La historia de Boy A: un niño freak, solitario, hijo de padre alcohólico y madre con cáncer terminal, encuentra a su mejor amigo, una suerte de alma gemela que, como él, está roto. Entre los dos se hacen el aguante. Aguantan la soledad, el aislamiento, el rechazo de los niños cool, la vida al margen de las cosas que les pasan a los chicos “normales”. Una tarde comenten un crimen y son encerrados hasta cumplir la mayoría de edad. Sólo uno de ellos consigue ver la supuesta libertad que se ha ganado tras años de reclusión. Como este Boy A es un personaje público a quien los tabloides apodan “el hijo del diablo”, debe reintegrarse a la sociedad con otro nombre y, por lo tanto, ser otro. El Boy A, interpretado por el joven (nació en 1983, en California, o sea que le tocó aprender a hablar inglés con acento británico) y talentoso Andrew Garfield (el chico farrero que se la pasa hablando con Robert Redford en Lions for Lambs), reaparece en el mundo con otro nombre y tiene que hacerlo todo de nuevo: casa, trabajo, amigos, novia.
Volver a intentarlo.
Ayer, alguien me decía que los pacientes psiquiátricos no deben estar encerrados en grupos grandes porque es precisamente eso, estar entre locos, lo que hace falta para que una persona pierda la razón. Boy A no es exactamente un loco, pero tampoco se le puede llamar cuerdo a un tipo que pasó el fin de su infancia, y toda su adolescencia, confinado a un determinado lugar por ser considerado una amenaza para el prójimo.
Boy A mira a través de la ventana de un auto las calles que no ha visto en años. Todo está cubierto por ese tono gris/lluvia/frío que pinta las cosas en Inglaterra. Sus ojos se abren como seguramente no se habían abierto en mucho tiempo (se me hace que Boy A pasó muchos de esos días y de esas noches en prisión con los ojos cerrados). La primera palabra en salir de su boca suena como la ilusión de un ñiño: McDonald’s. Ya sabemos que comerá Boy A para cenar. Luego empieza a trabajar, es una posición humilde pero le sirve para mantenerse, para salir con sus nuevos amigos y conquistar a su nueva novia. Todo parece indicar que Boy A era virgen, que jamás había hecho el amor antes y que la experiencia lo tiene tan fascinado como perturbado, pero lo disfruta, y aprende.
Boy A no está totalmente curado ni totalmente listo para reaparecer, tal vez nunca logre estarlo del todo, pero este es el momento de tratar. Solo hay un problema. Aunque él no esté listo, tiene la predisposición, las ganas. Sin embargo, la sociedad que lo relegó no cree en su rehabilitación y no tardará en perseguirlo, acorralarlo y asfixiarlo. Regresas porque te dijeron que tenías una nueva oportunidad y que debías aprovecharlo. Al final del camino hay un muro. Ahora que estás lejos, el muro ni siquiera se nota.