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Con la tercera temporada de Love me ha terminado de pasar algo que
ya me venía pasando desde las dos anteriores: estoy completamente enamorado de
Mickey Dobbs (Gillian Jacobs), es más, me dan ganas de invitarla a salir y
presentársela a mi familia, así de grave y serio es el asunto. Curioso como un
personaje –y la persona detrás de él– puede, desde la pantalla, hacernos sentir
cosas que a veces no logramos sentir por nadie en la vida real. Supongo que
aquello de que los únicos amores románticos son los amores imposibles es
verdad, aunque en Love todo lo
romántico e imposible termine pasando de todos modos.
La historia de amor entre Gus Cruikshank (Paul
Rust), un tipo más bien inseguro, noble hasta lo patético y bastante nerd, y
Mickey Dobbs, llena de rollos y taras que en su caso son los irresistibles
atributos de la belleza, podría ser vieja y conocida sino fuera porque ambos
personajes –ella más que él, me dicen mis amigas– terminan llegándonos como
cercanos y genuinos, y porque lo que revienta en sus corazones termina
palpitando también dentro de nosotros. El encanto de Love no es crear un mundo donde la relación de ambos sea posible
sino que ambos se enamoren en un mundo donde parecería imposible que algo así
suceda.
Y sí, hay que admitirlo, para qué
negarlo, uno se identifica por varios frentes y se siente tentado ante las
posibilidades que ofrece la narrativa de Love,
porque, ¿no es eso justamente lo que nos une y nos ata a lo que vemos y
amamos?, ¿que pueda representar lo mejor y lo peor de nosotros y, al mismo
tiempo, devolvernos la fe y la esperanza? En Love lo que más importa es la lucha por amar, por querer y dejarse
querer, por estar ahí para el otro y ser uno con la pareja: en sagradas
palabras de Timbiriche, tú y yo somos uno
mismo, wo-jó. Y sí, también, para querer a alguien hay que quererse y en Love hay mucho de eso, mucho de
aceptarse tal cual y de cambiar para bien, para mejor.
La serie, creada por Judd Apatow, de
quien absorbe su moral y sus principios, y el actor Paul Rust, reivindica la
figura del nerd sentimental que prefiere serse fiel a sí mismo antes de
transformarse en lo que les gustaría a los demás; así como mira de cerca y con
deseo y enamoramiento el arquetipo de la mujer-hermosa-pero-complicada que
tiene la cabeza y el corazón siempre a mil por hora: Mickey Dobbs hace y dice
todo lo que siente, no se guarda nada, es así, ¡pum!, tómalo o déjalo. Recuerdo una frase de Clint Eastwood en Gran Torino,
una de sus mejores películas, Estuve con
la mujer más hermosa del mundo, y me costó mucho trabajo. El amor cuesta
trabajo, pero lo vale.
No sé cuánta gente siguió Love hasta esta temporada, que se
anuncia como la última, si fue un éxito rotundo o tuvo apenas la cantidad
suficiente de fans para mantenerse al aire (yo sólo cumplo con mi deber de
hablar de aquello que me emociona y me conmueve, que me hace sentir parte de),
pero yo perseguiría a Mickey Dobbs por varias temporadas más o hasta el fin del
mundo si fuera preciso. Me quedo con ganas de más, como todos los enamorados. Mickey
Dobbs (pongan aquí un suspiro)… ella y yo tenemos algo, algo sagrado, el tipo
de lazo que sólo puede crearse entre alguien que levanta la cabeza para ver el
cielo y la estrella que brilla para iluminarlo.
(El Diario Manabita)