1.07.2013

Ciertas cosas


Hace unos años, Javier y yo pasamos varios días juntos en Nueva Orleans, al sur de los Estados Unidos, hospedados en el hotel más barato que pudimos encontrar. Cuando nos tocó lavar la ropa sucia, salimos desde allí y dimos con uno de los mejores inventos que haya producido la civilización: un bar que tenía, en una especie de trastienda, lavadoras y secadoras dispuestas para sus clientes. Pusimos la ropa en las máquinas, echamos las monedas y nos dedicamos a tomar cerveza en la barra.

La ropa tardó varios ciclos en secarse y nos vimos en la obligación de beber más de lo que teníamos planeado. Creo que ya habíamos pasado al whisky cuando le pregunté por su película, un proyecto en el que llevaba metido no sé cuánto tiempo y que por esos días parecía estancado, acaso hundido. Auspiciado por el trago, le dije que escribiera otra, una menos complicada, más barata, que rodara porque en ese momento no se estaba moviendo. Javier se quedó en silencio un momento, mirando las botellas del bar, y luego me dijo: siento que esta tiene que ser la primera. Ahora, después de haber visto Mejor no hablar (de ciertas cosas) en pantalla grande y en Portoviejo, donde se la tiene que ver, siento que Javier, equivocado o no, encaprichado o no, ha hecho la película que quería hacer (me molesta un poco que las cosas se arreglen a tiros, pero supongo que ciertas cosas sólo pueden arreglarse de esa manera), una película gritona y lamparosa como él, frontal y creída como él, inteligente y lanzada como él. Si tuvieron que pasar todos estos años, le doy la razón por haber esperado y capaz todos los directores deberían hacer lo mismo: dejar que la historia crezca, madure, y volver a ella sólo si tienen las mismas ganas de filmarla que tenían al comienzo, sólo si están seguros de que es esa y no otra la película que pueden y deben filmar. Y ojalá todos tuvieran una productora como María de los Ángeles Palacios, a quien deberían darle un premio por el mero hecho de soportar a Javier.  

Esa noche, en Nueva Orleans, salimos del bar después de haber cantado con una pareja de músicos ambulantes que tenían más suéteres encima que carne en los huesos, y seguro dormían en el mismo auto en el que viajaban. Estábamos borrachos o por lo menos yo estaba borracho –mi capacidad de almacenamiento es menor que la de mi hermano– y caminamos con la ropa limpia a cuestas hasta un sitio de hamburguesas. Al llegar, Javier ordenó lo suyo y yo pedí exactamente lo mismo sin siquiera ver el menú, para eso, y para el cine, siempre ha sido un tipo al que vale la pena hacerle caso.

(El Diario, 06/01/13)  

4 comentarios:

Unknown dijo...

Bien por los ideales, por buscar y dar identidad al país. Un abrazo hermanos Andrade.

Danielo dijo...

Two thumbs up.

Anónimo dijo...

Estos jóvenes parecen estar siempre en el lugar preciso, en el momento preciso. Nueva Orleans, Portoviejo, hoteles baratos, bar con lavandería, whisky, etc. Muchas felicidades! Sigan con esas vidas tan exitantes y exitosas. Y poniendo en alto el nombre del Ecuador.

Diana Elisa dijo...

Había leído y escuchado sobre esta película en varios medios, sin embargo, para mi criterio, este artículo tiene un valor más significativo, ya que es un relato muy personal, y más aún, cuando fue publicado en El Diario para todo nuestro Manabí.
Si bien es cierto, no es un análisis profundo sobre la película, todo el escrito en general gusta y mucho, ya que no es la típica crítica, y está redactado de forma diferente, es jovial, agradable y entretenido para el lector; y esa tarea de escribir sobre el trabajo de un pariente tan cercano, que puede ser tan delicada, al parecer en este caso no lo fue, y hasta puede llegar a considerarse como un regalo de reyes.