Lunes 16 de marzo del 2020. 0700 horas. Bajo al garaje, agarro la bici y la meto al ascensor. Ayer, domingo, fui al Supermaxi de la 12 de Octubre y Madrid. Estaba lleno, pero no caótico ni incoherente. Y la única sección con perchas vacías era la de las carnes: supongo que mucha gente organizará asados (ya nadie dice parrilladas) en estos días de supuesto aislamiento. Fui por consejo de una amiga guayaca que, usando estas palabras, me dijo que había el run-run de que en cualquier momento anunciarían el toque de queda; y también me dijo, con estas palabras, mientras los estúpidos de Samborondón están haciendo fiestas, esos imbéciles piensan que esto es un feriado.
Como no he visto noticias y ni siquiera me queda claro si podré o no ir a la oficina, aterrizo en PB y le pregunto al guardia si sabe algo, si puedo salir a dar vueltas en bicicleta. Me dice que sí, pero que según lo que él ha escuchado, desde mañana-martes, a partir de las 0600, todos encerrados. Ok, pienso, un último día en bici: es más de lo que se le otorga a muchos condenados. Concierto de Nirvana en el iPod (del que mis amistades millenials se burlan y al que tocan como si fuera una antigüedad exhibida en un museo; y eso que es touch, o sea, se conecta a Internet y tiene cámara y un montón de hueás que nunca sabré para qué sirven porque hay puertas que es mejor no abrir), el mítico show de fin de año en Seattle, 93/94, que los enfermitos escuchamos como un greatest hits en vivo y una especie de testamento y últimas palabras.
Comienzo a rodar en el parque La Carolina, donde siempre, frente al cruce entre Shyris y Portugal, rumbo a la Eloy Alfaro. Mi psicoloca me ha recomendado que, de vez en cuando, para romper el hábito, intente rodar en el sentido contrario, pero no lo logro. Como canta Mick Jagger: old habits die hard. Y me pasa la misma puta mierda. Llevo zapatos gruesos, medias gruesas, una malla-lycra que me avergüenza (el man que me la vendió me dijo que era térmica, de las que usa la gente que acampa en la cima del Cotopaxi, o sea, los dementes), una bermuda también gruesa (en un principio pensé que la combinación malla + bermuda me haría ver como Jeff Ament en los ’90, pero, ya pues, yo no soy Jeff Ament en los ’90), dos camisetas, un suéter grueso con capucha, y una máscara de ninja andino que me cubre todo menos los ojos. Me veo ridículo, lo sé, y aún así tiemblo del frío y pasa la misma puta mierda: un man de bajito 70 años, semidesnudo, pasa corriendo a mi lado, pero así, soplado, bañado en sudor, brillando del sudor, y me rebasa por mucho y pronto se convierte en una partícula que flota en el horizonte. Y una man a la que sólo he visto de espaldas porque corre en mi misma dirección (siempre con la misma ropa, calentador gris, suéter morado) y tiene el mismo pelo y la misma contextura de Leila Guerriero también me rebasa. Y me rebasa un man que monta con traje de ciclista, es decir, disfrazado de superhéroe, súper tuco, con casco y esas gafas Oakley que devuelven un reflejo naranja (y me recuerdan a Rápidos y Furiosos o a la gente que ve Rápidos y Furiosos) y esa bici que debe costar más que el apartamento en el que vivo y seguro no pesa nada porque es de aluminio o titanio o algo así, el clásico man que desayuna quinua: puto.
Y te busco, broder, ¿dónde estás? Para mí es muy difícil, realmente difícil, hacer esto sin ti. Tú eres una de las razones por las que yo, que odio madrugar (sí, para mí levantarse a las 0700 es madrugar y en una sociedad medianamente civilizada debería ser penado por la ley), madrugo para pedalear. Tú haces que todo esto tenga algo, algo, de sentido. Tú, que no me conoces ni me conocerás a menos que un día coincidamos en un lamentable accidente y tengamos que hablar, haces lo que hace la buena literatura: me haces sentir menos solo.
Segunda vuelta y no lo veo, ¿estará enfermo?, ¿paniqueado por el CV19?, ¿será el primer caso en mi barrio? Dios mío, creo más en Yoda o en El Señor Miyagi que en ti, pero, por favor, que no le haya pasado nada malo. Avanzo al borde de la Amazonas junto a un grupo de manes bajitos y flaquitos que marchan a lo Jefferson Pérez con esos shorts que parecen zungas brasileras o, como dirían en mi pueblo, cacheteros. Y llegando a la Japón, cerca del CCI, te veo y suelto dentro de mi máscara un suspiro de alivio y felicidad. Ahí está mi broder, el que camina/trota/camina en pijama (se nota que nunca ha pasado por Marathon) con una camiseta de Pantera por encima del suéter verde, una camiseta llena de agujeros; el que tiene unas ojeras tan profundas y verdes que sólo puede haber pasado la noche jugando videojuegos o haciéndose la paja viendo películas de Margot Robbie (el que esté libre de pecado que lance la primera piedra; gracias Scorsese); el que de ley, de ley, vive con los papás o por lo menos con la mamá, y capaz no tiene camello o camella desde caleta antes de que estuviera de moda porque es un genio de las computadoras o gana fortunas apostando al póker online; el que no tiene muchos amigos y no conoce a muchas chicas y se consuela en el 515 o, quién sabe, tiene la misma novia desde el colegio; el que avanza como una tortuga pero suda como un cerdo y se está quedando calvo; el que sabe que es más probable morirse de gripe que de CV19 y ha tratado de explicárselo a su madre con cifras del Centro Nacional de Epidemiología de España, pero nada, su vieja insiste en que se lave las manos incluso antes de lavarse las manos, en que no salga, en que se ponga gel anti-bacterial antes de desamarrarse los zapatos que, obvio, debe dejar fuera de la casa; el que se ha leído todo Tolkien (Yo nunca lo voy a leer, sorry. En palabras de Darth Vadder: It is too late for me, son); el que quiere tener una hija sólo para ver con ella El imperio contrataca y enseñarle la eterna lucha entre el bien y el mal y la importancia de nunca dejarse arrastrar por el lado oscuro de La Fuerza (acto seguido le dirá: El único lado oscuro en el que se puede vivir es el de la luna); el que ama Stephen King; el que desayuna dos huevos fritos con tocino y pan tostado todos los días y siempre deja intacto el plato de manzana picada que le sirve su viejita; el que tiene Plex y ve todo, Netflix, Amazon, Hulu, HBO, Apple TV, Disney, sin pagar; el que se llama Santiago o Sebastián pero odia que se refieran a él como El Santi o El Sebas pero no lo puede evitar porque la gente, se sabe, vale tres atados; el que camina/trota/corre con esos Nike ya arrasados por el tiempo y que dejan ver sus medias blancas; el que a veces tiene que parar para ganarle la carrera al ataque cardiaco; el que, en un día muy especial, embalado, escucha el Raining Blood enterito y le hace la yuca a la Cruz del Papa; el que ojalá, ojalá, sea mayor que yo o por lo menos de mi misma edad o no mucho menor; el que es más gordo que yo o tan gordo como estaba yo antes de volver a la bici. Ese es mi broder, mi gordo. Y estamos juntos en esto.
Te veo y comienzo a pedalear con más fuerza, recargado, reloaded (¿Eres fanboy de Matrix? Yo no. Una vez intenté volver a verla y dormí delicioso) Y Kurt canta, I wish I was like you / easily amused. Es la definición más exacta y bella que he escuchado de la depresión, ¿sí o no? Y nada, bro, no sé cuándo vuelva a verte, pero cuídate, cuídate mucho. Si te dicen que no salgas de la casa, no salgas. Si tienes tos seca, no te paniquees. Si se te calienta la frente, ahí sí llama al 171 pero de una. Y tranqui, el índice de mortalidad en nuestra edad es casi nulo. Pilas con tu vieja; y con tu abuela, ¿tienes abuela?, la mía se llama Bella y es bella en todo sentido pero ya está en esa edad en la que le pide a Dios que se acuerde de ella y, la plena, la entiendo: ¿para qué vivir sin ganas?
Y sigamos moviéndonos. No sé tú, pero yo escogí pedalear por la mañana porque así arranco el día con una victoria y pienso: si pude madrugar y hacer una hora de ejercicio, tal vez, tal vez, pueda con el resto del día. En mi edificio hay un gym pero, puta, no sabes, ghetto total, creo que las máquinas las hizo un tornero o el aprendiz de un tornero, y junto a la máquina para correr hay un letrero rojo que dice, en letras negras, ESTA MÁQUINA NO ES PARA CORRER y cuando estás ahí lo que te dan es ganas de fumar bazuco y escuchar Mötley Crüe pero es lo que hay y me tocará bajar todas las mañanas a ese pequeño infierno forrado de baldosas partidas porque alguien dejó caer las pesas, las dos únicas pesas que hay. Pero muévete, bro. Pilas con esas endorfinas y con la serotonina, no es mentira que gente como nosotros, gente como uno, necesita mantener esos niveles a flote, mucho más ahora, aislados y solos, juntos y solos. Si no tienes gym en caleta, te toca reflexionar de pecho en el piso de tu cuarto y ahí mismo hacer par abdominales. Una amiga me contó que un man, frustrado, se acuesta en la sala de su casa y pedalea con la bicicleta patas arriba (pero eso ya es como mucho, ¿no?) Mi consejo es que veas Cobra Kai en YouTube y te inspires. Además, te juro que te va a gustar y no sabes el cariño y la empatía que uno llega a sentir por Johnny Lawrence, eso, por si acaso, se llama saber escribir, bro.
Espero que estas palabras que nunca vas a leer te encuentren bien o que por lo menos te encuentren, lo cual ya sería bastante. Vamos ahí, loco. A la verga los ciclistas tucos y la quinua y los viejos supersónicos y los marchistas inmorales y las trotadoras esqueléticas, ellos no saben de qué se trata, no saben nada: they don’t know shit. Tú y yo lo sabemos. Porque a ti y a mí nos cuesta, nos cuesta harto levantarnos a las putas siete de la mañana para ir al parque y movernos porque dizque así vamos a estar mejor. Nosotros la peleamos.
Hasta muy pronto… las piedras rodando se encuentran.
4 comentarios:
Una forma muy diferente de vivir el aislamiento
Como siempre, gran texto. En espera del día 2.
Identificada total, eso de hacer ejercicio no es lo mío, y no lo será ni aunque vuelva a nacer, o ni porque estoy encerrada 24 horas con un pequeño de casi 2 años y un marido que solo piensa cuánto dudará esta "cuaren-condena" y aunque ejercitarme podría tal vez quitarme un poco el mal genio que ando cargando hace fechas, loco, prefiero botarme a la cama y dormir como oso y olvidarme hasta de como me llamo. Gracias por las letras, leerte es más que un placer ya es una adicción. CYD
GRACIAS!
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