Los vivos y los muertos, la novela del boliviano Edmundo Paz Soldán modelo 2009, ha dado mucho que hablar desde que vio la luz por primera vez. Tuve que pedir varios favores para que llegara a mis manos, pues estaba seguro de que jamás la encontraría en Ecuador. Por suerte, me equivoqué. Hace unos días la vi circulando por librerías locales y fue como toparse, por casualidad, con un amigo que vive fuera y vino de visita sin avisar.
La leí hace más de un año y explayarse desde la distancia sería irresponsable. Así que lo siguiente, más que una reseña (o un intento de), es algo que había olvidado contarles.
La novela está ambientada completamente en Estados Unidos (Madison, al norte de la costa este) y basada en hechos de la vida real: una serie de asesinatos a deportistas, cheerleaders y alumnos de un colegio en Dryden, Nueva York. Paz Soldán, que es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (y, como lo prueba su blog río fugitivo, gran columnista), se encontró con la historia en un periódico y tomó la crónica como punto de partida. En su momento, las críticas no se hicieron esperar, ¿cómo se le ocurre a un boliviano escribir sobre USA cuando es bien sabido que los latinos deben, debemos, escribir sobre y soñar con Europa? Fuck’em. Esa es una discusión que ni siquiera vale tener.
Si algún pecado cometió Paz Soldán, se trata de un pecado académico a la hora de escoger el español con el que escribió esta novela. Como se sabe, hay muchos españoles (idiomas, no personas) siendo escritos y hablados al mismo tiempo. Y es precisamente en las diferencias entre un español y otro donde puede encontrarse lo más parecido a un denominador común en Latinoamérica. El español de Los vivos…, repito, es un pecado académico, peca de correcto, de universal, de frío, le falta feedback, distorsión, le falta pasaporte, ser de alguna parte: le falta maldad.
Dicho esto, Paz Soldán escribió un teen-thriller que lejos de ser otra tonta película de miedo se sostiene como un libro inteligente y sólido que supera, largo, al género al que supuestamente pertenece. Aprovechando el mejor regalo que le ha dado la literatura norteamericana al mundo, el ritmo, la novela avanza y se mueve rápido, con la misma agilidad que un asesino prófugo de la justicia. Con capítulos cortos dedicados a varios personajes, todos escritos en primera persona, un notable manejo de las redes sociales como puertos donde se anclan emociones y fábricas de identidad, la cuota justa de sangre y suficientes canciones como para aguantar un road trip de Quito a Madison, éste libro conecta el mundo de los vivos con el no mundo de los muertos. Al final somos los que nos quedamos de este lado los que tenemos que aprender a vivir otra vez, a empezar de nuevo aunque ya no seamos los mismos.
La leí hace más de un año y explayarse desde la distancia sería irresponsable. Así que lo siguiente, más que una reseña (o un intento de), es algo que había olvidado contarles.
La novela está ambientada completamente en Estados Unidos (Madison, al norte de la costa este) y basada en hechos de la vida real: una serie de asesinatos a deportistas, cheerleaders y alumnos de un colegio en Dryden, Nueva York. Paz Soldán, que es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (y, como lo prueba su blog río fugitivo, gran columnista), se encontró con la historia en un periódico y tomó la crónica como punto de partida. En su momento, las críticas no se hicieron esperar, ¿cómo se le ocurre a un boliviano escribir sobre USA cuando es bien sabido que los latinos deben, debemos, escribir sobre y soñar con Europa? Fuck’em. Esa es una discusión que ni siquiera vale tener.
Si algún pecado cometió Paz Soldán, se trata de un pecado académico a la hora de escoger el español con el que escribió esta novela. Como se sabe, hay muchos españoles (idiomas, no personas) siendo escritos y hablados al mismo tiempo. Y es precisamente en las diferencias entre un español y otro donde puede encontrarse lo más parecido a un denominador común en Latinoamérica. El español de Los vivos…, repito, es un pecado académico, peca de correcto, de universal, de frío, le falta feedback, distorsión, le falta pasaporte, ser de alguna parte: le falta maldad.
Dicho esto, Paz Soldán escribió un teen-thriller que lejos de ser otra tonta película de miedo se sostiene como un libro inteligente y sólido que supera, largo, al género al que supuestamente pertenece. Aprovechando el mejor regalo que le ha dado la literatura norteamericana al mundo, el ritmo, la novela avanza y se mueve rápido, con la misma agilidad que un asesino prófugo de la justicia. Con capítulos cortos dedicados a varios personajes, todos escritos en primera persona, un notable manejo de las redes sociales como puertos donde se anclan emociones y fábricas de identidad, la cuota justa de sangre y suficientes canciones como para aguantar un road trip de Quito a Madison, éste libro conecta el mundo de los vivos con el no mundo de los muertos. Al final somos los que nos quedamos de este lado los que tenemos que aprender a vivir otra vez, a empezar de nuevo aunque ya no seamos los mismos.
Recordaré mis días de cheerleader , cuando escribía un diario y soñaba que me tomaban en serio a pesar de la minifalda y la exagerada alegría que debía mostrar al borde de la cancha (era una alumna excelente y una actriz destacada, pero a los chicos lo que más les importaba era que estaba buena). No podré creer que lo mejor de mi vida terminó antes de cumplir los dieciséis. Pero así será. Quizás es así con todos, es sólo más obvio en mi caso.
La pareja: una forma de hacernos la vida insoportable. Pero cuando estamos solos la vida también es insoportable. Uno nunca sale ganando.
Nunca entenderían cómo lavar una cucharilla podía parecer que no era nada, pero sí lo era cuando se sumaba a las otras cucharillas, los otros vasos, la ropa sucia, los pisos por trapear, los muebles por desempolvar, los baños que se cubrían de grima y olor de orín si se los dejaba quietos, los juguetes que había que poner en su lugar, las cenas por preparar, las facturas por pagar. Así se agrietaban las manos, así se partían las espaldas, así se quebraban voluntades.
Junior, tan lindo, tan dulce. Luego crecerá y se volverá como nosotros. Bienvenido, Junior, le diré algún día, y lloraré sobre su hombro.
Se lo diría cuando llegara. Sin amenazas, sin decirle el porno o yo, porque seguro que elegiría el porno, y yo, imbécil, no sería capaz de convertir mis amenazas en realidad.
No era un sueño. Se me ocurrió que esto no era un interludio que más temprano que tarde daría paso a la vida normal. Se me ocurrió que la vida sería así de ahora en adelante. Si se trataba de eso, entonces valía la pena vivir los sueños y hacer como si la vida fuera el sueño o la pesadilla.
Toco mi corazón y le digo nada parece haber cambiado, late igual que antes.