Hace unos años, Javier y yo
pasamos varios días juntos en Nueva Orleans, al sur de los Estados Unidos, hospedados
en el hotel más barato que pudimos encontrar. Cuando nos tocó lavar la ropa
sucia, salimos desde allí y dimos con uno de los mejores inventos que haya
producido la civilización: un bar que tenía, en una especie de trastienda,
lavadoras y secadoras dispuestas para sus clientes. Pusimos la ropa en las
máquinas, echamos las monedas y nos dedicamos a tomar cerveza en la barra.
La ropa tardó varios ciclos
en secarse y nos vimos en la obligación de beber más de lo que teníamos planeado.
Creo que ya habíamos pasado al whisky cuando le pregunté por su película, un
proyecto en el que llevaba metido no sé cuánto tiempo y que por esos días
parecía estancado, acaso hundido. Auspiciado por el trago, le dije que
escribiera otra, una menos complicada, más barata, que rodara porque en ese
momento no se estaba moviendo. Javier se quedó en silencio un momento, mirando
las botellas del bar, y luego me dijo: siento que esta tiene que ser la
primera. Ahora, después de haber visto Mejor no hablar (de ciertas cosas) en pantalla grande y en Portoviejo, donde se
la tiene que ver, siento que Javier, equivocado o no, encaprichado o no, ha
hecho la película que quería hacer (me molesta un poco que las cosas se
arreglen a tiros, pero supongo que ciertas cosas sólo pueden arreglarse de esa
manera), una película gritona y lamparosa como él, frontal y creída como él, inteligente
y lanzada como él. Si tuvieron que pasar todos estos años, le doy la razón por
haber esperado y capaz todos los directores deberían hacer lo mismo: dejar que la
historia crezca, madure, y volver a ella sólo si tienen las mismas ganas de
filmarla que tenían al comienzo, sólo si están seguros de que es esa y no otra la película que pueden y deben
filmar. Y ojalá todos tuvieran una productora como María de los Ángeles
Palacios, a quien deberían darle un premio por el mero hecho de soportar a
Javier.
Esa noche, en Nueva Orleans,
salimos del bar después de haber cantado con una pareja de músicos ambulantes
que tenían más suéteres encima que carne en los huesos, y seguro dormían en el
mismo auto en el que viajaban. Estábamos borrachos o por lo menos yo estaba
borracho –mi capacidad de almacenamiento es menor que la de mi hermano– y caminamos
con la ropa limpia a cuestas hasta un sitio de hamburguesas. Al llegar, Javier
ordenó lo suyo y yo pedí exactamente lo mismo sin siquiera ver el menú, para
eso, y para el cine, siempre ha sido un tipo al que vale la pena hacerle caso.
(El Diario, 06/01/13)
4 comentarios:
Bien por los ideales, por buscar y dar identidad al país. Un abrazo hermanos Andrade.
Two thumbs up.
Estos jóvenes parecen estar siempre en el lugar preciso, en el momento preciso. Nueva Orleans, Portoviejo, hoteles baratos, bar con lavandería, whisky, etc. Muchas felicidades! Sigan con esas vidas tan exitantes y exitosas. Y poniendo en alto el nombre del Ecuador.
Había leído y escuchado sobre esta película en varios medios, sin embargo, para mi criterio, este artículo tiene un valor más significativo, ya que es un relato muy personal, y más aún, cuando fue publicado en El Diario para todo nuestro Manabí.
Si bien es cierto, no es un análisis profundo sobre la película, todo el escrito en general gusta y mucho, ya que no es la típica crítica, y está redactado de forma diferente, es jovial, agradable y entretenido para el lector; y esa tarea de escribir sobre el trabajo de un pariente tan cercano, que puede ser tan delicada, al parecer en este caso no lo fue, y hasta puede llegar a considerarse como un regalo de reyes.
Publicar un comentario