneos
más humildes y musicalmente más arriesgados, comprometidos y maduros como Blur
o Pulp (para mayor información ver otro documental, Live Forever, The Rise and
Fall of Brit Pop, del 2003), bandas que tras haber pasado la prueba del
tiempo resultan más relevantes que Oasis pero nunca han conseguido el estatus
de mito.
Y claro, está la dinámica perfecta de los
hermanos proyectándose en todos sus fanáticos: queríamos tener el talento, la sensibilidad
de Noel, pero el pelo, la ropa, la forma de caminar tan canchera de Liam. Porque
en la banda ambos eran uno solo y en los videos y en los escenarios y en esa
mirada debajo de las cejas pobladas se notaba que habían compartido el pasado. Ambos
coinciden en que su infancia definió su destino: se criaron en el hogar de una
familia pobre, en un complejo de viviendas subvencionado por el gobierno
británico en el límite urbano-marginal de Manchester, una de las ciudades más
pobladas de Inglaterra, huyendo de un padre que arreglaba y dañaba las cosas a
golpes, al que ellos amenazaron con asesinar y al que nunca volverían a ver.
Tenían todo en contra y en esas condiciones el único camino era vivir como si
no hubiera mañana ni pasado mañana, como si fuesen los dueños del mundo.
Oasis fue su venganza.
Y yo diría que ganaron.
Sólo querían escapar. Y escaparon.
Llevándose con ellos a miles de otros
prisioneros.
Luego nos tocó crecer.
Hay canciones de Oasis que vivirán para
siempre.
La eternidad no es un lugar tan grande
como parece y sin embargo esas canciones viven ahí.
En 2010, en la ceremonia de entrega de
los Brit Awards, los premios más prestigiosos de la industria a ese lado del
charco, (What’s the Story) Morning Glory?
fue elegido como el álbum más importante de las pasadas tres décadas: se han
vendido más de 22 millones de copias hasta la fecha. Liam, que era el único
miembro de la banda allí presente, subió a recibir el premio y luego de un
breve discurso en el que agradeció a sus compañeros de ese entonces, a todos
menos a su hermano, y a sus fans, best
fans in the fucking world, live Forever!, lanzó el micrófono al público, se
acercó al filo del escenario, se inclinó y le entregó la estatuilla a la
primera mano abierta que encontró. Otro clásico de Oasis, parte del plan
maestro.
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(El Comercio)