8.05.2019

La verdad no es toda la verdad



A mediados de junio, cuando se estrenó Rolling Thunder Revue, un documental sobre Bob Dylan firmado por Martin Scorsese, la crítica explotó como hace mucho no lo hacía, atacando a la película por incluir secuencias y personajes de ficción en lo que se suponía era un testimonio totalmente verdadero. Los críticos se sintieron engañados, traicionados, sangrados. Dylan, a los 78 años, volvió a cabrear a la gente, a sus propios fans, y a desestabilizar la opinión pública: como cuando pasó de cantante de folk y música protesta a rockero eléctrico; como cuando pasó de rockero eléctrico a músico cristiano; como cuando pasó de estrella a vaquero recluso; como cuando decidió, con el hilo que le queda de voz, ser un trovador-crooner dedicado a tocar pop standards de la canción clásica norteamericana. Pero nada de esto debería sorprender ni a la crítica ni a los fans ni a nadie. Como establece el mismo Dylan al comienzo de la cinta: uno se inventa a sí mismo, uno termina siendo no lo que quiso ser sino la creación que pudo construir.

Rolling Thunder Revue se concentra en un momento específico de la carrera de Dylan, el año 1975, cuando, tras nueve años recluido después de un accidente en motocicleta, salió de gira con una caravana de músicos, poetas, reporteros, fotógrafos y quien se fuera sumando en el camino, haciendo así su propia celebración del bicentenario estadounidense. El tour le dio la vuelta al país presentándose en espacios pequeños o medianos, ni estadios ni arenas, y en el escenario fueron apareciendo artistas como Joan Baez, Ramblin’ Jack Elliot y Joni Mitchell. Entre los invitados estaba, además, un camarógrafo de Chicago llamado Howard Alk (1930-1982), quien registró todo el material de archivo que Scorsese usa para montar la película, atribuyéndoselo a un supuesto director de cine europeo, Stefan Van Dorp, a su vez interpretado por el performer argentino Martin von Haselberg (esposo de Bette Midler, por si les interesa). Van Dorp es temperamental, amargado, y no hace otra cosa que basurear al resto de personajes.

Dylan, también al comienzo de la cinta, dice que no recuerda nada de aquella gira, que él ni siquiera había nacido, y tratándose de un hombre que ha ensayado tantas versiones de sí mismo, lo más probable es que tenga razón y que así le conceda oficialmente a Scorsese toda la autoridad para intervenir la realidad. En el documental aparecen, entrevistados, otros “personajes ficticios”, incluyendo a James Gianopulos, el CEO de Paramount Pictures, como promotor de los conciertos, es decir, el hombre que manejaba el dinero; el actor Michael Murphy en el papel del falso congresista Jack Tanner, que dicho sea de paso ya había interpretado en proyectos del cineasta Robert Altman, y que en teoría se acerca a Dylan y a su música siguiendo un consejo de Jimmy Carter; la actriz Sharon Stone, cómplice de Scorsese, que dice haber asistido a uno de los shows cuando tenía 17 años, haberse integrado desde ese momento a la caravana y haber inspirado la canción Just Like a Woman, un clásico de Dylan.    
         
La pregunta que críticos y fanáticos se hacen es ¿por qué?, ¿por qué mentir?, ¿por qué no hablar sobre Dylan, del que tan poco sabemos, con algo de veracidad?, ¿por qué seguir alimentando el mito con más mitos? Ahora, después de tantos artículos y reseñas lloronas y rabiosas (la página de Roger Ebert la llamó “una película frustrante”; un crítico de la revista Variety escribió “me sentí timado”) queda claro que lo que Scorsese quiso presentar no fue la verdad sino una variación de ella, en la que es solamente la música la que queda de pie, firme, pura e intocable, pues en ninguna otra película encontrarán tantas presentaciones de un Dylan tan misterioso como excitado, un personaje que parece salido de una feria o un carnaval, con el rostro pintado de blanco (según la cinta, inspirado por un concierto de KISS) y acompañado hasta por diez músicos al mismo tiempo. Scorsese no está extraviado, sabe lo que hace, recordemos que ya había dirigido un documental veraz y contundente sobre Dylan, llamado No Direction Home y estrenado en el 2005.

Esas respuestas que los críticos andan buscando se encuentran, claro, en el mismo Dylan y en una carrera que ha tenido tantos rostros como años y discos. Estamos hablando no solamente de un músico que ha saltado de género en género, sin tener en cuenta las exigencias, preferencias o tendencias del mercado, cuando se le ha dado la gana; que siempre ha puesto su curiosidad y voluntad creativas por encima de las expectativas de su propio público; sino también de una persona que ha preferido convertirse en personaje antes que revelar cualquier destello de intimidad que no venga de la libre interpretación de sus canciones. Ni siquiera Crónicas, su libro de memorias, logró echar mayores luces sobre el misterio, y a eso, al misterio, es a lo que seguimos siendo adictos sabiendo que las grandes revelaciones nunca se nos serán concedidas: preferimos no saber mucho si a cambio del silencio se nos encierra en el misterio; preferimos no saber nada, absolutamente nada, si podemos quedarnos con la música y armar la leyenda desde ahí.                 
                
Los discos de Dylan siguen apareciendo casi a año seguido, y me refiero a sus álbumes de estudio (el último, del 2017, fue triple) pero sobre todo a la serie de Bootlegs que nos van presentando versiones alternas de sus canciones o presentaciones en vivo que antes no habían sido liberadas: esas versiones son las capas de un planeta que en vez de conducirnos a su núcleo ardiente y definitivo se va expandiendo en lo que parece tener el tamaño del universo. Con esto quiero decir que cada año hay un nuevo Dylan; un nuevo Dylan al que escuchar; un nuevo Dylan al que analizar; un nuevo Dylan al que compartir con nuestros seres más queridos, esos que entienden que sentarse a escuchar música juntos es un acto de amor; un nuevo Dylan con el que conversar y al que preguntarle en qué estaba pensando cuando hizo lo que hizo, aunque por única respuesta obtengamos otro puñado de canciones. Este Dylan que nos presenta Scorsese también es nuevo, en parte inventado, es cierto, pero nunca falso porque lo que nos corresponde es creer en la ilusión, formar parte de ella.

(Mundo Diners)          

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