Andrés Caicedo (Cali, 1951-1977) fue uno de los tipos más sensibles del mundo. Empezó a escribir apenas entrado en la adolescencia y no paró hasta el día de su temprana muerte, a los 26. Dejó, entre otros, Calicalabozo, Angelitos empantanados o historias para jovencitos (relatos); Recibiendo al nuevo alumno, El mar (teatro); El atravesado, Noche sin fortuna, ¡Que viva la música! (novelas); Ojo al cine (escritos cinéfilos); y El cuento de mi vida (memorias). A esto, toca sumarle El libro negro de Andrés Caicedo (comentarios de los libros que le impactaron) y una tonelada de correspondencia dirigida a amigos, amores y familiares. AC escribía sus cartas con copia al carbón, al cuadrado, como pensando (sabiendo, queriendo) que alguien, algún día, rebuscaría en ese banco de datos y las haría públicas.
La carta dirigida a su madre que subí hace unos días, fechada en 1975, abre Mi cuerpo es una celda, la flamante y desgarradora autobiografía de AC, recién aparecida en editorial Norma. Aunque una autobiografía de AC a estas alturas del partido es una contradicción lógica, todo este asunto tiene una explicación. En el libro Apuntes autistas, del chileno Alberto Fuguet, hay un texto dedicado a Caicedo que empieza así: Es curioso, pero el escritor cinéfilo que siempre anduve buscando, ese amigo-imaginario que tanto esperé, aquel literato intenso, real, indispensable, que uno necesita piratear/samplear/imitar cuando tiene mucho que decir y no sabe bien cómo, llegó atrasado a mi existencia. Tan atrasado que ya no me hacía falta. De esta última línea no puedo estar seguro, creo que AF necesitaba de AC y viceversa, creo que fue the beginning of a beautiful friendship. Para cuando AF escribió sobre AC en su libro, AC era ya en Colombia, y desde hace mucho, una figura de culto. Su novela ¡Que viva la música! es como elemental si eres un joven colombiano-urbano que huye del sistema y de la adultez. Pues bien, parece que AC se hizo carne en AF, creador de la frase “prefiero envejecer que crecer”, y ahora llegó el momento de que AF pague el favor.
Mi cuerpo es una celda, insisto, es una autobiografía. En la portada, AF firma sobre los créditos dirección y montaje. O sea que AF se fue a Cali, al planeta Caicedo (donde es fácil encontrar, por ejemplo, camisetas con la cara de AC en el frente, cual rock star), y allí buscó, entre miles de cartas inéditas, las que podían darle alguna cronología a la azarosa y apresurada y a veces tan feliz y a veces tan pero tan triste vida de AC. Escogió no alterar ningún texto. Estuvo en el lugar de los hechos, habló con quienes conocieron al personaje principal, recogió algunos de sus pasos y montó lo que acaso sea el mejor libro de AC y, qué duda cabe, uno de los mejores de AF. No todo el material incluido es, en rigor, inédito. Trozos de cartas y textos de comentarios sobre cine se pueden encontrar en El cuento de mi vida y Ojo al cine. Lo inédito es el conjunto, la estructura, el momento de llegar a AC y no soltarlo durante más de doscientas páginas.
Este tiene que ser uno de los libros que más he esperado y disfrutado y sentido durante el año. Desde que su director-montajista me comentó acerca del “proyecto”, me lo había estado imaginando de mil maneras distintas. Me llegó el momento de enfrentarme a la verdad y estoy emocionalmente noqueado. Lo leí en dos velocidades opuestas: lento, para disfrutarlo, con pena de que se acabe; y rápido, para poder volver sobre sus páginas lo antes posible. No puedo poner ahora todo lo que he subrayado porque tocaría casi casi que transcribir el libro entero.
Andrés Caicedo no murió después de aquella carta que le escribió a su madre en el 75, pero lo intentó, se cortó las venas y se metió 125 valiums (ansiolítico). De esa no se salvó, lo salvaron su sobrevaloración del valium y su familia. Pero dos años después, el mismo día en que su novela ¡Qué viva la música!, su primer trabajo publicado con todas las de la ley, salió de imprenta y estuvo en sus manos, Andresito se mandó 60 pastillas de seconal (barbitúrico) y ahí sí se fue (los motivos fueron los mismos, no quería entrar al juego, al sistema, al rat race). Ahora ha vuelto y Mi cuerpo es una celda parece ser el comienzo de un Andrés Caicedo latinoamericano, de todos, el amigo que habíamos estado esperando, el colega, el aliado, el que murió por nosotros.
Creo que lo justo es transcribir una carta a su padre. Aquí va. AC la escribió desde USA, donde había ido a escribir y vender dos guiones de largometraje. Pudo escribirlos, pero no venderlos. Y tal vez por eso sus días finales fueron los que fueron en su Calicalabozo.
La carta dirigida a su madre que subí hace unos días, fechada en 1975, abre Mi cuerpo es una celda, la flamante y desgarradora autobiografía de AC, recién aparecida en editorial Norma. Aunque una autobiografía de AC a estas alturas del partido es una contradicción lógica, todo este asunto tiene una explicación. En el libro Apuntes autistas, del chileno Alberto Fuguet, hay un texto dedicado a Caicedo que empieza así: Es curioso, pero el escritor cinéfilo que siempre anduve buscando, ese amigo-imaginario que tanto esperé, aquel literato intenso, real, indispensable, que uno necesita piratear/samplear/imitar cuando tiene mucho que decir y no sabe bien cómo, llegó atrasado a mi existencia. Tan atrasado que ya no me hacía falta. De esta última línea no puedo estar seguro, creo que AF necesitaba de AC y viceversa, creo que fue the beginning of a beautiful friendship. Para cuando AF escribió sobre AC en su libro, AC era ya en Colombia, y desde hace mucho, una figura de culto. Su novela ¡Que viva la música! es como elemental si eres un joven colombiano-urbano que huye del sistema y de la adultez. Pues bien, parece que AC se hizo carne en AF, creador de la frase “prefiero envejecer que crecer”, y ahora llegó el momento de que AF pague el favor.
Mi cuerpo es una celda, insisto, es una autobiografía. En la portada, AF firma sobre los créditos dirección y montaje. O sea que AF se fue a Cali, al planeta Caicedo (donde es fácil encontrar, por ejemplo, camisetas con la cara de AC en el frente, cual rock star), y allí buscó, entre miles de cartas inéditas, las que podían darle alguna cronología a la azarosa y apresurada y a veces tan feliz y a veces tan pero tan triste vida de AC. Escogió no alterar ningún texto. Estuvo en el lugar de los hechos, habló con quienes conocieron al personaje principal, recogió algunos de sus pasos y montó lo que acaso sea el mejor libro de AC y, qué duda cabe, uno de los mejores de AF. No todo el material incluido es, en rigor, inédito. Trozos de cartas y textos de comentarios sobre cine se pueden encontrar en El cuento de mi vida y Ojo al cine. Lo inédito es el conjunto, la estructura, el momento de llegar a AC y no soltarlo durante más de doscientas páginas.
Este tiene que ser uno de los libros que más he esperado y disfrutado y sentido durante el año. Desde que su director-montajista me comentó acerca del “proyecto”, me lo había estado imaginando de mil maneras distintas. Me llegó el momento de enfrentarme a la verdad y estoy emocionalmente noqueado. Lo leí en dos velocidades opuestas: lento, para disfrutarlo, con pena de que se acabe; y rápido, para poder volver sobre sus páginas lo antes posible. No puedo poner ahora todo lo que he subrayado porque tocaría casi casi que transcribir el libro entero.
Andrés Caicedo no murió después de aquella carta que le escribió a su madre en el 75, pero lo intentó, se cortó las venas y se metió 125 valiums (ansiolítico). De esa no se salvó, lo salvaron su sobrevaloración del valium y su familia. Pero dos años después, el mismo día en que su novela ¡Qué viva la música!, su primer trabajo publicado con todas las de la ley, salió de imprenta y estuvo en sus manos, Andresito se mandó 60 pastillas de seconal (barbitúrico) y ahí sí se fue (los motivos fueron los mismos, no quería entrar al juego, al sistema, al rat race). Ahora ha vuelto y Mi cuerpo es una celda parece ser el comienzo de un Andrés Caicedo latinoamericano, de todos, el amigo que habíamos estado esperando, el colega, el aliado, el que murió por nosotros.
Creo que lo justo es transcribir una carta a su padre. Aquí va. AC la escribió desde USA, donde había ido a escribir y vender dos guiones de largometraje. Pudo escribirlos, pero no venderlos. Y tal vez por eso sus días finales fueron los que fueron en su Calicalabozo.
Houston, 1 de septiembre, 1973.
Querido Carlos Alberto:
Hace sólo tres días recibí tu carta, papá, y aunque, valga la verdad, soy incapaz de entender esos trazos excesivamente nerviosos de tu letra, comprendo en general todo el espíritu que la anima, a las invitaciones a la conciliación que haces. No sé hace cuántos días regresé de Los Ángeles, una ciudad fantástica (con más facilidades, me habría quedado más tiempo) en la que uno puede caminar horas (de noche) por las calles y nunca se siente solo; es una ciudad como la nueva Babilonia: todas las razas, todas las lenguas, todas las bibliotecas, que si llegaron a formar una sola se transmutarían, a no dudarlo, en aquella biblioteca de Alejandría de la que habla Borges. Aquí en Houston me he visto obligado a encerrarme en aire acondicionado debido a lo malsano del clima, afectado de polución (hay un carro y medio por habitante) y una humedad rarísima, como si el mar o un pantano estuviera a la vuelta de la esquina: la verdad es que los pantanos de Lousiana están a media tarde de camino. Aunque te digo, la polución general de la ciudad es impresionante.
Bueno, Carlos Alberto, hoy que ustedes con tanta bondad se puede decir me han solucionado todos los problemas económicos (cuando sé que no tienen de dónde) para regresar a esa ciudad a la que no quiero regresar, me entran, y ya se desprenden de la mitad de estas frases, otros temores. Como no participo de tu cultura católica, no puedo ser tan optimista con respecto al futuro de la convivencia entre los tres, lo que tú dices: “Son los únicos que van quedando en la familia”. Comprendo tu necesidad urgente de recuperarme, cuando en los días que me tenías no te preocupaste por averiguar qué era lo que, profundo, se agitaba en mí, eso que ahora forma el hueco por el que yo siento caer, de noche (cuánto hará que no duermo bien), una piedra negra tras otra, y cuando chocan, es, Carlos Alberto, como un mordisco. El amor y el respeto que te inspira mi mamá tú has traído, y yo lo comprendo, de hacer extensivo a mis tres hermanas, para sentirme más amado, respetado y protegido. Yo siempre fui para ti un accidente raro. Jamás olvidaré tu manera de presentarme a tus amigos: “Este está metido en artes y esas pendejadas”. No sé si no viste mi prisión por acompañarte a tus fincas, hace hará ya de eso un millón de años, no sé si notaste mi soledad de todo el día, trepado en los árboles frutales, en días de locura completa he querido proponerte que voy a un viaje por el mar, esta es la frase que se me ocurría “Para darme el gusto de verte arriar las velas con esas bellas manos”, yo pensaba en un viaje corto, por el Pacífico, hacia el Chocó, para sacarte de esa complacencia devoradora femenina, por lo cual yo quedé excluido en el trabajo para tu cariño. Mis acciones o te sublevaban o las ignorabas. Un día, hacia las dos de la tarde, por la Carrera Primera, con un calor de todos los diablos, me dijiste: “¿No crees que lo que escribías antes no eran sino pendejadas?”, y yo, perplejo, guardé silencio. Eso que yo escribía antes era lo que ahora y con un esfuerzo inmenso, trataba de perfeccionar: literatura de adolescentes. Cielos, papá, y no he sido el único. Antes de mí están James, Cortázar, Salinger, Vargas Llosa, Britto García, para enumerar sólo una ínfima parte de una lista que abarcaría página y media. Cuando en esos domingos terribles yo la he pasado arriba, tratando y tratando de escribir, tu preferías la plácida compañía de Pilar, de mis hermanas perdidas. Pilar casada, perdida antes de casarse; Vicky completamente desentendida de mí, viéndome nada más como un exponente de una generación que le llegará el día de envejecer y hasta allí llegamos… Rosario distanciada trágicamente de mí por un extraño.
Recuerdo esa tarde, cuando entre humilde y pomposo dijiste, ante una mesa de sancocho: “No saben cuánto me alegro de que estemos todos reunidos”. Te reprocho no haberte preocupado en investigar que yo, de hecho, era solitario en la reunión, que yo no entraba en tu grupo ideal, que yo jamás pretenderé esposa, que cuando las veces que me dices, queriendo (erradamente) ganar confianza conmigo, y me dices: “La primera vez que se comieron a una vieja”, no te dé por pensar que puede haber sido que yo te he mentido, que he llevado ante ti una máscara, que puede suceder que yo no me haya comido ninguna vieja porque sencillamente no me gustan las mujeres. Conmigo falló tu previsión de ver a todos tus hijos casados, con hijos, según la ley de la Sagrada Madre Iglesia.
Papá, te lo digo duro, me ha dolido tu incomprensión, tu lejanía, la vez que me pegaste, en una de tantas camionetas, viniendo de Jamundí, porque yo te preguntaba y te preguntaba sobre una película: Los jóvenes salvajes, ¡por puro interés cinematográfico! Y tú replicaste que era que a mí me encantaría llegar a delincuente.
Han sido muchas las noches mal pasadas en las que verdaderamente he echado de menos una comprensión de padre y madre. Me han dispensado cuidados, me han dado todo su cariño, amor como el de ustedes no lo tengo, es cierto, pero no tengo ayuda real, mis sentimientos son hervidero y no encuentro la paz nunca. Mientras mis hermanas se porten bien conmigo, tú estás contento: si yo me porto mal, me ignoras. En ellas encuentras una extensión de mi mamá, en mí, una negación de ti porque no he servido, lo piensas para nada, lo piensas sólo para escribir cuentos, y yo cuántas veces he querido comunicarte mi amor por el campo, por la siembra, por los árboles frutales, mi espíritu de aventura. Rebusqué entre tus cosas viejas, escogí fotos de ustedes, pareja de jóvenes bellos en Silvia, en la vida campestre, me pasé mi tiempo ampliándolas, y se las mostré con júbilo: porqué no me dijeron nada, ninguna alegría ante aquella muestra de recuperarlos. ¿Por qué mi mamá ha ignorado las dos últimas obras que he montado?
Sé que eras poeta, que le escribías bellas cartas a la señorita Nellie Estela. Yo no quiero hacer esta carta más larga, no quiero hacer un examen lúcido de la situación como lo hice en Cúcuta, hace cuántos años, porque esa carta nada cambió. Quiero tengas aquí un recado de ayuda y alarido del temor que siento, del temor que me muerde cada mañana. Si eres mi padre, te meterás y te complicarás en mí. Perdón por esa noche en la que con Alfonso te confundí a base de duras palabras y whisky fuerte. Ambos estábamos borrachos. Bastó un acto de generosidad mío: leerte uno de mis cuentos, para que te sumieras en el sueño.
Espero, pues, verte pronto.
Te quiere,
Andrés
5 comentarios:
Me parece muy interesante el libro pero asi como tus libros no los encuentro en la ciudad de quito si sabes donde hay te agradeciria el dato.
saludos
Paola
entiendo q "Celda" está ya en el mr books d Gkill, o sea q debe estar también en UIO o a punto d.
mientras tanto, estoy seguro d q puedes encontrar las otras obras d Caicedo. t recomiendo, sobre todo, Q viva la música y El cuento d mi vida. si llegas a esos libros, antes q a "Celda", disfrutarás mucho más d AC.
mi libro también estaba en mr books UIO, si ya no hay, deja acá un mail donde pueda contactarte con la gente q lo está distribuyendo puerta-puerta.
me avisas
saludes
jfa
Muchas gacrias por la ayuda y las recomendaciones...
Sabes que los busque en Mr books y no habian me imagino que por la temporada...
Ahi de te dejo mi mail para q me ayudes con tu libro xq lo poco que he leido me a paredido muy interesante
mpaolacruz1@gmail.com
Disculpa las faltas :)
Es Gracias y parecido
EL apuro de escribir
Paola
gracias x tus datos. nos pondremos en contacto una vez pasadas las fiestas. tipo 10-ene-09.
saludes
y un feliz año!!!
jfa
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