12.11.2008

Semana Van Sant


Vi Milk en una sala de los AMC Theathers que hay en el Aventura Mall de Miami, durante uno de esos viajes de trabajo, en los que pasas más tiempo en aeropuertos y aviones que en el destino final (además, tu moral nerd no te permite disfrutar de Miami Beach sabiendo que puedes estar en el cine o buscando libros en Books & Books, Borders o Barnes & Noble). La sala no estaba llena, pero tampoco vacía. Mientras la historia de Harvey Milk ganaba contundencia, ritmo y drama, señoras que calculo rondando los cincuenta, bien maquilladas y perfumadas, desalojaban el lugar tal vez ofendidas por el contenido de la cinta, o simplemente expulsadas por su propio aburrimiento. El caso es que se fueron y eso es bueno y malo. Bueno, porque si haces una película que le guste a ese tipo de señoras estás haciendo algo mal. Y malo, porque en ese círculo, en esa generación, la intolerancia continua.


El Martes pasado fue Martes Loco en Cinemark: todas las películas a $1,80, uno de mis días favoritos del mes, that time of the month! Por lo general, trato de ver tres películas cada Martes Loco (haya lo que haya, así fue como, por ejemplo, me encontré viendo John Rambo hace unos meses), lo que me ocupa, más o menos y teniendo en cuenta el tiempo muerto entre peli y peli, desde las cuatro de la tarde hasta la media noche. Esos días son casi siempre memorables. El último ML solo pude ver dos, Elizabeth: The Golden Age, que me encantó por su puesta en escena y porque Cate Blanchett es cada día más perfecta, y Paranoid Park, la cinta arte-grunge de Gus Van Sant sobre skaters adolescentes en Portland (donde, by the way, está Powell’s Books, una de las mejores librerías del mundo). Paranoid Park tiene harto de Elephant y de Last Days. Visualmente es impecable, lúcida y delicada, la cámara se mueve como si estuviese bailando ballet con los personajes (gran trabajo de los fotógrafos, el australiano Christopher Doyle y el chino Rain Li). La trama, basada en una novela de Blake Nelson, podría fácilmente enrolarse en la tradición del film noir.


Paranoid Park es un sitio salvaje de rampas y túneles, donde solo los skaters que están dispuestos a dar la vida hacen sus maniobras, tal vez porque no les importa morir. Los que llegan allí, vienen de hogares destruidos, de familias fragmentadas, son los desechos de una sociedad podrida que se perfuma para esconder el hedor. Pero son también rescatables, honestos en su ética y, lo más importante, se cuidan los unos a los otros. Todo esto es sensorial, pues los diálogos son mínimos, la película, muy a lo Van Sant, transmite emociones con imágenes y acciones más que con palabras (lo que algunos llamarán cine de verdad, aunque a mí me gustan los diálogos). A través de un crimen perpetrado accidentalmente por Alex, el personaje principal que va sólo de espectador al Paranoid Park, nos metemos en el mundo skater y en el mundo de los adolescentes: padres divorciados, hermanos menores afectados, novias incomprensibles, amigos que aún no entienden de qué se trata ser amigos y profesores y adultos que sospechan siempre de los menores.


Puede que Paraonid Park no sea apta para todo público sino para la sección cinéfila de ese todo que es el público. En la sala, detrás de mí, voces adolescentes masculinas y femeninas empezaron diciendo “Qué película tan rara, huevón”, para luego pasar a “Esta película es una huevada, huevón” y concluir con el infaltable “Qué verga de película, huevón”. Esto evidencia que, en su mayoría, la gente todavía va al cine sin tener ni puta idea de a lo que va. Seguro vieron el cartel y pensaron “chamos en patineta, de ley es un cague, huevón”, y hasta imaginaron que sobrarían las tetas de la pubertad. Pues no, Paranoid Park es cosa seria y así como Milk, encuentra su gente y se deshace del resto.

1 comentario:

VELARIÁ (Luis Patricio Vela Arias) dijo...

No he ido años al cine, pero ésta se bakan huevón..

Jajajaja

Gus Van es un bakan

Gracias por el dato y el de Milk tan

Saludos