Cumplir 30 años es un evento
clave en la vida. La gente te mira distinto y tú también te ves de otra manera.
La gente espera cosas de ti, más
cosas, otras cosas. Espera que seas,
bueno, un hombre, que empieces a hacerte cargo, que crezcas. Pero eso no es tan
importante. Lo que realmente puede hacerte daño y fracturarte es mirar hacia
atrás y no encontrar mucho. Es lo que le pasa a Ralph, un personaje animado con
más dotes de gente que la mayoría, un adolescente grandulón y torpe que más que
ser un hombre lo que quiere es convertirse en un héroe.
Durante 30 años Ralph ha
sido el malo de un videojuego. Su trabajo se parece al del primer Donkey Kong:
debe demoler un edificio cada vez que un niño mete una moneda en la ranura sólo
para que el conserje, un tipo de complexión Súper Mario y demasiado buena onda
llamado Félix, armado con un martillo mágico, lo arregle, salve a los
inquilinos de quedarse en la calle y de paso humille al “villano” haciéndolo
caer en un charco de lodo. En rigor, el trabajo de Ralph es perder. ¿Qué es un videojuego
sin un buen malo que te haga picarte y odiarlo y seguir jugando hasta vencerlo?
Poco, casi nada, lo mismo que una película sin obstáculos.
Ralph tiene varios
obstáculos en su historia, pero el más difícil de superar lo lleva dentro,
debajo del overol y la camisa a cuadros tipo leñador. Está harto de ser el malo,
empachado de ser quien es y por eso busca lo imposible: una medalla de oro dentro
de un sistema que, como todos sabemos, no premia a los villanos. Para esto debe
cambiar de juego y meterse en universos que no le corresponden: el viejo truco
de perderse para encontrarse. Allí, en un lugar que no es el suyo, una pista de
carreras hecha de caramelo llamada Sugar Rush, Ralph podrá ser quien quiere ser,
podrá ayudar, conocerse, medirse ante el peligro y construir una de las escenas
más demoledoras de la historia del cine: cuando destruye el auto de su
compañera de aventuras, la pequeña y valiente y alternativa Vanellope, no sabes
si ponerte a llorar o crecer de una buena vez y aceptar que estás viendo una
película adulta que ha logrado golpearte y quizás pueda demolerte.
Ralph
nunca será oficialmente un héroe, los niños seguirán gastando el dinero de sus
padres tratando de vencerlo y serán felices al verlo revolcarse en el lodo. Así
será, así tiene que ser. A nosotros nos queda el secreto, una ventana al
interior de un chico que se hizo hombre justo en el momento preciso, cuando el
mundo dependía de él. Ya lo dijo Bowie: podemos ser héroes aunque sea por un
día. A Ralph le bastan menos de dos horas.
(El Diario, 13/01/13)
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