2.19.2018

Basta una noche



Un día, mareados y confundidos, recordamos un libro que alguna vez nos quemó las manos y queremos volver a él para sentir, otra vez, ese calor mortal. Han pasado años desde la última vez que lo leímos, varios años, quizás, y ya no somos los mismos: las cosas pasan, nos traspasan, nos atraviesan, nos desvían; somos arrojados a sitios donde nunca pensamos estar o nunca quisimos estar y aunque culpemos a la vida la verdad es que la culpa es sólo nuestra. Somos distintos, pero ese libro es el mismo o es mejor y de pronto es lo único que tiene sentido en este mundo.   

Mi copia de Intimidad, de Hanif Kureishi, está muy manoseada, por suerte es de pasta dura y papel grueso, si no, estaría totalmente destruida, arruinada por el paso incansable de los dedos. Está toda subrayada, además, con diferentes colores de tinta, lo que me lleva a pensar que cada vez que la he leído lo he hecho con una pluma distinta en la mano: me fijo en el pulso de las líneas trazadas entre las letras y me queda claro que a veces la leí tranquilo, sereno, pero otras estuve temblando y quizás tan conmovido o confrontado o asustado que tuve que dejarlo caer.

Intimidad es una novela de menos de 120 páginas que pasa en una sola noche, la noche en la que el narrador ha decidido abandonar a su mujer y a sus hijos para no volver nunca más. Todo lo que ocurre en la novela ocurre en medio de esas horas y en medio de las paredes de esa casa y en medio de los recuerdos, que son como muros altísimos rodeando y moldeando los caminos de la vida. Y aunque no pase mucho pasa todo porque este hombre se cuestiona y se cuestiona y se cuestiona tratando de convencerse de que está haciendo lo correcto, de que ser feliz es lo correcto aunque para ser feliz, a veces, haya que destruir a los demás.

(En Intimidad, Hanif Kureishi escribe desde el punto de vista del canalla, del cabrón, del hijo de puta, y lo humaniza hasta transformarlo en carne viva: aunque nos confiesa cosas imperdonables, es imposible no ponernos de su lado porque tarde o temprano terminamos retratados de alguna forma por sus palabras. ¿Somos así de malos, ¿Somos así de cobardes? ¿Es tanto el daño que podemos hacer? Sí, sí, y sí. ¿Somos así de egoístas? Sí. Vamos por ahí pensando que somos el centro del universo, que la vida gira a nuestro alrededor y que cualquier cosa que hagamos puede abrir una grieta en el cosmos)  

Cuando alguien me dice que está pasando por un momento duro en su relación, por una separación o un quiebre (o cuando me dicen que se aburrieron de eso que juraron amar hasta la muerte), le digo que lea Intimidad, que entenderá ciertas cosas y que podrá desdoblarse para verse a sí mismo desde otro lado o por lo menos que se sentirá acompañado, apoyado, amparado por la experiencia de alguien que ya estuvo allí. Eso que dicen es cierto: lo que le pasa a un hombre le pasa a todos. A veces hay que leer no para fugarse y viajar a otros mundos sino para encontrarse y aterrizar hasta estrellarse.  

Pienso en las veces en que le he prestado Intimidad a alguien, en las veces en las que he querido que otros pasen por lo que yo vuelvo a pasar cada vez que lo leo, en lo que realmente estoy diciendo cuando les entrego el libro: buen viaje, cuídate, todo va a estar bien, que Dios se apiade de nosotros. Curioso, uno cree que puede transmitir una experiencia en alta fidelidad, molécula a molécula, pero no, eso es imposible: supongo que, como pasa con las drogas, los libros le pegan distinto a cada uno. Sólo espero que Intimidad no haya destruido ningún hogar por mi culpa o, mejor dicho, que no haya destruido nada que no hubiese estado ya ardiendo en cenizas.     

La novela se publicó originalmente hace veinte años, en 1998, y podría hablar aquí y ahora de su éxito sostenido en el tiempo y de la carrera de Hanif Kureishi en general, pero eso es lo que menos me importa y lo que menos tiene que ver con leer para salvar la vida o perderla. Lo que quiero decir, alto, fuerte, es que la primera vez que la leí fue hace diez años, algo más, algo menos, y fue como si nunca antes me hubiesen hablado de amor: quedé traumado, con ganas de vivir por amor, de morir de amor; quedé noqueado, convencido de que el amor es una locura pero con ganas de volverme loco e incendiarme; quedé mal. Es lo que me pasa cada vez que la leo. Ayer volví a leerla, y hoy quiero volverme loco.

(Mediato)  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien