Desaparecer. Irse. Borrarse. Dejarlo todo. Partir diciendo, como Dylan: don’t look back. Como dicen las mamás y las abuelas: mandarse a cambiar. Marcharse sin avisar. Just do it. Tal vez sea porque este 09 el grandísimo escritor norteamericano J. D. Salinger, el más célebre de los borrados, cumplió 90 años de edad y no parece tener ninguna intención de volver a la luz. Tal vez sea por él. Ojala sea por él y en su honor. La cosa es que últimamente se habla mucho de la posibilidad de desconectarse, por completo, dejar el yo para ser otro.
Acabo de ver una película llamada, justamente, Yo. Es española, aunque ni tanto. Pasa en Mallorca y su protagonista es un alemán de nombre Hans, que ha llegado hasta allí para trabajar haciendo un poco de todo en una casa preciosa. Pero Hans no es Hans sino Hans 2. El primer Hans es su predecesor. Hans1 hacia exactamente el mismo trabajo que Hans 2 y como llevaba un tiempo en el pueblo, tenía una vida, una rutina, amigos, novia, ese tipo de cosas. Hans 2 no tiene nada, ni siquiera un pasado del cual hablar, con orgullo o con vergüenza. Nada. Cero. Los archivos no existen o se quemaron en un incendio. Las cosas de Hans 1 siguen en la casa y sus huellas siguen en el pueblo. Los locales son rudos con Hans 2, en los pueblos pequeños (yo vengo de uno) las reacciones ante lo nuevo y lo extraño suelen ser negativas, es más sencillo cerrar una puerta que abrirla.
Hans 2 tiene 3 opciones: tratar de formar parte de la vida cotidiana de Mallorca por quien es, largarse de ahí corriendo o, encajar en el molde de Hans 1 y darle al público lo que pide, eso a lo que está acostumbrado y lo mantiene contento, pan y circo, que se dice. Como en El Inquilino, esa nada menos que obra maestra de Roman Polanski, Hans 2 escoge la puerta 3: convertirse en alguien que no es con el afán de ser mejor de lo que es y vivir mejor de lo que vive, claro está, contando con el beneplácito de quienes lo rodean. Curioso, acaso cobarde, pero sin duda, válido. La diferencia entre El Inquilino y Yo, es que en la primera todo el proceso es una tortura que termina acabando con el personaje principal (interpretado por el mismo Polanski), encerrándolo en un infierno que transcurre en tiempo circular; mientras que en Yo, en algún momento difícil de determinar, Hans 2 decide convertirse en Hans 1 porque cree, es más, está seguro, de que Hans 1 la pasa mejor. Así de simple, así de oscuro.
Yo es la ópera prima de Rafa Cortés, nacido en Mallorca, dueño de una visión privilegiada y un futuro prometedor. Hans 2 está magistralmente interpretado (habla todo el tiempo con acento y gramática alemanes y cada uno de sus gestos dice algo, algo serio) por Álex Brendemühl, nacido en Barcelona, quien además co escribió el guión. Esta es una de esas películas que suceden, en su mayoría, dentro de la cabeza del personaje principal. Tal vez la encuentren lenta y hasta perdida, sin rumbo, pero por lo menos yo no pude parar de verla y quiero verla de nuevo, a ver qué pasa.
Un día sales de tu casa con la intención de no volver. Otro día llegas a un pueblo o a una ciudad y tienes que tomar una decisión obvia, ¿quién eres ahora que dejaste atrás a quien solías ser? Mantener tu nombre tiene sus ventajas, sobre todo si andas cargando tarjetas de crédito y deseas sinceramente que alguien asista a tu funeral. Pero el anonimato, el ser otro y el cambiar de piel, es una tentación difícil de resistir. Un día sales de tu casa con la intención de no volver. Y no vuelves. Nunca. Jamás. Suena bien.
Acabo de ver una película llamada, justamente, Yo. Es española, aunque ni tanto. Pasa en Mallorca y su protagonista es un alemán de nombre Hans, que ha llegado hasta allí para trabajar haciendo un poco de todo en una casa preciosa. Pero Hans no es Hans sino Hans 2. El primer Hans es su predecesor. Hans1 hacia exactamente el mismo trabajo que Hans 2 y como llevaba un tiempo en el pueblo, tenía una vida, una rutina, amigos, novia, ese tipo de cosas. Hans 2 no tiene nada, ni siquiera un pasado del cual hablar, con orgullo o con vergüenza. Nada. Cero. Los archivos no existen o se quemaron en un incendio. Las cosas de Hans 1 siguen en la casa y sus huellas siguen en el pueblo. Los locales son rudos con Hans 2, en los pueblos pequeños (yo vengo de uno) las reacciones ante lo nuevo y lo extraño suelen ser negativas, es más sencillo cerrar una puerta que abrirla.
Hans 2 tiene 3 opciones: tratar de formar parte de la vida cotidiana de Mallorca por quien es, largarse de ahí corriendo o, encajar en el molde de Hans 1 y darle al público lo que pide, eso a lo que está acostumbrado y lo mantiene contento, pan y circo, que se dice. Como en El Inquilino, esa nada menos que obra maestra de Roman Polanski, Hans 2 escoge la puerta 3: convertirse en alguien que no es con el afán de ser mejor de lo que es y vivir mejor de lo que vive, claro está, contando con el beneplácito de quienes lo rodean. Curioso, acaso cobarde, pero sin duda, válido. La diferencia entre El Inquilino y Yo, es que en la primera todo el proceso es una tortura que termina acabando con el personaje principal (interpretado por el mismo Polanski), encerrándolo en un infierno que transcurre en tiempo circular; mientras que en Yo, en algún momento difícil de determinar, Hans 2 decide convertirse en Hans 1 porque cree, es más, está seguro, de que Hans 1 la pasa mejor. Así de simple, así de oscuro.
Yo es la ópera prima de Rafa Cortés, nacido en Mallorca, dueño de una visión privilegiada y un futuro prometedor. Hans 2 está magistralmente interpretado (habla todo el tiempo con acento y gramática alemanes y cada uno de sus gestos dice algo, algo serio) por Álex Brendemühl, nacido en Barcelona, quien además co escribió el guión. Esta es una de esas películas que suceden, en su mayoría, dentro de la cabeza del personaje principal. Tal vez la encuentren lenta y hasta perdida, sin rumbo, pero por lo menos yo no pude parar de verla y quiero verla de nuevo, a ver qué pasa.
Un día sales de tu casa con la intención de no volver. Otro día llegas a un pueblo o a una ciudad y tienes que tomar una decisión obvia, ¿quién eres ahora que dejaste atrás a quien solías ser? Mantener tu nombre tiene sus ventajas, sobre todo si andas cargando tarjetas de crédito y deseas sinceramente que alguien asista a tu funeral. Pero el anonimato, el ser otro y el cambiar de piel, es una tentación difícil de resistir. Un día sales de tu casa con la intención de no volver. Y no vuelves. Nunca. Jamás. Suena bien.
Esta me la prestaron en su formato original.
2 comentarios:
Yo la vi hace poco y también me lleve una grata experiencia. Sobretodo el plantearse aquello de las probabilidades de ser uno mismo u otro (o el otro) en un nuevo lugar, la identidad, la memoria, etc. Un placer haber llegado a tu blog, sin buscarlo, sin buscarte.
Te dejo dos frases con respecto a la realización del film, tanto de Alex como de Rafael, que sin duda alguna, han sabido trabajar en equipo.
"AB: Al final estaba al servicio de la historia. No era un elemento estilístico o formal gratuito, sino que es totalmente para recalcar y fortalecer a nivel metalingüístico la dicotomía del personaje, la esquizofrenia que vive y la lucha que le asedia. Yo también creo en los corsés como espacio para la libertad. Encontrar acotaciones, limitaciones –atarte un brazo o ponerte trabas- para que aquello desarrolle una libertad, una explosión de algo más.
RC: Hay una metáfora que me gusta utilizar, que si te pones entre cuatro paredes, todo el volumen de lo que saques sólo puede ser en profundidad. No te desparramas."
Y si algún día deseas, pásate por mi tierra firme.
Abrazo andino.
Carla.
hola Carla,
el placer es todo mío.
la posibilidad de borrarse siempre está, hay formas y formas.
gracias x las citas.
pasaré x tu tierra, pronto.
abrazo costeño
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