Swallow it down
(what a jagged little pill)
- Alanis Morissette -
Soy ese agnóstico que, en estos momentos, agradece al cielo que el alcalde de la ciudad en la que vivo, además de radiodifusor, dirigente deportivo (primer presidente civil de El Nacional / 2013), ex-Alianza-País, y bajista de una banda de género psico-flexible, sea médico. Quizás no actuó tan pronto como debió, no fue un adelantado ni un visionario, pero cuando se dio cuenta de lo que tenía que hacer lo hizo y lo hizo rápido y con mano dura sin desatar entre nosotros la histeria colectiva.
Lo hizo bien: canceló las clases e impuso el tele-trabajo (por esos días) a quienes les fuera posible antes que ninguna otra autoridad cantonal del país. Y ahora, que María Paula y Otto han decidido que la mejor estrategia es mentirnos de a poco y cada viernes salen en televisión diciendo que ya, que sólo una semana más, que no nos desesperemos, que funcionaremos como un semáforo (ojo, MP dijo que todas las provincias “comenzarán en rojo”, o sea, que el método semáforo aún no es aplicable a nuestra realidad porque un semáforo que está siempre en rojo, se sabe, es un semáforo que no funciona; y, por cierto, MP, el rojo es el color de la luz que se enciende mágicamente sobre las cámaras cuando empiezan a grabar), yo me quedo con esa (son)risa de Yunda, entre resignada y frustrada y cabreada, que parece decir: la fecha no la ponemos nosotros, la pone el virus.
Una de las medidas tomadas por el alcalde Yunda fue declarar al Mercado Mayorista de Quito, al sur de la ciudad, centro de abastos únicamente para los 54 mercados minoristas de la capital, es decir, cerrarlo al público de a pie mientras dure la emergencia sanitaria, lo que, en teoría, suena más que oportuno (pero, lo dijo Homero Simpson, tocayo de Jorge Homero Yunda, en teoría, el comunismo funciona, sólo en teoría). Pero al parecer se olvidó de que alrededor de 400 comerciantes informales también trabajan en el Mayorista, y sin clientes de a pie, pues ellos no tienen trabajo.
Así las cosas, el pasado viernes 3 de abril, antes del mediodía hasta donde tengo entendido, un grupo de personas rompió el cerco que 50 policías habían dibujado frente al Mayorista. Las imágenes eran/son/serán demasiado punk: gente con hambre y cero distancia social abalanzándose sobre una guardia de agentes del orden que, sorprendida, asustada, desesperada, dispara chorros de gas-pimienta a discreción, en todas direcciones, como si estuvieran liberando un ambientador (digamos que brisas de lavanda) que se desintegra en las caras y en los hombros y en los pechos y en las espaldas y en los talones de los hombres y mujeres que buscan alimentos. Y los fumigados dicen: sólo queremos que nos dejen comprar comida. Y los vendedores minoristas del Mayorista dicen: hace cuatro días que no vendemos, los productos se nos están pudriendo. Y Alanis Morissette (AM de aquí en adelante) pregunta, Isn’t it ironic, don’t you think?
Hay que entenderlo, aceptarlo, manejarlo: con hambre, no todo el mundo puede quedarse en casa. Así que, hasta que exista un plan de distribución de alimentos realmente efectivo para el grueso de la población, es mejor organizar centros de acopio barriales o algo por el estilo y no, simplemente, reforzar la vigilancia: según El Universo, la madrugada del también pasado sábado 4 de abril, a las 03h00, el municipio del Distrito Metropolitano de Quito tomó el control del Mercado Mayorista con 350 elementos de la fuerza pública entre Fuerzas Armadas, policía nacional, agencia metropolitana de tránsito, agentes metropolitanos, miembros del Cuerpo de Bomberos y la agencia metropolitana de control.
Aunque el mundo se sienta por fin emocionalmente globalizado, pensar que todos estamos pasando por lo mismo es una estupidez.
(Para más sucesos de la farándula-politiquera-nacional, háganse el favor de seguir el diario que está escribiendo, en Expreso, Roberto Aguilar, la mejor pluma de este país)
*
Como escribí el Día 1 (17/03), gracias a un run-run transmitido por una íntima-amiga guayaca, pude hacer compras horas antes de que se decretara el toque de queda. Pero, dice mi padre, a todo pavo le llega su navidad, y aquello fue hace casi un mes y el viernes pasado (10/04), después de desayunar la última rodaja de jamón sobre la última tajada de pan, tuve que volver a la calle por más provisiones.
No madrugué porque, sí, lo sé, estamos en emergencia, pero soy un hombre de principios. Ni me vestí con un traje de la NASA porque, pues, no tengo uno. Me levanté a la misma hora de siempre, pasé por mi gym-ghetto, me puse encima lo que creí necesario (jeans, camiseta vieja, hoodie gruesa, guantes, mascarilla) y cuando salí del edificio inicié el cronómetro de mi teléfono: sí, mmv, mi Nokia tiene cronómetro. Eran las 09h23 de la mañana.
El Megamaxi que frecuento queda, literalmente, a la vuelta de mi casa, es más, atravesando ese pasaje mágico que construyó el Supercines entre la República de El Salvador y la 6 de Diciembre, tardo menos de cinco minutos en llegar hasta mi centro de abastos.
Me habían advertido que la fila empezaba en la calle. Y sí, la fila empieza en la calle o, más precisamente, en la vereda, junto a la salida de autos. Llegué, me puse en la fila, y busqué en el iPod el clásico e icónico y más que generacional Jagged Little Pill, de AM; primero, porque escucho la música de mi iPod en orden alfabético y ese era el disco que me tocaba escuchar ese día; segundo, porque el año pasado ese gran álbum cumplió un cuarto de siglo sobre la tierra y quería escucharlo (de nuevo, otra vez) de pies a cabeza y con toda mi atención: por cierto, en las encuestas que veo en FB dedicadas a los mejores discos de los ’90 nunca lo encuentro como opción y, ya, todos sabemos que el álbum bisagra de finales del siglo pasado, la puerta de entrada a nuestra educación sentimental, la ceremonia de iniciación masiva, fue/es/será Nevermind, pero Jagged Little Pill se merece un lugar privilegiado en la corte de honor, ¿o no?
Detrás de mí se paró un tipo que parecía maniquí de Gap (colección verano): flaco, alto, medio tuco, pelo lacio-sal-y-pimienta, cargo shorts, camisa con las mangas remangadas (por fuera, obvio) y zapatos deportivos sin medias. Me quedé mirándolo porque me recordó a una amiga que, preciosa como es, me dice que en estas circunstancias hacer compras así sea una vez al mes es su catarsis, así puede lucir la ropa nueva que no ha podido usar como y cuando tenía planeado (¿el día de compras es el nuevo día de farra?, ¿el supermercado es la nueva ópera?, ¿el lugar donde se va a ver pero y sobre todo a ser visto?). El tipo Gap me devolvió la mirada y empezó a mover sus brazos, pero yo tenía los audífonos puestos, no entendía lo que me quería hacer entender, así me que acercaba y él se alejaba y yo me acercaba más y él se alejaba más hasta que, preocupado (en serio pensé que le pasaba algo), me saqué los audífonos y le pregunté, ¿estás bien?, y el tipo Gap hizo un esfuerzo para alzar la voz por encima de la mascarilla y me gritó, ¡Que te alejes!
Y todo lo que quiero es un poco de paciencia, canta AM para abrir su disco esencial. Y yo la escuchaba cantar y no podía evitar mover los brazos como tocando mi batería (lo más cercano que puedo llegar a eso que llaman bailar) y de repente me cuestionaba si eso era correcto, políticamente correcto, estar bailando en medio de una fila de gente que espera con desesperada paciencia entrar a un supermercado para abastecerse de comida durante una emergencia: pero, se sabe, la corrección política no es el camino, así que seguí tocando/bailando con las manos en el aire y los pies en la tierra.
Cada tanto, Gap, muy distanciado socialmente, daba unos pasos a su derecha e inclinaba la parte superior de su cuerpo para constatarse de que sí, la cola llegaba hasta la mitad del parqueadero, luego tomaba forma de Snake Xenzia nivel maestro y así, (des)doblada, desembocaba en la entrada interior del Mega, junto al Cinnabon. Tienes que saberlo, canta AM en esa segunda canción que siempre será la primera y que es, hasta ahora, el gran tema de despecho y te-odio-y-ojalá-esa-perra-te-haya-traído-un-regalo-de-Italia y qué grandes Flea y Dave Navarro transformando ese hit radial en una pièce de résistance.
Todos los que estábamos en la fila llevábamos mascarilla y guantes (todos menos uno, el señor que iba delante de mí, obvio), respetábamos los dos metros de separación y vacilábamos nuestro ahora tan amplio y acogedor espacio personal. Debo decir que durante casi dos horas de fila, no vi caos ni vandalismo ni desobediencia civil. Lo que vi fue el sueño de Correa: gente perfectamente ordenada y siguiendo órdenes sin cuestionar a la autoridad de turno (en este caso, los empleados del Mega). Con todo lo que hago por ti, lo menos que podrías hacer es quedarte callado, canta AM en el track tres.
No habíamos llegado a los 45 minutos de fila cuando Gap, tras varias inclinaciones más, decidió marcharse. Débil, pensé. Es verdad lo que dicen mis amigas: no se puede confiar en los tipos guapos, mucho menos si saben cómo vestirse. Puto.
Pasada la hora de espera, ya con el disco de AM recorrido en toda su extensión, gozado y procesado (Soy pequeña, pero estoy sana, yeah!, canta en el cuarto tema, ya saben, con una mano en el bolsillo y la otra buscando un símbolo de paz) necesitaba otra distracción. Porque sí, mi trabajo es mirar a la gente para luego escribir cosas como ésta, pero no soy del tipo científico que mira monos hasta cuando duermen y anota detalles como el pelo quinto de la arruga sexta de la bola izquierda.
Pasada la hora, la fila del Mega era un no-lugar, no muy distinto a la sala de pre-embarque de un aeropuerto. Gente cansada, gente aburrida, gente sola, gente mirando sus teléfonos sin encontrar mayor cosa (o, quién sabe: un hombre diciéndole a su esposa algo como Tranquila, sólo es gripe, no tienes fiebre, ni tos, tranquila, vuelvo enseguida, estoy casi en la puerta), gente en video-llamadas, gente tomándose selfies en la fila del Mega como si fuera la fila para entrar al Halcón Milenario en Disney (lo reconozco, una fila tan larga y lenta tiene más de Disney que de concierto de rock).
Yo tenía un libro de Fresán y en algún momento encontré esto y pensé en la hermandad cósmica. Los aeropuertos, en cambio, son como best-sellers de aeropuerto. Se leen fácil, se los olvida rápido, se promete que jamás se volverá a caer en su tentación y, sin embargo, esos brillos, esos carteles, esas letras en relieves metalizados… Y los pasajeros que consumen esos best-sellers de aeropuerto son cada vez más dignos de ellos. Seres con decreciente capacidad de concentración, robots de carne y hueso que no pueden estar ni un minuto sin conectarse a sus artefactos y apéndices, como si aguardasen la confirmación del éxito de un deportista al que idolatran o la nueva de que se han convertido en padres o madres aunque sus respectivas parejas estén en ese momento junto a ellos, atendiendo a pequeños enganchados a tabletas en las que surfean sin olas ni orilla.
A ojo de buen cubero, debíamos ser unas 50 personas en la fila, y sólo dos, un hombre joven y yo (joven aún en esto de ser viejo), teníamos un libro entre las manos. Bueno, yo lo tenía entre las manos y, de hecho, lo estaba leyendo; mi colega lo tenía en la mano, cerrado, y era un tomo de Mafalda. O sea, en casi dos horas de fila no tuvo ni el tiempo ni la paciencia para leer una sola tira de Mafalda. Repito: Mafalda. No estoy hablando de Nietzsche o Heidegger que, juntos, no suman la solvencia existencial de Mafalda, pero igual, nunca lo abrió. Se golpeó el muslo con el libro. Se golpeó la cabeza con el libro. Se golpeó la nalga con el libro. Pero nunca lo abrió. Me tomaste como una broma, creíste que era una niña, y me miraste bien el culo, canta AM en el quinto tema.
Días antes había tenido una conversación con un amigo, cineasta y cinéfilo, que me pidió recomendaciones (series, pelis) para el encierro porque, me dijo, necesito reírme. Y sí, quizás éste sea el momento para revivir a figuras como Alicia Silverstone en la maravillosa Clueless, pero, lo digo por experiencia, pasar una depresión con JunkTV no es lo más recomendable.
Digamos que quieres una tarde light porque llevas un mes encerrado y te sabes de memoria tu estado de cuenta y no sabes cuándo volverás a trabajar ni mucho menos a cobrar. Pues bien, entonces decides mandarte toda la sexta temporada de The Big Bang Theory, y todo bien, pero te juro, te lo juro, que esos episodios que ya has visto un millón de veces no funcionan como efecto placebo, al contrario, acentúan la tensión. Ya sabes qué va a pasar, te sabes los diálogos y sí, qué rica y macha es Penny y que insoportable/adorable es Sheldon Cooper, pero, precisamente por esas razones, tu cerebro no va a hacer ningún esfuerzo y antes de la mitad del primer capítulo de la sexta temporada de The Big Bang Theory vas a estar pensando en que ya llevas un mes encerrado y te sabes de memoria tu estado de cuenta y no sabes cuándo volverás a trabajar ni mucho menos a cobrar: y vas a seguir pensando en eso, rumiando tu miseria, durante 21 episodios más. Y, créeme, vas a terminar peor que antes: mareado, asqueado, vacío. Todos necesitábamos algo a qué agarrarnos, y lo hicimos, canta AM en el sexto tema.
Y aquí John Cheever vía Fresán: …la literatura ha inspirado y guiado a los amantes, vencido a la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo. Amigos lectores me dicen que no pueden leer, que no pueden concentrarse, que lo que está pasando es demasiado. Pero si alguien, como yo, empezó a leer para escapar de su/la realidad inmediata y luego, muchos libros mediante, aprendió que al leer uno en efecto escapa pero luego entiende y enfrenta esa realidad inmediata, sabe que leer y concentrarse es ahora más urgente que nunca. Insisto, pensar en otra cosa, aunque sea por un par de horas, es saludable, y eso no va a pasar a menos que tu cerebro se ponga a trabajar. Ahí están las películas de Bergman y las de Kaurismäki y el momento para aceptar que, contrario a lo que dices en público, ni te gustó Inception ni mucho menos la entendiste pero ahora tienes el tiempo para. Créeme. He estado muy triste. Y he visto muuucha JunkTV. Tú vives, tú aprendes, canta AM en el séptimo tema.
La lectura aceleró la fila como un cohete. De repente me empezaron a gritar, ¡Señor, por favor, siga!, porque me quedaba arrimado a un auto a una columna o leía en cuclillas totalmente absorbido por el libro. Así, a fuerza de empujones telepáticos pero muy audibles, llegué al Cinnabon y allí me rociaron todo el cuerpo con un líquido desinfectante y me pidieron que restregara las suelas de mis zapatos en dos bandejas distintas con otro líquido desinfectante adherido a alfombras de caucho. Y pensé, ya, entré al Halcón Milenario, y vi mi Nokia y habían pasado casi dos horas. Pero la cola no acababa ahí, seguía en la planta baja y en las escaleras que despegan junto a los cajeros automáticos en los interiores del Mega y continuaba, lenta, pausada, mecánica, por esa suerte de strip mall (todas las tiendas cerradas) que se despliega antes de llegar a la puerta del supermercado, a la que finalmente llegué casi con ganas de no llegar para poder seguir leyendo.
*
Me conquistaste contra mi voluntad… no puedo evitarlo, es tú culpa, canta AM en el octavo tema. Lo primero que me impresionó del Mega fue que, al ver al compañero que iba semidesnudo delante de mí, le dieron un par de guantes enseguida (quizás lo hicieron para evitar un golpe de estado dentro de sus instalaciones, pero igual, lo hicieron). Lo segundo, y ésta para mí fue una verdadera imagen post-apocalíptica, fue ver el estacionamiento de carritos de compras totalmente vacío: un lote profundo por el que sólo circulaba ese aire acaso mortal. Tuve que esperar un momento hasta que un empleado, debidamente protegido, me entregó un carrito vacío que acababa de recuperar. Y lo tercero en impresionarme fue, tras años enteros entregándole mi dinero a la Corporación Favorita, vivir en carne propia su eslogan: el placer de comprar.
Esto, que debería ser largo, será corto. Aplausos, de pie, a todos los que ese día, viernes 10 de abril del 2020, estaban haciendo compras en el Megamaxi de la 6 de Diciembre, entre Alemán y Moreno. Aplausos, todo el honor, toda la gloria, y mi gratitud infinita. Todos, sin excepción alguna, se portaron a la altura: más considerados y amigables de lo normal; respetando a raja tabla la distancia social sugerida; dándole prioridad a los mayores; no hubo mezquindades ni eso que Pantera (¿cómo estará mi gordo?) llamó Despliegue vulgar de poder. Al contrario, uno de los supermercados más grandes de la capital del Ecuador, durante una emergencia sanitaria, en estado de excepción y experimentando por primera vez una cuarentena nacional, parecía una feria de granjeros vecinos. Me sentí, por primera vez dentro de ese lugar, parte de una comunidad que cuida de sí misma y se preocupa por el bienestar común. Es lo que puedo decir en honor a la verdad.
Las compras duraron bastante menos que la fila. Llegué a la caja 15 con mi carrito rebosante de alimentos (primera vez en la vida que me pasa algo semejante) porque, de nuevo, creo más en Yunda que en el resto y, aunque conozco de memoria el estado de mi estado de cuenta, mi intención es no volver a un supermercado hasta que sea estrictamente necesario: literal, cuestión de vida o muerte. Y el cajero 15 me dijo que A) abren todos los días, incluso los domingos, de 07h30 a 12h30. B) el Mega pasa lleno, no hay días lentos. C) todo el mundo llena sus carritos de compras, hasta los que, como esa señora (más de cincuenta, elegante) vienen todos los días; o ese mansito de allá (ropa vieja, cara de no haber dormido muy bien últimamente), que se gana un billete haciéndole las compras a los que se ahuevan a venir D) si quiere entrar de primerito, tiene que estar aquí a las 06h45; la otra es venir a las 12h25, justo antes de que cierren la puerta, pero en cambio ahí de ley le toca hacer cola en las cajas. E) todos los clientes compran cerveza, full cerveza; pero los colombianos compran Antioqueño, dicen que lo toman como remedio. F) toca hacer esto o hacer dieta, ¿diga? Me dijeron que estás bajando de peso otra vez, Mary Jean, por lo menos te preguntas para quién. Canta AM en el noveno tema.
El hombre que me ayudó a llevar las compras de regreso a la calle, también joven-aún, años-más-años-menos que yo, era de San Carlos (Naranjal / Guayas) y me dijo que en el campo todos están bien, que al principio no hacían mucho caso, pero que con lo que está pasando en Guayaquil… Salimos por la puerta principal para encontrarnos con otra fila: gente con sus carritos de compras llenos de alimentos esperando por un taxi, seis o siete personas, una detrás de otra, acompañadas por el respectivo consorte del Mega, y ni un solo taxi a la vista. Soy un hombre paciente, pero no quería hacer otra fila.
Me fijé en dos hombres, jóvenes de verdad, que estaban ayudando a ciertos clientes a cruzar la calle con sus fundas de compras. San Carlos me explicó que eran refuerzos, empleados de la Corporación Favorita que estarán en el Mega mientras dure la emergencia. Hable con ellos, me dijo, capaz lo pueden ayudar. ¿Usted no me puede ayudar?, le pregunté. A mí no me dejan salir del local, menos con el carro, eso está prohibido, aquí parece que no ven nada pero le están viendo a uno es todo: si nos ven salir con el carro nos sancionan con una multa. En mi eterna ingenuidad, pensé que se trataba de una multa simbólica, y que podría cubrírsela para que me acompañara con el carrito de compras de regreso a mi edificio. ¿De cuánto es la multa?, pregunté. No sé, me dijo, porque los compañeros multados ya no están aquí.
Hablé con los jóvenes-jóvenes y les explique que, cruzando por Supercines, llegaríamos en cinco minutos. Se miraron, me miraron, y uno de ellos dijo, ya pues, vamos al cine. Cargamos, entre los tres, las fundas de compras. Y aunque les pregunté varias cosas en el camino (¿les pagan por esto?, ¿es un servicio de la empresa?, ¿vienen todos los días solamente a hacer esto?) recibí una misma respuesta, eso sí, siempre con una sonrisa: estamos ayudando al cliente. Y bueno, ya sé que encontrarás alguna forma de ayudarme, canta AM en el onceavo tema.
Cuando llegamos al edificio en el que vivo, después de la propina de rigor y ya con las fundas en el piso de la recepción, miré mi Nokia. Eran las 12h33. Habían pasado exactamente 3 horas con 10 minutos desde el momento en que salí a hacer las compras.
Te gusta el dolor, pero sólo cuando no duele demasiado, canta AM en el último tema de Jagged Little Pill. Y sí, tal vez ya pasó parte de la histeria y estemos aprendiendo a (con)vivir con el virus y ese sea, quizás, ojalá, el primer paso de regreso a la todavía muy lejana (a)normalidad. Aprender a tragar esta pequeña y dentada pastilla.
2 comentarios:
Juan Fernando,
Verdaderamente ha sido un placer volver a leerte en esta cuarentena, así como en los viejos tiempos semana a semana, qué gran alegría, me has hecho reír desde el alma.
Gracias por tu trabajo, Felicidades.
Saludos,
Diana Elisa
DE
gracias a ti
que eres de las mejores amigas
que tiene este blog
cuenta con él
salud/os
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