Los viajes que importan, dicen, son los
que se hacen hacia adentro, aunque para llegar hasta las profundidades del
interior haya que recorrer kilómetros y kilómetros de distancia hacia afuera y
a veces también recorrerlos de vuelta hasta volver al punto de partida. Algo
así es lo que ha hecho la escritora británica Olivia Laing en su último libro, El viaje a Echo Spring. Por qué beben los
escritores, en el que cuenta su propio viaje por Estados Unidos siguiendo
el rastro de cinco autores que tuvieron una relación íntima con el alcohol: F.
Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever, John
Berryman y Raymond Carver. Ahora bien, a las pocas páginas de travesía queda
claro que la verdadera pregunta de Laing no es por qué beben los escritores sino una más grande todavía: ¿necesitan beber los escritores para crear? Sin
duda, la carrera de varios autores no hubiese sido la misma –quizás hasta les
iba mejor– si no hubiesen bebido tanto, pero lo cierto es que lo hicieron y que
el alcohol se derramó sobre sus páginas.
Laing hace el trabajo de una biógrafa que
ha elegido un ángulo en común para, así, trazar una especie de constelación
entre los autores a los que ha escogido perseguir. Su libro es una mezcla de diario
de viaje, biografía literaria y documento científico sobre el alcohol y sus
efectos en el cuerpo humano. De hecho, empieza con una cita médica, que explica
en cierto modo la enfermedad: Cuando los
alcohólicos beben, se intoxican, y es esta recurrente intoxicación la que
eventualmente arruina sus vidas. Las amistades se marchan, la salud se
deteriora, los matrimonios se rompen, se abusa de los hijos, los trabajos se
pierden. Y a pesar de esto el alcohólico sigue bebiendo. Se da un “cambio de
personalidad” Los que antes parecían individuos fuertes y autosuficientes se
encuentran mintiendo, engañando y comprometiéndose de cualquier manera para
proteger o disfrazar su hábito. La vergüenza y el remordimiento al día
siguiente son intensos; muchos alcohólicos se van aislando progresivamente para
beber sin interrupciones… Muchos alcohólicos parecen seguros de sí mismos, pero
viéndolos de cerca uno nota que su autoestima los ha abandonado.
Mientras avanza en su viaje, mientras
toma notas en buses y en trenes y en aviones y se convierte ella también en
personaje, Olivia Laing va desarrollando su propia teoría sobre el alcoholismo,
más cercana a un trastorno de doble personalidad. El deseo de beber, y las repercusiones físicas, emocionales y sociales
que tiene en la vida del bebedor, están enterradas bajo excusas, evasiones y
francas mentiras. Un alcohólico puede ser visto como alguien que vive dos
vidas, la una sometida a la otra como una serpiente subterránea debajo de una
carretera. Está la vida de la superficie –de la portada, si se quiere– y la
vida del adicto, en la cual la única prioridad es asegurar el próximo trago. No
en vano el primer paso del Programa de Doce Pasos es admitir que somos
“impotentes ante el alcohol y que nuestras vidas se han vuelto ingobernables”.
Este simple paso puede tomar toda una vida o no alcanzarse jamás. Laing
escribe así, sin muchas vueltas ni miramientos, sometiéndose a los hechos,
haciendo números y ensayando conclusiones a veces poéticas.
Se nota que Laing también pasó por una
especie de adicción para poder escribir el libro. Muy aparte de su vida
personal, en la que también aparecen alcohólicos en la familia y en el hogar,
está su vida de lectora y esa fascinación enfermiza por lo literario como si
sólo eso, lo imaginado, lo creado, lo contado, fuese verdadero: es como si la
realidad necesitara ser inventada por alguien más para poder existir y para que
nosotros podamos existir dentro de ella. Laing, está claro, preferiría vivir en
un cuento de Hemingway o en una novela de Fitzgerald o en una obra de Williams
que en cualquier otro lado, aunque fueran lugares tristes y melodramáticos.
Después de todo, ese es el motor del libro, ¿qué está mal con la realidad?,
¿por qué tenemos que cambiarla?, ¿por qué cinco escritores brillantes, cada uno
a su manera, necesitaban distorsionar la realidad con alcohol?; ¿acaso no la
superaban ellos con palabras?, ¿acaso destruir la realidad con palabras hacía
que esa misma realidad les cayera encima?, ¿acaso la única salida es inventarse
un lugar para vivir tranquilo y lejos, muy lejos de la realidad?
La verdad funciona al revés. La verdad no
está, como se cree, en el acto escapista de beber para no enfrentar la
realidad. Estos escritores bebían para poder viajar hacia adentro y enfocar la
realidad, para desafiarla hasta que se les apareciera desnuda en medio de la
noche y, ahí sí, de frente y sin nada que se oponga, contar cómo es esa verdad
que es la verdad de todos: eso que nos hace sentir que nosotros también somos
literatura.
*
En una carta de Fitzgerald citada hacia
la mitad del libro por Laing, el autor de El
gran Gatsby escribe esto: Es todo lo que he olvidado – toda la
complicada y oscura mezcla de mi infancia y juventud, lo que me hizo un
escritor de ficción en vez de bombero o soldado… Por qué en el nombre de Dios
escogí este oficio de días sedentarios, noches sin sueño y eterno descontento.
Por qué lo escogería de nuevo. Esto último es clave: lo escogería de nuevo.
A veces parecería que los escritores lo son muy a pesar suyo, que hubiesen
preferido escapar de haber podido, que la vocación te hostiga hasta que un día
te alcanza y ese día se convierte en el último día de tu vida pero también en
el primer día del resto de tu vida.
(El Comercio)