Ayer intentaron asaltarme.
Un amigo y yo caminábamos por la calle República, de sur a norte, cerca del Mall El Jardín, llegando a la esquina de la Alemania, precisamente donde se levanta el hotel Howard Johnson. Conversábamos de cualquier cosa cuando dos adolescentes, flacos, sus rostros trizados por el acné, a primera vista inofensivos, nos preguntaron dónde se cogían los buses para Tumbaco. Francamente, no teníamos idea. Intentamos seguir nuestro camino y los adolescentes insistieron. Algo andaba mal. De repente salieron dos o tres más, no sé de dónde, saltaron como de las sombras y se materializaron en un segundo. Se me hace que pasaban los quince pero no llegaban a los dieciocho. Mi amigo, veloz, se hizo a un lado y a mi me empujaron contra el tronco de un árbol. Los diálogos típicos, recurrentes, a manera de gritos, no se hicieron esperar: quédate quieto o te meto un tiro, no digas nada, pasa el celular. Me congelé. Cuando de asaltos se trata, procedo tal cual me enseñó mi abuela años atrás: usted déjelos que se lleven todo, mijito, no los mire a los ojos, no arriesgue su vida ni por un par de zapatos, ni siquiera por un carro. Mientras dos me sostenían de los hombros, otro me metió la mano al bolsillo y, en efecto, me sacó el celular. Para esto, mi amigo les devolvió los gritos y se armó un cruce de voces que duró los segundos suficientes para transformar el momento en una escena. Algo debió haber pasado ese rato. Tal vez los adolescentes se percataron de los guardias del hotel, armados hasta los dientes, los vieron y como no eran profesionales se pusieron nerviosos y decidieron abortar la misión. El caso es que me devolvieron el celular y a mi amigo le dijeron: tranquilo, loco, es una broma. Luego se fueron corriendo y nosotros nos relajamos. Nunca vi el arma. Mi amigo dice que nunca existió, supongo que es verdad, aunque una cosa es tener un arma y otra muy distinta apretar el gatillo, para eso hacen falta huevos. En la esquina del hotel estaban los guardias sosteniendo sus automáticas, los acompañaba un tipo gordo de bigotes, en la mano un walkie-talkie, la papada abultada sobre el nudo de la corbata, que me preguntó qué había pasado. Los tipos lo sabían de sobra, pudieron haber ayudado, si se hubiesen acercado habría sido más que suficiente. Pero nada que ver, muy a la ecuatoriana, entraron en acción cuando el peligro había pasado a ser chisme. Uno escucha este tipo de historias todos los días. La mayoría de veces no pasan de un buen susto y la perdida de valores materiales menores (a menos que se te lleven la billetera y tengas que pasar por el penoso trámite de renovar documentos). Pero también existen los finales horrendos, fatales, donde personas pierden la vida por un Nokia o un Motorola que toma fotos y toca MP3. Aunque no perdí nada más que tiempo, me siento afortunado. Por un momento pensé que estos manes, estos niños que en la más Ciudad de Dios me rodearon como ratas hambrientas, perderían el control, no sabrían qué hacer y dispararían de la pura tembladera. Esas cosas pasan. Después de todo, eran criaturas, balas perdidas, masas que aún no se han terminado de formar.
Sigo pensando en ellos.
8 comentarios:
Te juro loco que no es por joderte, pero yo si sé por que te devolvieron el celular. Jaja.
Hablamos Andrade.
Después de todo lo que no mata da ideas, vivir para contarlo.
Muy buen final...
Hay algo ahí
Saludos.
tanto en la ciudad de dios, como en la ciudad de la luz la violencia siempre resulta un escape frustrado
puta loco, recuerdo la vez que me asaltaraon, cinco tipos, acá en Quito. Me rodearon y se llevaron el celular y el dinero que tenía. La sensación de impotencia y el deseo de gritarle al mundo que es una porquería. Que cinco contra uno es fácil de acomodar, la cobardía del miserable.
Suerte y que no pase de más
chuta por lo menos no se te llevaron nada. Lo más turro que puede ocurrir es cuando te dejan en calnzoncillos.
Ese sí es un drama.
personal,
gracias x esta terapia grupal. lo peor es caminar, todos los días, teniendo que mirar atrás cada cinco segundos y temiendo sin razón lo q c tiene en frente, pero ese no es el camino, este mundo es nuestro, y hay q peler x él.
abrazos
Recién leo esto. Qué bueno que no te pasó nada... a mí me han asaltado con arma (blanca) en mano, lo que te vuelve sumamente generoso y desprendido; y sólo con superioridad numérica, lo que a veces con la sorpresa te hace reaccionar, forcejear y recibir patadas cuando te botan al piso.
Yo sí creo que vas a andar un par de semanas más con visión periférica hasta que te camles un poco... a mí lo de andar siempre por los filos de la vereda desde que medio quiere oscurecer no se me ha quitado todavía, y hace un año que me asaltaron la última vez.
En todo caso qué bueno que no te pasó mayor cosa. Y me gustó eso de "lo que no mata da ideas".
-JA-
a buena hora no te pasó nada. Soy una especie de fan silencioso de tu blog, y me decidí a escribirte por un sentido de identificación con tu "caso". Dos tipos me asltaron en la reina victoria, una cuadra antes de llegar a la colón, cerquita del varadero, ocho de la noche. Por suerte se comportaron como unos caballeros, porque a mi acompañante mujer ni la toparon, ni le mandaron a la mierda solo a mi que les gustó mi cel y el poco billete que tenía. Vivo dos años en Quito, viví 20 años en el valle de los chillos y ya en este par de años me han asaltadio twice!!
En fin, como lo dices en uno de tus comentarios es hecho verga empezar a mirar a todo el mundo o casi todo el mundo con cara de sospechoso. Para rematar como un detalle que se me escapó, pero no se me escapó, quería decir que fueron par de negritos los caballeros que me asaltaron y que estos suelen pasar también al frente del marriot y que a ya a unos cuantos cicleros les han hecho ver bolas o bates en sus cascos y los han bajado al vuelo.que tal!! como para reforzar los putos estereotipos que tenemos en la sociedad!! en fin!! que cagada!! cuando uno piensa que todos tienen los mismo derechos y deberes y que no debe haber discriminación. pero hay que seguir peleándola, como tu dices.
Un abrazo
andrés
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