Un día, mareados y confundidos,
recordamos un libro que alguna vez nos quemó las manos y queremos volver a él
para sentir, otra vez, ese calor mortal. Han pasado años desde la última vez
que lo leímos, varios años, quizás, y ya no somos los mismos: las cosas pasan,
nos traspasan, nos atraviesan, nos desvían; somos arrojados a sitios donde
nunca pensamos estar o nunca quisimos estar y aunque culpemos a la vida la
verdad es que la culpa es sólo nuestra. Somos distintos, pero ese libro es el mismo o es mejor y de
pronto es lo único que tiene sentido en este mundo.
Mi copia de Intimidad, de Hanif Kureishi, está muy manoseada, por suerte es de
pasta dura y papel grueso, si no, estaría totalmente destruida, arruinada por
el paso incansable de los dedos. Está toda subrayada, además, con diferentes
colores de tinta, lo que me lleva a pensar que cada vez que la he leído lo he
hecho con una pluma distinta en la mano: me fijo en el pulso de las líneas
trazadas entre las letras y me queda claro que a veces la leí tranquilo,
sereno, pero otras estuve temblando y quizás tan conmovido o confrontado o
asustado que tuve que dejarlo caer.
Intimidad es una novela de menos de 120 páginas
que pasa en una sola noche, la noche en la que el narrador ha decidido
abandonar a su mujer y a sus hijos para no volver nunca más. Todo lo que ocurre
en la novela ocurre en medio de esas horas y en medio de las paredes de esa
casa y en medio de los recuerdos, que son como muros altísimos rodeando y
moldeando los caminos de la vida. Y aunque no pase mucho pasa todo porque este
hombre se cuestiona y se cuestiona y se cuestiona tratando de convencerse de
que está haciendo lo correcto, de que ser feliz es lo correcto aunque para ser
feliz, a veces, haya que destruir a los demás.
(En Intimidad,
Hanif Kureishi escribe desde el punto de vista del canalla, del cabrón, del
hijo de puta, y lo humaniza hasta transformarlo en carne viva: aunque nos
confiesa cosas imperdonables, es imposible no ponernos de su lado porque tarde
o temprano terminamos retratados de alguna forma por sus palabras. ¿Somos así
de malos, ¿Somos así de cobardes? ¿Es tanto el daño que podemos hacer? Sí, sí,
y sí. ¿Somos así de egoístas? Sí. Vamos por ahí pensando que somos el centro
del universo, que la vida gira a nuestro alrededor y que cualquier cosa que
hagamos puede abrir una grieta en el cosmos)
Cuando alguien me dice que está pasando
por un momento duro en su relación, por una separación o un quiebre (o cuando
me dicen que se aburrieron de eso que juraron amar hasta la muerte), le digo
que lea Intimidad, que entenderá
ciertas cosas y que podrá desdoblarse para verse a sí mismo desde otro lado o
por lo menos que se sentirá acompañado, apoyado, amparado por la experiencia de
alguien que ya estuvo allí. Eso que dicen es cierto: lo que le pasa a un hombre
le pasa a todos. A veces hay que leer no para fugarse y viajar a otros mundos
sino para encontrarse y aterrizar hasta estrellarse.
Pienso en las veces en que le he prestado
Intimidad a alguien, en las veces en
las que he querido que otros pasen por lo que yo vuelvo a pasar cada vez que lo
leo, en lo que realmente estoy diciendo cuando les entrego el libro: buen
viaje, cuídate, todo va a estar bien, que Dios se apiade de nosotros. Curioso,
uno cree que puede transmitir una experiencia en alta fidelidad, molécula a
molécula, pero no, eso es imposible: supongo que, como pasa con las drogas, los
libros le pegan distinto a cada uno. Sólo espero que Intimidad no haya destruido ningún hogar por mi culpa o, mejor
dicho, que no haya destruido nada que no hubiese estado ya ardiendo en cenizas.
La novela se publicó originalmente hace veinte años, en 1998, y podría
hablar aquí y ahora de su éxito sostenido en el tiempo y de la carrera de Hanif
Kureishi en general, pero eso es lo que menos me importa y lo que menos tiene
que ver con leer para salvar la vida o perderla. Lo que quiero decir, alto,
fuerte, es que la primera vez que la leí fue hace diez años, algo más, algo
menos, y fue como si nunca antes me hubiesen hablado de amor: quedé traumado,
con ganas de vivir por amor, de morir de amor; quedé noqueado, convencido de
que el amor es una locura pero con ganas de volverme loco e incendiarme; quedé
mal. Es lo que me pasa cada vez que la leo. Ayer volví a leerla, y hoy quiero
volverme loco.
(Mediato)
1 comentario:
Muy bien
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