3.23.2009

Hasta que tomó los hábitos.


Días atrás, vi en el blog de Eduardo Varas una entrevista que le hicieran en Perú al escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949). La filosofía de Aira es consistente y parece definitiva: darle algo nuevo al mundo, así no esté bien escrito, porque el mundo está lleno de buenos escritores y no hay vida que alcance para leer todos los buenos libros que existen. Aira, qué duda cabe, tiene un punto, y salud por él y por eso. Todos necesitamos un punto.

Aira confieza en la misma entrevista que lo suyo, más que el fondo, es la forma, el cómo por encima del qué. Habla de sus libros, dice que suele aflojar al final, que se desespera y los termina apurado. Whatever gets you through the night, it’s all right, man! Cada uno tiene sus métodos y, si le funcionan, si consiguen llevarlo a algún sitio, a un lugar mejor, no hay chance de criticar. Ahora bien, uno puede no estar de acuerdo. En Adaptation, el Nicolas Cage que es Charlie Kaufman le dice al Nicolas Cage que es Donald Kaufman: escribir debe ser un viaje a lo desconocido. El Charlie Kaufman que es Charlie Kaufman es un genio, eso ya lo sabemos, pero lo que de verdad importa es que, como pasa en Adaptation, lo desconocido no siempre es lo original, lo nunca antes visto, lo inimaginable, sino eso que le paso sólo a uno de nosotros y que, por ende, desconocemos todos. Lo desconocido es una cuestión de percepción al sentir y honestidad al contar. El amor, el odio, la guerra, los fantasmas, la familia, la amistad, la picada de un mosquito en la playa de Crucita y una hamburguesa con queso servida en Dublín pueden bien ser elementos absolutamente desconocidos.

Cuando logras conectar con algo, ya sea una pintura colgada en el Museo del Prado o una corroída y sucia banca en el parque La Carolina es porque, de alguna forma, ese objeto/momento te encontró y, sobre todo, te ayudó a encontrarte y a ubicarte.


Hay dos extremos (tomando en cuenta que los extremos se reúnen para que el uno cierre lo que el otro empezó) y ambos son válidos. A) viste una película que te sacó de tu realidad por dos horas que valieron oro, que te sedaron, que te dejaron bien y con fuerzas para seguir. B) viste una película en la que un tipo que se parece a ti tiene problemas que se parecen a los tuyos y luego de dos horas (aunque estas suelen durar hora y media) sabes que no estás solo, que otra gente ha pasado por lo mismo y ha sobrevivido, así que posiblemente tu también llegues a los créditos finales, al corte a negro que nos espera a todos. Puede tratarse de ciencia ficción o de un documental sobre el sida en Centroamérica, si te sirvió, y se le sirvió al ser humano que la hizo, sirvió para algo, para mucho, para todo.

César Aira dice que su novela más “normal” es también su novela más autobiográfica: Cómo me hice monja. Acabo de leerla. Me gustó. Me entretuvo. Memorias que quién sabe si serán ciertas puestas en acción de una manera no convencional. Recordemos que la novela más “normal” de Aira es, posiblemente, la más freak de unos cuantos. Todo empieza con un niño que prueba un helado de frutilla y siente asco. Su padre lo reprende, lo insulta, lo humilla, hasta que el señor prueba el helado y se da cuenta de que está podrido. Entonces el papá le pide al heladero que pruebe el dichoso helado y el incidente termina con uno de los hombres muerto y el otro encerrado en la cárcel. Nos quedamos con el niño, quien se refiere a sí mismo como si fuera una niña. Nos metemos en su cabeza y resulta ser el lugar más original (y a ratos familiar) que se haya inventado jamás, porque Aira es Aira y no le teme al Aira que lo habitó alguna vez y que ahora ha crecido y no por eso olvidado. Ya lo cantó Héctor Lavoe: cada cabeza es un mundo.


Lo subrayado.

Mi padre no demoró más que un par de días en cumplir una promesa que me había hecho: llevarme a tomar un helado… Me lo había descrito, muy correctamente, como algo inimaginable para el no iniciado, y eso había bastado para que el helado raíces en mi mente infantil y creciera en ella hasta tomar las dimensiones de un mito.

Mamá si estaba presente, y ella traía el aroma del espanto, como una sombra de papá. Era inevitable, porque yo había entrado para siempre en el sistema de la acumulación, en el que nada, nunca, queda atrás.

El niño Aira… Está entre ustedes, y parece igual que ustedes. Quizás ni lo han notado, tan insignificante es. Pero está. No se confundan… Ustedes son niños buenos, inteligentes, cariñosos. Los que se portan mal son buenos, los peleadores son cariñosos. Ustedes son normales, son iguales, porque tienen segunda mamá. Aira es tarado. Parece igual, pero igual es tarado. Es un monstruo. No tiene segunda mamá. Es un inmoral. Quiere verme muerta. Quiere asesinarme. !Pero no lo va a lograr! Porque ustedes van a protegerme. ¿No es cierto que van a protegerme del monstruo?... Digan “Sí señorita”. ¡Sí señorita! ¡Más fuerte!

Así siguió un buen rato. En cierto punto empezó a repetir, y repitió todo lo que había dicho, como un grabador. Yo veía a través de ella. Veía el pizarrón donde ella misma había escrito: Zulema, zapato, zorro… con su caligrafía perfecta… La letra era lo más lindo que tenía. Y ya había llegado a la zeta… Yo la encontraba alterada, pero no me parecía que estuviera diciendo barbaridades. Todo me parecía transparente de tan real, y leía las palabras en el pizarrón… Leía… Porque ese día aprendí.

¿Por qué yo no tenía muñecas? ¿Por qué era la única niña en el mundo que no tenía una sola muñeca? Tenía un papá preso… y no tenía una muñeca que me hiciera compañía.

El mentiroso experimentado sabe que la clave del éxito está en fingir bien la ignorancia de ciertas cosas.

Pues bien: mi memoria se confunde con la radio. O mejor dicho: yo soy la radio. Por gracia de la perfección sin fallas de mi memoria, soy la radio de aquel invierno. No el aparato, el mecanismo, sino lo que salió de ella, la emisión, el continuo, lo que se transmitía siempre, inclusive cuando la apagábamos o cuando yo dormía o cuando estaba en la escuela. Mi memoria lo contiene todo, pero la radio es una memoria que se contiene a sí misma y yo soy la radio.

Los crueles delirios que había sufrido durante la fiebre eran una transformación, pero de signo opuesto. El sueño real era la forma de la felicidad como realidad, como paraíso. En el mismo movimiento la realidad se hacía delirio o sueño, y eso era el ángel, o la realidad.

Es que en realidad yo no había inventado enfermedades, sino sistemas de dificultad. No estaban destinados a la curación sino al desarrollo. “Dislexia” es un término que uso ahora, por una similitud puramente formal que he encontrado; y para hacerme entender.

Mis ojos horadantes de monstruo impedían que ningún ser vivo se mimetizara con mi vida.

Era huérfano de padre y madre, y no tenía otro pariente vivo que su abuelita, que a su vez no lo tenía más que a él. El mismo caso que mamá y yo, pero mucho más acentuado: nosotras estábamos momentáneamente solas en Rosario, ellos lo estaban definitivamente, en el mundo.

¿Adónde iba? ¿Adónde huía? ¡Si lo supiera! Huía de las bromas, del humor, de las anécdotas futuras… huía de la amistad, y no con desdén o para ir a hacer algo más importante, como creía el ingenuo de Arturito: era sólo el horror el que le daba alas a mis pies, el horror más sombrío.

Me colmaba de mimos, me llamaba por mi nombre todo el tiempo, César, César, César. A mí me encantaba que pronunciara mi nombre, era mi palabra favorita.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes razón, Aira lleva un punto, y revierte además la idea de fondo y forma, o mejor dicho, de "profundidad", y logra su propósito. ecribir algo nuevo, que puede o no gustar ya es otro asunto.
saludos

J. José Alomía dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
J. José Alomía dijo...

Te leo desde hace algún tiempo. Estudio periodismo, y me gusta mucho la crónica.
Hace poco recibimos a una figura del periodismo en una clase mía, y, luego, hablamos de la posibilidad de traer a más "personajes" a ese espacio.
No sé si te gusta la idea: Participar en un pequeno foro, con estudiantes universitarios.
Si te interesa , podría darte detalles.
Saludos

Juan Fernando Andrade dijo...

Juan,

gracias x tu comentario. totalmente d acuerdo.

José,

gracias x tus generosas palabras. no me considero un "personaje", pero dime cómo t contacto y veamos la posibilidad d visitar tu clase. suena bien. sería un honor.

saludes