1.09.2020

Un amor violento: apuntes para antes y después del fin del mundo


La obra de un verdadero artista no es su trabajo sino su vida misma. Pero la vida, como escuché alguna vez, no imita al arte, imita a la mala televisión, lo que me hace insistir con esta idea que últimamente es más bien un principio, una aspiración moral y un propósito: nuestro trabajo es convertir esta vida en una obra de arte. 

Recuerda esto: la obra de un verdadero artista no es su trabajo sino su vida misma, le escribo a un amigo luego de haber conversado con él por más de dos horas, luego de que otra vez nuestra conversación (centrada en la cercanía de los cuarenta y lo poco adultos que nos sentimos) terminara en preguntas y no en respuestas, medio derrotado, en un mensaje que envío desde el taxi que me lleva de regreso a casa, un mensaje que de pronto me ilumina o por lo menos me aclara un par de cosas y me ayuda a enfocar. , me responde él, quizás sólo hay que dedicarse a vivir.    
  
Ahora bien, ¿cómo se hace?, ¿cómo hacemos? Recuerdo una reflexión existencial de El gran Lebowskique iba más o menos así: ¿Qué es lo que hace hombre a un hombre? ¿Es acaso estar listo para hacer lo correcto en el momento adecuado?Hay algo de verdad en eso: no se trata sólo de hacer lo correcto sino de hacerlo cuando se tieneque hacer, ya sea esto quedarse quieto en un sólo sitio y enfrentar una tormenta sin más protección que la propia piel o salir corriendo, huir, tomar a una persona de la mano y escapar sin rumbo para poder seguir respirando. Y, otra cosa, ¿qué es lo correcto?, ¿lo que me conviene a mí o a los demás?, ¿lo adulto y maduro? Se me ocurre que si todo el mundo hiciera lo correcto este sería un planeta más que aburrido, pero, hey, alguien tiene que hacerlo para que algunos de nosotros no tengamos que hacerlo siempre: quizás la rotación de la Tierra nos va cambiando de posición día a día para que así, a veces, sean los unos los que estén en la obligación de hacer lo correcto y, a veces, les toque a los otros. Finalmente está la respuesta que quiero escuchar: lo correcto es cualquier cosa que tengamos que hacer para acercarnos a la felicidad, aunque en el camino se rompan un par de corazones, un par de huesos, y otras cosas más o menos importantes. 

Veo a los personajes principales en The End of the F***ing World, una pareja de jóvenes que operan como adolescentes-psico-románticos, y me parece que hacen lo correcto: él quiere estar con ella y digamos que se lanza a un río y se deja arrastrar por una corriente furiosa que trae ramas y piedras y cadáveres. Cuando se conocen son simplemente dos criaturas raras –acaso las más raras– en un hábitat donde no se toleran las rarezas: una escuela secundaria en una pequeña ciudad británica. Pero cuando él, que no tiene muy claro para dónde o cómo moverse, y en plena efervescencia del amor instantáneo, decide seguirla porque ella sí que sabe dónde quiere ir (o cree saberlo, que ya es bastante), ambos pasan de criaturas raras a cómplices en una misión kamikaze pero inevitable: estar juntos. 

Él se llama James, ella se llama Alyssa, ambos tienen diecisiete años y ambos saben y entienden que no pertenecen al mundo que los rodea. Él es más bien callado y sensible, tiene una mano quemada y una mirada que nos hace pensar que no está del todo aquí, en el presente, en este momento o en este lugar; ella es directa y hasta agresiva (o, mejor dicho, no soporta que la gente no diga exactamente lo que quiere decir), no tiene tiempo para rodeos y prefiere no mostrarse vulnerable aunque sea justo entonces cuando su belleza cobre su verdadera dimensión. Alyssa y James no son gente bacán y quizás por eso uno se siente tan cómodo junto a ellos desde el principio: sabemos que son de fiar porque andan por los márgenes, no por el centro, no les interesa integrarse sino más bien que los dejen tranquilos, aparte, en la suya, poder moverse sin más compromisos que hacer lo que sienten correcto, justo y necesario: incluso cuando no sepan qué es o cómo hacerlo.  

En la primera temporada, James acompaña a Alyssa en un viaje por carretera en busca de su padre, pues ella cree que conociendo a su padre podrá conocerse mejor a sí misma; pero a quien conoce realmente es a James, a quien se acerca realmente es a él, y es en ese acercamiento donde ambos encuentran revelaciones sagradas acerca de algo que parece ser su destino. Ese viaje, sin embargo, termina tropezándose con una muerte en la que ambos se ven involucrados y que cambia la dirección de las rieles. En la segunda temporada, que los sorprende separados pero no necesariamente distantes el uno del otro, aparece la sombra de esa muerte buscando ajusticiarlos mientras ellos mismos se están reencontrando en circunstancias demasiado particulares y extrañas. Y al final, él le pregunta, ¿me amas?Y ella tarda en responder. Y por un lado estamos en los graderíos, gritando para que vuelvan a estar juntos o estén juntos de una buena vez; y por otro lado estamos acostados en el piso, en posición fetal, chupándonos el dedo y temblando porque si algo puede acabar con James y Alyssa son precisamente James y Alyssa. Quizás el futuro de la serie esté en mostrar su convivencia, su rutina, su vida juntos, y la ficción se transforme en el tipo de no-ficción que nos asusta de lo tan verdadera y cercana que resulta. Quizás.    

No todo lo que hacemos, se sabe, tiene sentido: es más, probablemente la mayoría de las cosas que hacemos carezcan de un sentido que no sea otro que el inmediato y utilitario, es decir, aquello que nos ayuda a superar el día a día o a pensar que (de nuevo, otra vez) estamos haciendo lo correcto en el momento adecuado. Pero yo encuentro sentido en lo que hacen James y Alyssa porque, siendo raros y extraños y freaks y desenchufados, hacen que cada segundo de sus vidas parezca una obra de arte: porque miran lo que les pasa, lo que les está pasando, y reflexionan en off y descubren que después de todo las cosas tienen sentido; porque ambos están corriendo juntos aunque a veces vayan en direcciones contrarias y se choquen y revienten la otra contra el uno; porque sin que importen los simples pero fascinantes giros que van apareciendo en su historia ellos deciden seguir adelante como si la cobardía o la vergüenza o el temor no fueran opciones (ojalá nunca lo fueran); porque los veo sentados a la mesa de una cafetería en medio del bosque, comiendo hamburguesas, ambos masticando en silencio, a punto de volver a subirse a un carro robado y seguir camino, y de pronto se miran y uno sabe, lo sabemos, que se están queriendo y tal vez incluso amando.

(Mundo Diners)   

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