Encontré el libro entre las cosas de mi
hermana. Se lo había prestado hace mucho tiempo, quizá un par de años, y jamás
lo había recuperado porque ella se había mudado de casa y lo tenía guardado en
alguna caja. Pero lo encontré, volví a encontrarme con él, y esa misma noche
volví a leerlo, de una, completo, no pude ni quise contenerme, fue como si
hubiera estado esperando que esas palabras volvieran a mí sin siquiera saberlo,
como si volver a leer Franny and Zooey fuera
lo que necesitaba para llenarme otra vez de fuerzas.
Cerca del final, cuando Zooey entra al
cuarto que compartían sus hermanos mayores, lee esta cita del Bhagavad Gita: You
have the right to work, but for the work’s sake only. You have no right to the
fruits of work. Desire for the fruits of work must never be your motive in
working. Never give way to laziness either. Me puse a pensar en las veces que
uno escribe para impresionar a los demás, para gustar, para las becas y los
premios, cuando uno cree que el verdadero trabajo no empieza sino hasta que lo
ven y lo califican los otros, sin saber que es entonces cuando el trabajo ya
está terminado, cuando ya no importa. Escribir pensando quién te va a leer y
qué va a decir no tiene sentido, y quien lo haga terminará tan vacío y expuesto
y quemado que no podrá decir mucho más que lo que le pidan que diga. Esa cita
del Bhagavad Gita termina con una frase clave: They who work selfishly for
results are miserable. ¿Será verdad?, ¿son verdaderamente miserables los que
trabajan solamente buscando resultados? Me imagino a la gente que escala
posiciones, que salta de trabajo en trabajo persiguiendo un mejor salario, que se
supera, y supongo que la fortuna que amasan puede verse y tocarse pero que
nadie puede realmente alimentarse de algo semejante.
Otra de las citas que lee Zooey, firmada
por De Caussade, es esta: God instructs the heart, not by ideas but by pains
and contradictions. Si Dios existe, quiero pensar que esto es verdad, que
instruye nuestros corazones no con ideas sino con dolor y contradicciones. A
veces miro a la gente que me rodea, en cualquier parte, en el parque o en el
supermercado, en la calle o en algún restaurante, y todos parecen saber
exactamente lo que están haciendo, parecen incluso estar siguiendo
instrucciones, obedeciendo una voz de mando que yo francamente no sé de donde
viene. Y los envidio. Quisiera andar por este mundo con esa seguridad. Yo
siento que todos los pasos que doy son pasos en falso, que retrocedo o en el
mejor de los casos me muevo lateralmente, como los cangrejos. Y eso, a veces,
me hace sentir terriblemente solo. Pero ya sabemos que uno lee y escribe y crea
para sentirse menos solo, que es ahí cuando encuentra a su gente y se da cuenta
de que todo este tiempo ha estado acompañado, que el camino está poblado de
gente como uno. No estamos solos, quizá estemos callados y el silencio tome la
forma de la soledad, pero nunca solos. Dolor y contradicciones, basta hablar
con cualquiera por más de cinco minutos para saber que él también está
aprendiendo por las malas, como corresponde.
Me acosté en mi cama y empecé a leer Franny and Zooey sabiendo que no iba a
parar hasta el final porque quería llegar a ese momento, entre las tres o dos
últimas páginas, cuando Zooey le cuenta a Franny que cuando ellos dos y sus
hermanos mayores salían en un programa de radio, el mayor de todos, Seymour, le
dijo que se lustrara los zapatos antes de salir al aire, que lo hiciera for the
Fat Lady, por la señora gorda. Zooey dice que se la imaginaba pegada a la radio
todo el día, espantando moscas en su casa, sudando, acaso enferma de cáncer, y
que entonces tenía sentido lustrar
sus zapatos antes de salir al aire en un programa de radio. Franny le cuenta que también a ella Seymour le habló de la señora
gorda, que le dijo que fuera graciosa por la señora gorda, para la señora gorda, y que ella la imaginaba con las piernas
gruesas y venosas, hinchadas, también sentada junto a la radio todo el día,
también enferma de cáncer. En ese momento los dos hermanos se encuentran, y las
diferencias que se habían interpuesto entre ellos a lo largo de la historia
convergen en la fuerza del cariño. Es un momento impresionante, como para dejar
caer el libro y desmayarse o trepar las paredes y acostarse en el techo a mirar
las estrellas del piso. No hay nadie allá
afuera que no sea la señora gorda, dice Zooey, no hay nadie en ningún lado que no sea la señora gorda… ¿acaso no sabes
quién es realmente la señora gorda?, es el mismo Cristo, el mismo Cristo.
Todos somos señoras gordas. Escuchamos la
radio como si fuera un túnel, una cueva a la que entramos y que después de la
oscuridad que ocupa todas las cuevas nos revela el otro lado de las cosas, un
lugar donde somos diferentes, donde somos mejores aunque sea por un momento. Todos
trabajamos para señoras gordas. Es nuestro deber. Es nuestra obligación. Es la única
forma de trabajar. Entrégalo todo, déjalo todo, abandona toda pretensión. Haz
lo mejor que puedas hacer, no por ti, sino por ella.
2 comentarios:
Ahora veo señoras gordas por todas partes
Hazlo por ellas...
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