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Cuando el escritor noruego Karl Ove Knausgård se
encuentra con sus lectores, en librerías, frente a unos cuantos, en
conversatorios, frente a decenas, o en ferias del libro quizás frente a cientos
de ellos, todo sucede con más o menos normalidad. Recibe halagos en silencio,
responde con calma a las entrevistas o diálogos con otros autores, lanza alguna
broma sonrojado y se sigue sorprendiendo de lo que ha pasado con su obra en los
últimos años. Así hasta que llegan las preguntas del público, que muchas veces
empiezan con un gracias por sus libros,
y que tienen que ver con la vida expuesta en su literatura. Le gente le
pregunta cómo lidiar con padres ausentes o abusivos, cómo enfrentar la
paternidad sin reproducir los modelos de esos padres, cómo sobrevivir a los
fracasos amorosos, cómo encontrarle sentido a las cosas cuando parecen –a
menudo– haberlo perdido, cómo soportar lo ordinario, cómo defender una
vocación, cómo seguir adelante. Es como si él supiera algo que nosotros no
sabemos.
En Finlandia se le
acercó una chica durante un evento, le dijo mi
padre murió hace dos días y luego se puso a llorar; él, que no sabía muy
bien qué hacer, se quedó conversando una hora con ella. Estas cosas, dice, no
le habían pasado con sus primeros libros, dos novelas bien recibidas en su país
y hasta traducidas y premiadas (no masivas), pues antes se le acercaban para
hablar de otros libros pero ahora quienes lo hacen hablan sobre sí mismos y
comparten capítulos de su vida privada. Algo así tendría sentido si se tratara
de un autor de autoayuda o superación personal, pero Knausgård no es
exactamente eso (aunque al final todos los libros que nos gustan o nos
atrapan/sostienen o nos conmueven terminen ayudándonos). En el 2008, cuando
tenía 40 años, empezó a escribir su autobiografía para responderse las
preguntas más difíciles, quién soy y cómo me convertí en esto, tratando de
ser tan íntimo y honesto como pudiera, haciendo y haciéndose daño porque nadie
que intente acercarse a la verdad puede o merece salir ileso: y descubrió que
no estaba tan solo.
Knausgård suele
reconocer que comenzó a escribir su historia pensando en él como único lector,
que jamás imaginó que otros –ni siquiera sus amigos– pudiesen estar
interesados, que cuando se la entregó a su editor se sentía avergonzado,
frustrado, derrotado, y que el primer tiraje, de 10.000 ejemplares, le parecía
optimista y acaso ingenuo de parte de la editorial. Ahora ese recuerdo suena
como el comienzo perfecto y más que literario de lo que se ha convertido en un
fenómeno. A ese primer libro le siguieron cinco más escritos y publicados a una
velocidad aterradora, entre 2009 y 2011, que juntos suman más de 3.500 páginas
(un promedio de 600 por entrega) y de los que sólo en Noruega, donde viven más
de cinco millones de habitantes, se han vendido medio millón de copias: es
decir que en ese país una de cada diez personas ha leído la obra completa.
Luego, cuando aparecieron las traducciones (que suman ya más de veinte
idiomas), Karl Ove Knausgård, su voz, su mirada y su rostro iniciaron un viaje
que podría no terminar nunca.
En noruego, los
libros tienen un solo título, Min kamp,
igual al Mein Kampf de Hitler (ante
la controversia obvia, el editor de Knausgård respondió ¿Por qué relacionarlo con Hitler?), que se traduce como Mi lucha y que en español y en otros
idiomas viene acompañado de títulos particulares para cada novela: La muerte del padre, sobre el padre
alcohólico con el que nunca pudo tener siquiera una conversación sincera, que
aparece de alguna manera en todas las partes y es el personaje más cuestionado
por los lectores; Un hombre enamorado, sobre
su relación con su segunda esposa, madre de sus hijos; La isla de la infancia, sobre los años que pudieron haber sido más
felices; Bailando en la oscuridad,
sobre adolecer de adolescencia; y Tiene
que llover, sobre sus días en la Escuela de Escritores de Noruega, los
primeros fracasos y rechazos y la victoria bipolar de una vocación que, como
decía Truman Capote, sólo sirve para auto-flagelarse pero es a veces la única
manera de vivir. Este es el último
título publicado en español, así que por esta lengua el círculo aún no se ha
cerrado.
Leí Tiene que llover después de años, años,
pensando en si debería o no entrar al planeta Knausgård, que más bien tiene
el tamaño de un sistema solar: había muchas cosas a considerar, ¿y si me
gustaba?, ¿podría comprometerme con todos los libros?, ¿quién tiene el tiempo y
la energía? (en este caso, ya sé, han sido muchos) Pero entré y confieso que he
leído también buscando ayuda: por esos días había dejado de escribir porque
nada de lo que escribía me gustaba, nada me parecía importante o cercano, nada
me hablaba de vuelta cuando yo le gritaba desesperado, y si el libro de Knausgård
trataba sobre sus primeros años como escritor, sus años de formación en un
oficio en el que uno mal que mal siempre se está deformando, quizás podría
ayudarme a flotar y arrastrarme hacia una orilla o hacia cualquier lugar en
tierra firme. En la primera página encontré esto …fue una época horrible. Yo sabía tan poco, deseaba tanto… y no lograba
nada. Bacán, pensé, ahora podemos hablar, y empecé a caminar a ciegas por
una novela que me iba tragando.
Muchas páginas
después subrayé esto, Escribir significaba
derrota, humillaciones, encontrarse a uno mismo y reconocer que no se era lo
bastante bueno. Pero ya eso me importaba poco, lo que me mantuvo atado a
las páginas es la forma en que Knausgård transforma cualquier cosa en
literatura sólo con mirarla y recordarla (parece fácil, pero mirar y recordar y
reconocerse puede ser mortal). A esas alturas lo que yo quería era saber más
sobre su relación con su familia, con sus amigos, con las mujeres; y lo quería
así como había estado viniendo, sin más mediaciones que la propia escritura,
porque ya estaba sintiendo esa gruesa conexión que nos hace sentir unidos en
una misma experiencia sobre la tierra. Mirando para atrás, Knausgård dice que
la clave de sus libros es que se ocupan de una vida ordinaria, pero que cualquier
vida merece este tipo de atención. Quizás haya que recoger nuestros pasos y
agarrarlos con las manos y tirárnoslos encima para estar seguros de que hemos
vivido. La obra de un artista no es su trabajo, es su vida.
Y si realmente
quieren saberlo, yo tuve mi final feliz: después de leerlo me dieron ganas de
escribir, que es lo mejor que le puede pasar a alguien.
(Mundo Diners)