Dicen que lo único que no se puede
cambiar es el paso del tiempo, pero Luis Miguel lo hizo, o por lo menos aceleró
y potenció la velocidad de las cosas, la rebelión del pensamiento y la
intensidad de las emociones. Hace solo una semana que se transmitió el último
–por ahora– capítulo de su bio-serie
y es tanto lo que se ha dicho, comentado, escrito y compartido en estos días
que resulta imposible creer que se haya producido en tan corto plazo. Por eso lo
único que me queda es dar mi versión de los hechos. Aquí va.
Durante más de tres meses casi todas mis
conversaciones empezaron con la misma pregunta: ¿estás viendo la serie de Luis
Miguel? A mí no me pasó lo que al resto. Mi vida en redes sociales es
prácticamente inexistente y no pude compartir el fenómeno con las cientos de
miles de personas que reaccionaron a la serie desde el principio. Fui encontrando
mis cómplices de uno en uno y al comienzo fue duro, luego de un par de
entusiastas hallaba solamente gente escéptica, separatista o que se hacía la
desentendida.
En mi mundo, poblado en gran parte por
seres que consumen música y libros y películas y series, hablar de Luis Miguel
era hablar de lo prohibido, del vicio inconfesable en cualquier intimidad. Hasta
yo comencé con reparos, vi el primer capítulo sin grandes esperanzas, por morbo,
y quedé enganchado como cuando a uno lo flechan el amor o las drogas: das un
paso y cuando regresas a mirar ya es demasiado tarde. De repente mis días eran
todos iguales y la única forma de saber que había pasado una semana era ver el
siguiente episodio apenas aparecía colgado en Netflix.
La infancia truncada pero también superdotada
de un niño explotado, engañado, usado; la adolescencia asustada pero también
excitada de un joven para el que las cosas sólo funcionaban bajo las luces del escenario;
los primeros años de un adulto desamparado que nunca podrá crecer del todo ni
tener una vida plena porque le faltan piezas: todo ese horror, parecido al que
menciona el Coronel Kurtz en Apocalipsis
Ahora, humanizaron y aterrizaron a la figura de Luis Miguel hasta ponerla a
la altura de nuestros ojos para poder llorar y cantar todos juntos.
Y el padre. Wow. Ovación de pie. Es muy
cierto eso de que una historia es tan buena como su malo y uno de los
argumentos que usé para convencer a gente de que se animara a ver la serie fue
el siguiente: Luisito Rey tiene la talla de Darth Vader. Es más, yo diría que
es peor, porque al menos Vader encuentra su redención en los últimos suspiros
eléctricos de su existencia, mientras que Rey agoniza y muere en una ebullición
fría que corona su maldad. El actor español Óscar Jaenada, que se echa la serie
al hombro acaso sin quererlo, me recordó al Daniel Day-Lewis de Petróleo Sangriento, siempre por encima
del guión, de la cámara y de sí mismo, sobregirado, histérico, desatado entre
la sobre-actuación y el ridículo y aún así capaz de sembrar en nosotros, en ti
y en mí, un miedo verdadero.
Y la madre. Wow. La mayoría de gente
tendría que escribir una biblia para decir lo que esa mujer, la actriz italiana
Anna Favella, articula con una mirada. La mujer de su vida, sin duda. El gran
amor de los que la conocimos en pantalla. Tú, la incondicional, la que no
esperaba más que tener una vida medianamente normal con su familia y que en el
camino, entre la violencia y el abuso y la humillación, perdió todo. Otro
personaje jugado que caminó firme al borde del melodrama y supo lo mismo
iluminarnos con su risa que cubrirnos con su llanto.
Y, dicho esto, lo más importante o
sorprendente me pasó frente a la pantalla, en la vida real. Una amiga me contó
que cuando era niña tenía un álbum de fotos de Luis Miguel, fotos que recortaba
de revistas o periódicos o de donde fuera, que en la fecha del cumpleaños del
cantante se reunía con otras amigas para cantarle y soplarle las velitas, y que
ahora veía la serie cuando sus hijos estaban dormidos, acompañada por varias
copas de vino. Un amigo que jura que sólo ve series europeas y que se negaba a
ver ésta, empezó a averiguar por iniciativa propia los detalles de la “historia
real” en videos de YouTube, vio decenas o cientos, y terminó tan intrigado que
se puso al día con la serie en una jornada maratónica. Una amiga me dijo que
sus ex-compañeras de colegio están usando camisetas con la leyenda Odio a Luisito Rey y que están planeando
un viaje a México para ver a Mickey en vivo. Una colega mexicana me dijo que
Luis Miguel sabe dónde está su madre pero que sería mezquino revelarlo después
de treinta años y en una serie; además, existe la teoría de que nunca lo ha
hecho porque así, abandonado, resulta más atractivo para su público. En un
matrimonio, cuando pusieron Si no supiste
amar, alguien se puso a gritar ¡Gracias a Dios por Netflix hijueputa! Después
de horas de negociación y tragos mediante, una amiga a la que al final convencí
de ver la serie me convenció a su vez de tener una velada con Luis Miguel:
escuchamos los grandes éxitos, los duetos y después entramos en la madrugada
con el disco Romance entero, porque
sí, en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse. Y en otra madrugada,
después de una fiesta embalada y rockera, terminé con un grupo de amigos en un
restaurante de La Zona, cantando Luis Miguel mientras esperábamos que nos
trajeran la comida, y la gente que estaba en las otras mesas empezó a cantar
con nosotros.
La música, todo hay que decirlo, fue lo
que más me costó. Crecí odiando a Luis Miguel con odio jarocho y por una razón
muy sencilla: yo era baterista de una banda que tocaba grunge noventero, Nirvana, Pearl Jam, esa onda, pero a nuestros
conciertos sólo iban cuatro panas mientras que a los de otras bandas (menos
talentosas, obvio) que tocaban Cuando
calienta el sol o Será que no me amas
iba todo el mundo, y con esto
quiero decir todas las chicas que nos gustaban y con las que queríamos estar. Luis
Miguel, hasta hace poco, fue mi enemigo musical y pensaba que nada, ni siquiera
lo que pasara en la serie, podría cambiar eso, pero en aquel capítulo glorioso
en el que termina grabando Miénteme
con el corazón roto y lleno de whisky mis principios se trastocaron. Y aquí, una
vez perdido todo rastro de dignidad, una confesión más: pensé que lo más
divertido de escribir esto sería hacerlo mientras escuchaba las canciones de la
serie, pero tuve que parar porque me ponía a cantar y no lograba escribir una
sola palabra.
Como canta José José: esa noche entre tus
brazos caí en la trampa. La serie me atrapó y poco o más bien nada me importa
qué sea verdad o qué sea mentira. Yo prefiero esta vida de Luis Miguel aunque
sea inventada porque todo lo que me hizo sentir fue legítimo. La creación
necesita licencias para ser libre y nosotros necesitamos que esa libertad nos
ampare. El gran show ha funcionado, Luis Miguel es relevante otra vez, sus
canciones se reproducen por millones y sus últimos conciertos se llenan sea
donde sea. El Sol de México ha vuelto a la vida y eso es más de lo que puedo
decir de mucha gente.
(El Comercio)
5 comentarios:
JAJAJAJAJA yo también era un reacio a ver, ahora ya es parte del playlist para manejar y cantar a puro pulmón. Como cambia la vida...
Hola Juan Fernando, mi nombre es Melissa De la Vega y soy estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Estoy realizando mi tesis sobre 3 películas de Sebastián Cordero: Pescador; Ratas, Ratones y Rateros y Sin Muertos No Hay Carnaval. Estoy analizando estos 3 filmes e identificando rasgos del realismo sucio presentes en ellos. Me gustaría tener la oportunidad de conversar con usted sobre la historia de Pescador. No sé si sea posible una cita en persona, Skype o tal vez enviándole las preguntas vía correo electrónico. ¡Gracias de antemano por haber leído este mensaje!
Hola Melissa,
Búscame en Facebook y conversamos... saludes!
Juan Fernando,
Esto es un milagro de San Luis Miguel.
Jamás pensé leer esto escrito por ti, yo recuerdo que en tus publicaciones ví criticas hacia LuisMi. No te gustaba. A mi en cambio siempre me ha encantado, lo sigo desde que tenía 15 años.
De verdad que este post me ha hecho el día, cuando lo ví no lo podía creer.
Me alegra mucho que la serie te haya gustado.
Saludos,
Diana Elisa
Excelente artículo! No lo pudiste decir mejor.
Publicar un comentario